Desde Nueva York el dato también mata al relato.
La Asamblea General de la ONU siempre ofrece discursos para manuales de oratoria y para manuales de ficción. La semana anterior se volvieron a desempolvar viejos eslóganes: que el cambio climático es “el mayor timo”, que ayer hablábamos de “enfriamiento global” y mañana de “calentamiento”, que las renovables “no funcionan” y que las predicciones de la ONU “siempre fallan”. La duda razonable no es si de verdad cree todo eso; es cuánta evidencia hace falta para desmentirlo en un párrafo o dos.
Empecemos por el mito favorito: “primero fue enfriamiento, luego calentamiento, ahora ‘cambio’ para no equivocarse”. La literatura científica de los 60 y 70 no avaló ningún consenso de enfriamiento; esa narrativa fue principalmente mediática. En cambio, el registro científico es continuo: en 1896 Svante Arrhenius calculó el efecto del CO₂ sobre la temperatura global; en 1938 Guy Callendar aportó evidencia observacional del calentamiento; en 1979 el Charney Report fijó un rango de sensibilidad climática (1,5–4,5 °C) que sigue siendo referencia. La hipótesis del “vaivén” no sobrevive al archivo.
Si la ciencia pública no convence, probemos con la privada. Los modelos internos de la industria petrolera en los 70 y 80 —sí, de esa industria— proyectaron con notable precisión el calentamiento observado décadas después. Un análisis publicado en Science en 2023 mostró que las proyecciones de Exxon/ExxonMobil eran en su mayoría consistentes con la realidad. Lo irónico es obvio: quienes tachan de “estafa” el calentamiento antropogénico tendrían que explicar por qué los propios científicos de esta industria lo calcularon con tanta exactitud.
Vayamos ahora a la economía, donde no alcanzan los adjetivos: mandan los costos y el riesgo. En 2025, según la Agencia Internacional de Energía, la inversión energética global alcanzará un récord de 3,3 billones de dólares; 2,2 billones se destinan a tecnologías limpias, el doble de lo que irá a petróleo, gas y carbón juntos. No es un gesto ideológico: es una decisión racional de capital. En 2024, BloombergNEF ya había registrado 2,1 billones en transición energética, con saltos fuertes en redes, transporte electrificado y almacenamiento. Cuando el dinero habla (“money talks”), los eslóganes se quedan sin micrófono.
“¿Las renovables no funcionan y son caras?” En 2024, el 91% de la nueva capacidad renovable a escala utility resultó más barata que la alternativa fósil más barata, de acuerdo con IRENA. La solar fotovoltaica, en promedio, fue alrededor de 40% más barata que la opción fósil más competitiva, y la eólica terrestre aún más. Además de precio, aportan seguridad: menos exposición a shocks geopolíticos y a la volatilidad de commodities. No es romanticismo verde; es contabilidad.
También se dijo que las “predicciones de la ONU” fallan sistemáticamente. La caricatura confunde citas sueltas y titulares antiguos con el cuerpo principal de conocimiento: las evaluaciones del IPCC y miles de estudios revisados por pares. ¿Han cambiado rangos y probabilidades con nueva evidencia? Por supuesto; así progresa la ciencia. Lo que no ha cambiado es la dirección del vector: el planeta se calienta por nuestras emisiones y los impactos físicos —olas de calor, incendios, eventos extremos, océanos más cálidos— se acumulan como capítulos de una serie que nadie pidió ver.
Lo de Nueva York no es irrelevante: influye, confunde, retrasa. Pero tampoco es decisivo. La realidad física no negocia con discursos, y la realidad económica tampoco: si las tecnologías limpias son más baratas y reducen riesgos, el capital se moverá hacia ellas, gobierne quien gobierne, hable quien hable. La tarea pública —y privada— no es reescribir la física con frases ingeniosas, sino despejar los cuellos de botella que sí importan: permisos más rápidos, redes eléctricas robustas, cadenas de suministro diversificadas, capacitación técnica y financiamiento de adaptación a la altura del riesgo.
Menos mitos reciclados y más proyectos conectados. Menos épica desde el atril y más ingeniería desde el terreno. Lo que se dijo en Nueva York hará ruido unos días; lo que dicen los datos y los balances seguirá ahí mañana. Y en la disyuntiva entre la consigna fácil y la evidencia difícil, conviene recordar una regla básica: la temperatura y el capital no votan; se mueven y ya eligieron rumbo.
Por Gonzalo Muñoz Abogabir y Daniel Vercelli Baladrón, cofundadores de Manuia Consultora y Ambition Loop
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