El pesimismo comienza a marcar el futuro del país

Parlamentarios celebran posterior a la votación en la Camarabde Diputados la aprobación del proyecto sobre retiro de fondos de AFP. Foto: Dedvi Missene

En términos políticos, institucionales y económicos, la situación se torna crítica, pero esto no parece preocupar a nuestros representantes públicos.


La idea de que Chile va por un mal camino comienza a asentarse con fuerza en una parte no menor de la sociedad. Es cierto que la crisis del coronavirus afecta esa percepción, pero se trata de un sentimiento que se viene incubando desde hace ya un tiempo y que da cuenta de un estado negativo respecto de la capacidad del país para resolver sus problemas.

Esta es una visión que se asienta en hechos concretos. Chile vive un ambiente de anormalidad desde octubre pasado, a propósito del llamado levantamiento social, lo que provocó dos cosas: un fuerte cuestionamiento al rumbo que siguió el país desde su regreso a la democracia y una inusitada espiral de violencia, agravada por una incapacidad de controlarla por parte del Estado. En ese ambiente estábamos sumidos, cuando se agregó la crisis del Covid-19, que colocó al país en un nivel de vulnerabilidad pocas veces visto.

Se trata, sin duda, del escenario más complejo que hemos vivido en las últimas décadas. El punto es que para salir de esto se requiere de una serie de condiciones políticas, económicas y sociales que hoy no parecen estar presentes. De ahí el pesimismo respecto de las perspectivas futuras. Quizás por eso algunos no dudan en usar para Chile la frase “en qué momento se jodió el Perú”, que Mario Vargas Llosa inmortalizó en su libro Conversación en la Catedral.

En términos políticos e institucionales, es evidente que la situación se está tornando crítica. Gobiernos muy débiles, coaliciones que no son capaces de ordenarse ni defender sus idearios; parlamentarios que no hacen el trabajo de legislar como corresponde -peor aún, que caen en la política-espectáculo- y autoridades que parecen dispuestas a exceder el límite de sus atribuciones, son ejemplos concretos de hasta qué punto se ha deteriorado el ambiente público en estos años, pero especialmente en este último tiempo.

En cuanto a lo económico, los indicadores son elocuentes. Al preocupante deterioro de las cifras que se venía reflejando desde el gobierno de la Nueva Mayoría, la crisis del coronavirus deja a Chile en una situación inédita, con un desempleo cercano a las dos millones de personas si se suman los que perdieron su empleo, los suspendidos y los que se retiraron de la fuerza laboral. Por otra parte, la paralización de sectores completos de la economía hace difícil predecir una recuperación rápida. Y, desde luego, el ambiente institucional descrito ayuda poco a que ello suceda.

Todo esto hace que la situación social sea extremadamente sensible. Al descontento manifestado en octubre del año pasado, se suma ahora un país más pobre, con mayor desempleo y más vulnerabilidad. Por eso, algunos ya hablan de una nueva convulsión social que llegaría a continuación del coronavirus -algo en lo que ciertos sectores políticos parecen estar empecinados en que así ocurra-, lo que podría traer aparejado nuevos actos de violencia, como ya lo vimos esta semana.

Como se ve, el cuadro dista de ser promisorio. Revertir esta situación es un desafío muy complejo. Poner en marcha la economía, recuperar el empleo e incentivar la inversión serán tareas titánicas. Tener un diálogo serio y civilizado en cosas tan complejas como un cambio en la Constitución, hoy aparece como algo utópico. Actuar con seriedad en las políticas públicas, para encontrar las mejores soluciones a los problemas sociales, no parece ser la tónica que muchos quieren seguir, tal como ha quedado a la vista con la discusión en torno a permitir el retiro de los fondos de pensiones. Y una variable que se añade a todo este cuadro es que en las votaciones del Congreso ya no solo incide el populismo, sino también parece respirarse un cierto ambiente de amenazas y violencia si es que no se vota “como se quiere”. Este tipo de coacciones son muy peligrosas para todo nuestro debate legislativo, y con mayor razón para una futura discusión constitucional.

En este ambiente no resulta extraño el pesimismo que se cierne sobre nuestro futuro. Mientras nada de esto preocupe realmente a nuestros representantes públicos; mientras no se tome en serio la situación que vivimos y se refleje en el actuar de todos, entonces nada impedirá que la situación siga deteriorándose. Nadie quiere eso para Chile, pero muy pocos parecen estar haciendo algo para que eso no suceda.

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