Una historia de secuestros y asesinatos vuelve a impactar a los argentinos 30 años después
Se trata del caso de la familia Puccio, que vivía en un barrio acomodado de B. Aires, y que en los 80 cometió una serie de crímenes. El hecho fue llevado al cine (El Clan) y en sólo tres semanas ya superó el éxito inicial de películas como Relatos Salvajes.

Era un negocio familiar de esos que se realizan en la propia casa. Pero no era un “negocio” normal, porque consistía en el secuestro, asesinato y extorsión de miembros de familias ricas de Buenos Aires. Esa es la historia de los Puccio que hace 30 años conmocionó a Argentina y ahora vuelve a sorprender de la mano de un libro -El clan Puccio, de Rodolfo Palacios- y una película. De hecho, el filme El clan -dirigido por Pablo Trapero- a la semana de su estreno ya era la película argentina más vista del año y en dos semanas, más de un millón de personas había acudido a verla, superando a Relatos Salvajes y Metegol.
El jerarca de la familia, Arquímedes Puccio, era cuando menos oscuro. Contador de profesión, fue vicecónsul (condecorado como el diplomático más joven del país por el mismísimo Juan Domingo Perón), miembro de la Secretaria de Inteligencia del Estado (Side) e integró la Alianza Anticomunista Argentina (la temida Triple A) y la organización ultranacionalista Tacuara. En 1973 fue acusado de secuestrar a un directivo de Bonafide, Segismundo Pels, pero el caso -gracias a los contactos políticos de Puccio- fue sobreseído por falta de pruebas.
A comienzos de los años 80, la familia Puccio tenía un negocio de deportes náuticos en la planta baja de su vivienda, ubicada en el acomodado barrio de San Isidro de Buenos Aires, y en el edificio del lado funcionaba un bar, también de su propiedad. Parecía ser una familia como muchas.
Pero en los días posteriores a la guerra de las Malvinas, cuando el régimen militar tambaleaba, el jerarca del clan decidió ganar un poco más de dinero. Para eso reclutó a cuatro amigos de los llamados “años de plomo”, que había conocido en los servicios de inteligencia o en la Triple A, y junto a dos de sus hijos -Alejandro y Daniel- decidieron secuestrar algunas personas de familias acaudaladas y cobrar jugosos rescates. Y el lugar elegido para mantener a los “prisioneros” fue la propia vivienda de los Puccio.
La primera víctima fue Ricardo Manoukian, de 23 años, quien desapareció el 22 de julio de 1982. Era un conocido de Alejandro Puccio, ya que ambos jugaban rugby en el Club Atlético San Isidro (Casi). Alejandro llegó a jugar en los Pumas, la selección nacional. La familia de Manoukian recibió un pedido de rescate de US$ 250.000, cifra que fue pagada. El joven permaneció retenido en la tina del baño del segundo piso de casa de los Puccio. Pero el 30 de julio de ese mismo año fue asesinado con tres tiros en la cabeza.
El 5 de mayo de 1983, otro conocido del rugby, Eduardo Aulet, ingeniero de 25 años, fue secuestrado cuando se dirigía al trabajo. Lo tuvieron prisionero en una caja de madera cerca del despacho de Arquímedes Puccio. La familia de Aulet pagó un rescate de US$ 150.000, pero también fue asesinado y su cuerpo fue encontrado cuatro años después.
El empresario Emilio Naum, de 38 años y dueño de la firma de ropa Mac Taylor, conocía al patriarca de los Puccio. Por eso cuando un junio de 1984 Arquímedes le hizo señas para que detuviera su auto no sospechó nada. Pero cuando se dio cuenta que intentaban raptarlo, trató de resistirse. Fue asesinado de un balazo.
Era un secuestro por año, de acuerdo a la planificación de Puccio. En una estrategia que consideraba a un total de 10 víctimas. Al momento de llevar a cabo su cuarto secuestro, la policía ya tenía sospechas sobre los Puccio y su banda. Uno de los secuaces iniciales, Gustavo Contepomi, lo había delatado.
La cuarta víctima fue la empresaria Nélida Bollini de Prado, quien fue secuestrada en julio de 1985. Pero cuando otro de los hijos de Arquímedes, Daniel, fue a cobrar el rescate fue arrestado. La noche del 23 de agosto de 1985 la policía allanó la vivienda de los Puccio y encontró a Bollini de Prado atada al piso, en el sótano que se había construido y acondicionado especialmente para mantener a los secuestrados.
Arquímedes Puccio, quien nunca reconoció los secuestros, salvo el de Nélida Bollini de Prado, fue condenado en 1985 a cadena perpetua, pero fue liberado en 1997 por beneficios carcelarios. Poco después volvió a prisión. Tras ser puesto en libertad, estudió leyes y se recibió de abogado. Murió en 2013, prácticamente en la pobreza y en la soledad más absoluta, en General Pico, un pueblo de La Pampa.
Alejandro Puccio fue condenado a cadena perpetua, y murió en 2008 por una neumonia tras haber protagonizado varios intentos de suicidio. Daniel Puccio cumplió tres años de cárcel, pero tras una nueva condena logró huir del país hasta que el caso prescribió. También fueron condenados por estos secuestros Rodolfo Franco, Guillermo Fernández Laborde y Roberto Díaz.
La madre del clan, Epifanía, otro de los hijos, Guillermo, y una hija, nunca fueron condenados porque no se pudo probar su participación en los crímenes.
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