
Columna de Héctor Soto: Tiempos revueltos

Como lo prueba la experiencia de la Lista del Pueblo, es más fácil ganar 27 constituyentes que administrar el triunfo que instaló a esta coalición como la tercera fuerza política del país. A tres meses de esa elección, la experiencia parece hoy muy sobrepasada. Las cosas no salieron como debían, el sector entró en una dinámica ultrista que lo fue debilitando por dentro y desprestigiando por fuera. En el camino, varias de las figuras elegidas terminaron desertando y las pugnas internas, junto con descabezar al abanderado presidencial que supuestamente habían elegido, se farrearon la posibilidad de instalar, al lado izquierdo de Boric, un candidato con aplomo y convocatoria. A estas alturas ya es tarde para hacerlo y no supieron aprovechar su cuarto de hora. La política puede ser un ámbito muy frustrante para colectivos políticos cuyos líderes no mandan, cuyos grupos no obedecen y cuyas facciones no dejan que llegue la noche sin dividirse.
El problema -huelga decirlo- es de gobernabilidad. El PC, que en este plano le da cancha, tiro y lado a todo el resto de los partidos políticos, olió temprano el fenómeno y eso explica que haya estado acercándose a la Lista del Pueblo en la Convención Constituyente para capitalizar el desorden en su propio favor. Es parte de la duplicidad o triplicidad de ese partido, para el cual una cosa es la Convención, otra la campaña parlamentaria y presidencial de noviembre y otra también distinta la calle.
Tal como se presenta el escenario político hoy, la gobernabilidad no es patrimonio de nadie, a pesar, curiosamente, de ser la aspiración de todos. La actual oposición, que tan exitosa fue en complicarle la vida al Presidente Piñera, en forzar los sucesivos retiros del 10% de los fondos de pensiones, en acusar constitucionalmente a un ministro del Interior que ya había dejado de serlo, en avivar el fuego del resentimiento y la violencia tras el estallido de octubre del 2019, tuvo en los últimos meses un traumático choque con la realidad al poner al desnudo que nunca tuvo un proyecto común. Eso explica que ahora corra dividida entre la candidatura de Gabriel Boric y la de quien resultó vencedora anoche en la consulta de la Unidad Constituyente. Por sí solas, hasta aquí al menos, ninguna de estas dos coaliciones da garantías atendibles para un gobierno de mediano arraigo político y electoral. Hay divergencias crecientes en el eje Apruebo Dignidad. Y hay debilidades difíciles de subsanar a estas alturas en la Unidad Constituyente. El cuadro, por lo mismo, vuelve a situar mejor a la centroderecha en el test de la gobernabilidad.
Vaya ironía. No es imposible que el gobierno que suceda a la más impopular de las administraciones que ha tenido Chile desde los días de la transición vuelva a tener su mismo signo político. Podrá ser de locos, pero así es. Y no es porque la centroderecha sea especialmente fuerte, porque a todas luces no lo es. Es básicamente porque las alternativas al frente convencen poco. Ocurre, además, que Sebastián Sichel es un candidato que se planta bien ante el desafío que tiene por delante.
Como su gran capital es por un lado su experiencia de vida y por el otro su independencia, la relación suya con los partidos va a ser un tema estratégico y crucial para su campaña. Los partidos de derecha tienen parecidas fracturas a las que hay en el PS, el PPD o la DC. Y están solo un poco menos desprestigiados. Por lo mismo, si hay algo de lo cual el candidato tendrá que cuidarse es de ser contaminado o capturado por ellos. Ni muy cerca que te quemes ni muy lejos que te hieles. Y por mucho que el liderazgo de Sichel no pase por los partidos, está claro que los va a necesitar no solo para pasar a segunda vuelta, sino también -llegado el momento, si es que llega- para gobernar.
Lo que tiene Sichel -y no tienen los partidos del sector- es la relación de confianza que generó con la ciudadanía y que le permite comunicarse con el electorado sin mayores intermediaciones. Necesita, sin embargo, la infantería y conexión territorial de los partidos, por más aporreados y extraviados que estén. Sin duda que la coalición tiene serias debilidades. En RN, aparte de haber problemas de brújula, hay enormes grietas internas que reparar. En la UDI, los dilemas existenciales son incluso mayores y ponen en entredicho la identidad que quiere tener el partido. Evópoli, por su parte, que ha cosechado este año un fracaso tras otro, nunca llegó a ser lo que se propuso en sus orígenes. Así las cosas, es alto el riesgo de que los partidos sean más un lastre que un estímulo para su campaña.
Sichel se impuso en su sector apelando no a las cúpulas, sino a la gente. Habló de acuerdos, pero no con la oposición atrincherada en el Congreso, que es parte del problema y no de la solución, sino de acuerdos con la gente. Habló de futuro y de necesidades urgentes, de emprendimiento y de movilidad. Si logra mantener su campaña en esos registros, no sería raro que siguiera dando sorpresas.
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