Opinión

El matón del barrio

El matón del barrio

En la pasada versión del premio Goya, celebrada en febrero de este año, el actor estadounidense Richard Gere sorprendió con un discurso en el cual calificó a Donald Trump como un “matón”. Ahí afirmó que EE.UU. atravesaba un “momento muy oscuro” de su historia, donde hay un “matrimonio increíblemente oscuro de poder y dinero”. Esas palabras anticiparon la agresiva política arancelaria impulsada por Trump en los meses subsiguientes.

En efecto, desde abril en adelante, el Presidente de EE.UU. se ha dedicado a difundir por doquier erráticos anuncios de alzas de aranceles. Esos anuncios –formulados a menudo como ultimátum– han sido realizados de formas y por canales inusuales; a través de declaraciones aparentemente espontáneas o mediante su propia red social (Truth Social). En ellos se maridan razones económicas con consideraciones políticas –como el juicio a Bolsonaro en el caso de Brasil– o de orden estratégico –como el curso de las hostilidades entre Rusia y Ucrania–; se entremezclan ataques personales a críticos u oponentes contingentes (Putin ha ido deslizándose progresivamente en esa categoría) con promesas grandilocuentes. Los aranceles proteccionistas impulsados por Trump, por sí mismos controvertidos, se han convertido en sus manos en un arma arrojadiza, usada a voluntad por quien se comporta impúdicamente como un matón.

Como en los cuentos, de tanto vociferar y amenazar, sus amenazas han ido perdiendo credibilidad y los mercados han dejado de reaccionar a sus últimos anuncios. Sin embargo, el daño está hecho. Aunque un abusador se desdiga, cambie de rumbo o rectifique, el clima de hostilidad e incertidumbre por él creado genera costos. Algunos evidentes, otros subterráneos. Es claro que Trump se solaza con exhibir su conducta en una vitrina mundial, creada por él mismo. Más que convencer a la contraparte de una negociación económica busca aumentar su popularidad política y mediática. Y lo logra.

Los abusados, por su parte, se vuelven más aversos al riesgo y más vulnerables a la intimidación. En Chile, por ejemplo, varios políticos y analistas han alzado sus voces para sugerir que el Presidente Gabriel Boric debe inhibirse de realizar toda acción, directa o indirecta, que moleste a Trump. No parece importar que tal sugerencia suene a claudicación ni que ella comprometa la soberanía que se dice defender a ultranza para otros tantos menesteres.

Mientras tanto, y a lo lejos, la sociedad civil observa, entre incrédula e indolente, cómo la confianza en sus autoridades e instituciones se la lleva el viento. El matonaje se impone como la nueva forma de hacer política, nos guste o no. De ahí a la devaluación completa de la democracia y de otras instituciones y prácticas sociales, consideradas hasta ahora valiosas, hay solo un paso. ¿Cómo pedirles a los nuevos líderes que se comporten de otra manera? ¿Cómo enseñarles a los jóvenes que más vale persuadir con razones que con insultos? Quizás debiéramos tomar nota en lugar de palco.

Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile

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