¿Una revolución binominal?
<font face="tahoma, arial, helvetica, sans-serif"><span style="font-size: 12px;">Una revolución que transa con el binominal tiene bien poco de revolucionaria: el binominal fue pensado como negación de toda revolución. </span></font>

ABRIR LA cancha, renovar los cuadros, oxigenar la política: tales son algunas de las consignas que estaremos obligados a escuchar en los próximos meses. En efecto, hay una nueva generación que suele invocar su juventud como virtud salvífica para ganar espacios de poder. Si acaso es cierto que debemos erradicar los malos hábitos, entonces nada parece más adecuado que apelar a nuevos rostros. El discurso no deja de ser atractivo, porque nuestra política lleva un buen tiempo atrapada en lógicas que no representan las inquietudes que atraviesan Chile.
Con todo, estas consignas son insuficientes, porque envuelven más de una trampa. Por de pronto, es ingenuo suponer que la edad, por sí sola, implica la práctica de cierto tipo de virtudes. Mejorar la calidad de la vida pública exige más que un mero recambio de nombres. En rigor, esta manera de argumentar tiende a olvidar que el ejercicio del poder tiene efectos en las conductas y que la pureza en contacto con el poder no produce precisamente más pureza. Dicho de otro modo, los líricos de ayer suelen ser los políticos profesionales de hoy, y vaya que hay ejemplos de esto. En política, toda pretensión a la pureza está condenada a un choque brutal con la praxis. Quienes agitan estas banderas son ora ingenuos -que no han reflexionado sobre la naturaleza del poder-, ora oportunistas -que tratan de escalar posiciones invocando motivos elevados.
Estas consideraciones pueden ayudarnos a comprender la paradójica situación de Giorgio Jackson, quien busca encarnar una "revolución democrática", al mismo tiempo que obtiene un cómodo blindaje electoral (que había sido solicitado por su entorno). Es cierto que otros han sido objeto de omisiones análogas, pero en este caso, la distancia entre la acción y el discurso es demasiado radical como para pasar inadvertida: a Giorgio le exigimos más en virtud de sus propios criterios. Por más que le pese -y aunque intente convencernos de lo contrario-, Giorgio Jackson fue designado diputado por secretaría.
Jackson podría objetar que su apuesta es ganarle al sistema desde dentro y que es indispensable llegar al Congreso para impulsar las reformas necesarias: en palabras de Lenin, retroceder un paso para luego avanzar dos. Pero eso es un juego de máscaras que implica entrar de lleno en aquello que Ernesto Aguila llama la república binominal. Nuestro sistema electoral es suficientemente defectuoso como para empeorarlo de forma deliberada: el blindaje de Jackson reduce las opciones de los electores. Nadie entiende todo esto mejor que la propia Concertación, y por eso lo instrumentaliza -aunque él crea lo contrario. Al final, el binominal los está cooptando a todos, incluso a los más rupturistas. Allí reside la jugada maestra de Michelle Bachelet, quien integrando al sistema a los puros, los vuelve inofensivos y hasta pintorescos: todos sabemos que la rebeldía al interior de las instituciones es una impostura puramente estética, tan falsa como inútil. Y de hecho, una revolución que transa con el binominal tiene bien poco de revolucionaria: el binominal fue pensado precisamente como negación de toda revolución. Por eso, si este es el resultado de las movilizaciones del 2011, supongo que más de alguno tiene derecho a sentirse engañado.
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