
Cancha rayada

¿Hay alguna forma de estimar -sin sermonear con que las elecciones sólo se resuelven en los cómputos- cuál será el desempeño de los candidatos en las elecciones presidenciales de noviembre? Sí, hay algunas. Por ejemplo, los resultados de las municipales de octubre pasado. Por ejemplo, las encuestas. Por ejemplo, el actual mapa político-territorial. Pero todos estos métodos tienen algún componente especulativo. El voto es más volátil que nunca y un incidente cualquiera puede cambiarlo todo en el ancho plazo de un semestre.
Hasta hace unos meses, no cabía duda alguna respecto del triunfo presidencial de la derecha. Esa prognosis se basaba, esencialmente, en el mal desempeño general del gobierno, sin demasiados matices. En este último período, en cambio, parece haberse producido una forma de equilibrio conceptual (no electoral) entre los dos bloques mayores, como parte de la dinámica gatillada por la decisión de seleccionar candidatos mediante primarias.
Después de una sucesión de improvisaciones inconvincentes, desechadas al filo de la hora, la oposición decidió no tener primarias y llegar a la primera vuelta con una turbamulta de cuatro candidatos, acaso la cifra más alta que haya presentado la derecha en toda su historia. Hay un cambio histórico en esta decisión: por casi todo el siglo XX, la derecha se percibía a sí misma como minoritaria, lo que exigía formar bloques amplios para aspirar con razonables posibilidades de éxito a ganar el poder. Esa percepción retrocedió con los dos gobiernos de Sebastián Piñera y se ha consolidado con la gestión del gobierno de Gabriel Boric. Atreverse a presentar más de un candidato refleja el alcance de ese cambio.
El oficialismo también completó su ciclo de ensayos y, después de someter a un verdadero inri a su presidenta, el Partido Socialista se rindió a la idea de realizar una primaria con cuatro candidaturas, una de las cuales -Carolina Tohá- representa a todos los partidos del Socialismo Democrático. Hay mucho por decir acerca del clima envenenado que rodeó este proceso, pero lo que ha prevalecido es el principio de la unidad de la izquierda, una idea que, aun teniendo raíces históricas, parece ahora más imperiosa, como si la menor ruptura de esa unidad condenara al oficialismo a pasar a la oposición por largo tiempo. Quienes mejor encarnan esa tesis son Michelle Bachelet, que quedó fuera de carrera por sus propios errores, y Boric, que parece haber reducido su “legado” a la conservación de la coalición que lo respaldó. Allí se expresa la percepción, también nueva, de que la izquierda ya no tiene la “mayoría sociológica” con la que se presentaba ante el país, incluso cuando tenía sólo un tercio.
Las encuestas reflejan una posición relativamente consolidada en ambos bloques. El total de apoyo a las figuras de la oposición es superior al total de apoyo a las figuras del oficialismo. Evelyn Matthei tiene una sostenida ventaja, junto con su coalición, Chile Vamos. Pero cada vez que cae en las encuestas -y esto ha sucedido en una cantidad de ocasiones que debería ser inquietante-, quienes se benefician son José Antonio Kast o Johannes Kaiser, los candidatos que apuestan a una radicalización del voto en contra del gobierno, más que en favor de un programa. Matthei puede hacer el esfuerzo de disputar ese electorado, pero con ello arriesga perder al votante más centrista. ¿Cuál es más voluminosa hoy? ¿La derecha enojada o la derecha moderada?
La situación en el oficialismo es bastante simétrica. Tohá representa el historial moderado de esa coalición, pero compite, en el camino de la primaria, con figuras que quieren rechazar tal moderación, como lo muestra cada vez que puede la candidata del PC, Jeannette Jara. Mientras Tohá preferiría defender la gestión del gobierno en cuanto avance en reformas sociales dentro de un contexto confuso y difícil, Jara busca relevar la falta de profundidad y el exceso de concesiones en tales reformas, incluyendo su propia gestión del acuerdo previsional, cuyo resultado es fuertemente resistido en su partido. Por su vehemencia y articulación, Jara será, sin duda, la principal rival de Tohá en la campaña de la primaria y parece probable que en ese proceso se agudice la diferencia ideológica que las separa. (Esta diferencia también ha llegado a ser cismática en el PS, donde algunos dirigentes se han rebelado contra la exigencia de apoyar a Tohá).
En la derecha es menos importante la diferencia ideológica que la política y personal. Kast y Kaiser no confían en Matthei y buscan derrotarla por esa razón, no tanto porque difieran de su proyecto general. Desde su perspectiva, Matthei no está atendiendo al enojo de los chilenos con los sucesos de octubre del 2019 y, sobre todo, con el proyecto derrotado de la Convención Constitucional, que habría develado la extensión de las pretensiones de la izquierda. Para ellos, lo que está detrás del oficialismo no es el rostro amable de Tohá, sino la incesante baraúnda de la Convención.
A la inversa, este es también el principal problema para Tohá. Su actuación como vocera del “Apruebo” de aquel proyecto constitucional representa un desfiladero muy estrecho -otra tensión en el oficialismo- entre defender una función que alguien debía cumplir o defender el proyecto mismo. Se trata del pasado, pero ¿de qué otra cosa tratan las contiendas entre candidatos?
De nuevo: no hay que confundir estos elementos simétricos con alguna forma de empate electoral. Sólo describen la forma en que el punto de partida de las candidaturas ha llegado a ser parecido, la extraña forma en que se ha rayado la cancha. Ah, y por cierto: todavía falta saber cuántos independientes lograrán reunir las firmas para ser candidatos. Alguno de esos casos podría sacudirlo todo. Raro, no imposible.
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