Desorientación en la centroderecha
La crisis del sistema político no tiene solo que ver con la fragmentación política y el llamado “discolaje”. También se vincula al carácter difuso de las fuerzas políticas. Aunque los partidos y coaliciones poseen declaraciones de principios, estos principios no suelen orientar la acción política. Además, los partidos y coaliciones no se diferencian demasiado entre sí. Por ejemplo, la derecha histórica (mal llamada “derecha tradicional”), hoy encarnada en Chile Vamos y en la candidatura de Evelyn Matthei, buscó por varios meses realizar una primaria presidencial con las “otras” derechas, concretamente con José Antonio Kast y Johannes Kaiser. ¿Por qué intentó realizar esa primaria? Obviamente, por razones de conveniencia electoral, pero también porque la mayoría de sus líderes y dirigentes cree —erradamente— que no existirían diferencias sustanciales entre la derecha histórica y la derecha radical. De hecho, algunos voceros de ese comando han sostenido que lo que principalmente diferenciaría a Matthei de Kast sería su mayor gobernabilidad y competitividad.
¿Es cierto que no hay diferencias de fondo entre ambas derechas? No lo es. La derecha histórica, también llamada “centroderecha”, se distingue (o debería distinguir) de la derecha radical. Basta, por ejemplo, pensar en el reciente legado del Presidente Piñera, quien no solo rechazó las dictaduras de izquierda, como la de Maduro, sino también las de derecha, como la de Pinochet. Además, el expresidente tenía una concepción indivisible de la libertad, ya que no la reducía solo al plano económico. Sería, asimismo, raro pensar que Piñera se hubiese identificado con líderes como Bukele y Milei, lo que sí hacen hoy los líderes de la derecha radical, como así también algunos de la centroderecha.
Pero la desorientación de este sector se produce también respecto de las izquierdas. Esto último se expresa en el hecho de que no ha sido capaz de ofrecerle al país un proyecto alternativo al “otro modelo”, que se caracteriza por cuestionar la participación del mercado en la provisión de los derechos sociales. Frente a esto, cabe hacerse la pregunta de por qué la centroderecha de hoy no defiende la subsidiariedad. Una razón probable es que identifica ese principio con la caricatura que un sector de la izquierda ha construido en los últimos años, y que lo asocia a un supuesto Estado ausente. Pero esta representación no solo es falsa en términos fácticos, sino sobre todo errada desde un punto de vista intelectual. La subsidiariedad no sólo no se opone a la acción del Estado en favor de las personas vulnerables, sino que además es un principio moralmente superior, porque —tanto en su dimensión negativa como positiva— tiene como norte la libertad personal, esto es, el derecho de las personas a identificarse con su propia vida. ¿Defiende este desiderátum la centroderecha actual? No de manera clara. Y esta falta de convicción podría explicar en buena medida el descenso de Matthei frente a Kast en las encuestas presidenciales.
Por Valentina Verbal, Horizontal
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