Opinión

El acuerdo comercial EE.UU.-UE: lecciones para Chile

Ursula von der Leyen y Donald Trump en Turnberry (Escocia). EP. Comisión Europea

El acuerdo al que llegó EE.UU. y la UE marca un hito histórico para Europa. Y es que lo que sucedió aquí no fue un acuerdo propiamente tal, sino una imposición de EE.UU., al más puro estilo de los tratados desiguales que imponían los imperios (europeos) a sus colonias en el siglo XIX. En efecto, de este “acuerdo” la UE recibe: un 15% de aranceles para sus exportaciones a EE.UU., deberá adquirir gas natural licuado norteamericano de un valor de 750 mil millones de dólares, invertir otros 600 mil millones en EE.UU., y comprar su armamento militar. Todo esto a cambio de que… EE.UU. no siga amenazando con aumentar los aranceles unilateralmente.

Un acuerdo es el resultado de una negociación voluntaria mutuamente beneficiosa entre actores. Nada de eso vimos aquí: EE.UU. forzó la negociación a la UE a punta de amenazas arancelarias en torno a un 30% sobre las importaciones europeas, estableciendo incluso una fecha límite, el 1 de agosto. EE.UU. impuso los términos, los tiempos y los costos de la “negociación”.

¿Qué pretende Trump con estas amenazas arancelarias? Sus aranceles no buscan proteger su industria local de la competencia china, como se ha señalado. Su estrategia está centrada hacia afuera, no hacia adentro. Lo que se busca es forzar que el resto de las economías: (1) le provean de preferencias comerciales extraordinarias a sus industrias, y (2) se desacoplen de las cadenas de valor chinas, tanto en términos comerciales como de inversiones.

Esta estrategia pareciera que es la única que le queda a EE.UU. para impedir verse sobrepasada por China en la competencia por la hegemonía en las principales áreas tecnológicas presentes (electromovilidad, semiconductores, IA, etc.). Acciones como lo fue el Acuerdo de Plaza en 1985 (donde competidores como Japón, Alemania, Francia y Reino Unido apreciaron sus monedas para estimular la competitividad de las exportaciones de EE.UU.) son hoy imposibles con China, mientras que una agenda de reindustrialización acelerada a partir de un paquete de políticas industriales es políticamente inviable, dada la compleja alianza política en torno a Trump.

La única solución disponible para EE.UU. pareciera ser exigir, desnudando su carácter de Imperio, a sus aliados (súbditos) que le brinden acuerdos extraordinariamente beneficiosos para ella a cambio …de nada. En este juego la UE no es víctima. De la UE se esperaba que no capitulara de la forma que lo hizo. Se esperaba que, dado su poder de mercado, tomara un rol de coordinador internacional para hacer un frente contra las amenazas de Trump. No lo hizo.

Por lo menos, se esperaba que hiciera valer su soberanía y activara los mecanismos que tiene disponible, como el instrumento anticoerción (ACI), creado precisamente para situaciones como esta. No lo hizo.

A lo que sí la UE optó fue a irse a sentar a una negociación forzada en los términos, condiciones y tiempos de Trump. Y su resultado fue una humillación.

La UE no es la única en esto, otras economías están optando por el mismo camino de pasividad. Japón aceptó que le impusieran 15% de aranceles, y se comprometió con invertir alrededor de 550 mil millones de dólares en EE.UU. en sectores estratégicos. Vietnam, a su vez, también cerró un “acuerdo”: 20% aranceles para sus exportaciones a EE.UU., 40% de aranceles para productos que se transborden a través de Vietnam, y arancel 0% para importaciones de productos de EE.UU.

Chile, por desgracia, ha aceptado ese mismo esquema de Imperio-súbdito: ante el unilateralismo de EE.UU., el país optó por negociar aisladamente, en los términos y tiempos de EE.UU., y sin voluntad de coordinación regional ni de tomar un rol de articulador en defensa del multilateralismo (a pesar de los seminarios, declaraciones, y grandes eventos que se hicieron recientemente al respecto). EE.UU amenaza con aumentar el arancel al cobre, exige mecanismos de screening de inversiones a Chile, fortalecer las normas de propiedad intelectual, y compromisos estrictos contra China (nuestro principal socio comercial). Todo esto a cambio de que, por el momento, EE.UU. no siga con sus amenazas unilaterales.

La globalización que se conocía, esa de los TLC y de la OMC, está cayendo. Y desde hace demasiado tiempo que sus síntomas estaban a la vista. La oportunidad de los gobiernos democráticos era adelantarse a esto y conducir ese cambio en clave progresista y con un eje en el desarrollo económico de los países. Aquello no sucedió y, ahora, quien gestiona ese cambio es un imperialismo arbitrario sin ninguna oposición real a la vista, a excepción de China.

Por José Miguel Ahumada, académico Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile

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