Chao plebiscito
Los que defendemos la opción de suspender estamos conscientes de que la situación del país después de esta crisis va a ser totalmente distinta, donde lejos de gestionar aspiraciones de un país camino al desarrollo, vamos a tener que hacer todo lo posible por no regresar al subdesarrollo.
Mientras los políticos se reúnen para buscar alternativas de fechas para el Plebiscito, la mayoría de las personas comienza a encerrarse en sus casas y el país a clausurarse por el Coronavirus. La “primera línea” desapareció de las calles y sólo quedan algunos nostálgicos del estallido de octubre que se resisten a reconocer la realidad que nos golpea la puerta. Hasta la estatua del General Baquedano recuperó sus colores y se espera que en las próximas semanas veamos las consecuencias más directas de la expansión de este virus, copando la agenda política sin muchas alternativas.
¿Postergar o suspender? Esa es la disyuntiva a la que se enfrentan los políticos. Postergar por un tiempo, dirán algunos políticos, porque las demandas sociales se mantendrían y una vez que todo vuelva a la normalidad, se retomarían las discusiones en las calles y en el Congreso. Suspender indefinidamente, es la opción de quienes creemos que el país no resiste otra crisis económica y que los efectos del coronavirus, sumados a los 5 meses de violencia que pasaron, serán letales para nuestra sociedad y economía.
Los que defienden la opción de postergar y establecer una nueva fecha para el plebiscito, son los mismos que se han negado a ver la grave crisis económica que ha afectado al país en los últimos meses: más de 300 mil desempleados, una baja significativa del crecimiento y un país funcionando a media máquina durante varios meses, fueron el resultado material y concreto de la fiesta de violencia que se tomó las calles. Son los mismos que, para enfrentar esta crisis, proponen aumentar los impuestos o impedir a los empleadores despedir a sus trabajadores, a pesar de no tener recursos para pagarles.
No entienden, simplemente, que la economía no se sostiene con un cambio constitucional, reformas legales y buenas intenciones, sino que las cadenas de valor se construyen en el tiempo y que incorporan muchas y diversas circunstancias. Para ellos lo más fácil es pedir que cierren todos los comercios, sin pensar en las compensaciones y medidas paliativas que puedan sostener una mediana empresa. Creen que un restaurante con la puertas cerradas, puede seguir financiando a garzones, cocineros y proveedores, sin recibir un solo peso como ingreso.
Los que defendemos la opción de suspender estamos conscientes de que la situación del país después de esta crisis va a ser totalmente distinta, donde lejos de gestionar aspiraciones de un país camino al desarrollo, vamos a tener que hacer todo lo posible por no regresar al subdesarrollo. Sabemos que el estallido social produjo un enorme daño económico al país y que la paralización absoluta de actividades por el Coronavirus -necesaria para prevenir una crisis sanitaria mayor- puede derivar en un colapso de los fundamentos económicos que nos habían sostenido durante tanto tiempo. Estamos convencidos, finalmente, de que seguir manteniendo la incertidumbre constitucional abierta, solo se va a traducir en más desconfianza para nuestro futuro y la pérdida de oportunidades como país, para recuperarnos más rápidamente.
Chile tiene que empezar a entender que no estamos en una crisis transitoria. Los graves efectos del estallido de violencia y del Coronavirus no son circunstancias que vayan a desaparecer fácilmente en el tiempo. No hay plan económico alguno que vaya a devolverle la solvencia a miles de PYMES, el empleo a miles de cesantes, ni la confianza de los inversionistas. Esta crisis económica y social va a ser larga y profunda, y mientras antes nos demos cuenta, más pronto podremos retomar el rumbo hacia el desarrollo y la mejora del bienestar para todos los chilenos.
Hoy más que nunca, lo que tenemos que hacer es postergar indefinidamente el Plebiscito y aferrarnos a nuestra actual Constitución, la única herramienta que puede volver a reconstituir los cimientos destruidos de esta crisis y poner al país en forma, una vez que pase la debacle. Porque aunque muchos se lo digan, ténganlo claro: no hay Constitución en el mundo que cure el Coronavirus ni que pueda revivir una economía que está en la unidad de cuidados intensivos.
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