Opinión

El valor de cerrar bien

Aton Chile DRAGOMIR YANKOVIC/ATON CHILE

Los gobiernos no se definen por el nombre del último ministro en asumir, sino por la huella que dejan al cruzar la meta. Sin embargo, cada ajuste de gabinete parece reabrir la carrera de las especulaciones: quién se fue, por qué se fue, a quién le pidieron la renuncia. Comentarios que en nada alteran el rumbo ya trazado, pero que crispan innecesariamente los ánimos y terminan opacando logros concretos. Esta semana lo vimos con claridad: mientras se entregaban nuevas viviendas sociales de alto estándar con parque integrado y servicios en el sector La Platina, en La Pintana —un anuncio de enorme impacto ciudadano—, la atención pública se concentraba en los pasillos del poder.

Las grandes definiciones ya fueron tomadas en los primeros años: la ruta de las pensiones, los énfasis en seguridad y la estrategia de crecimiento e inversión. Lo que resta ahora no es abrir nuevas reformas ni debates legislativos que difícilmente prosperarán, sino consolidar lo avanzado y asegurar que cada compromiso se transforme en resultados.

Cerrar bien un gobierno implica más que cumplir con la rutina administrativa. Es entregar obras terminadas, asegurar que los programas lleguen a quienes los necesitan, ordenar la transición institucional y sostener la palabra empeñada hasta el último día. Para la mayoría de los ciudadanos, lo importante no es quién ocupa una cartera ministerial, sino si la posta de salud funciona, si la vivienda prometida se entrega o si el barrio es más seguro.

La historia reciente lo confirma: Ricardo Lagos es recordado por dejar huella en infraestructura y obras públicas; Michelle Bachelet por instalar reformas sociales de largo aliento; Sebastián Piñera, por la reconstrucción tras el terremoto de 2010 y por la masiva campaña de vacunación contra el COVID-19. Son las luces de cada administración, que conviven, por cierto, con sombras y controversias propias de todo gobierno. En todos los casos, más allá de los nombres de ministros, lo que perduró fue la imagen de un gobierno que supo -o no supo- concluir bien su mandato.

En ese marco, los movimientos ministeriales pueden ordenar equipos, dar nuevas energías y entregar señales políticas. Ser ministro nunca es baladí: cada nombramiento importa, porque de su gestión dependen políticas y programas en marcha. Pero en esta etapa del mandato el horizonte de reformas está practicamente cerrado y lo que queda es asegurar la buena ejecución de lo comprometido.

Al final, lo que la ciudadanía recordará no será la trastienda de un cambio de gabinete, sino si el gobierno fue capaz de terminar con las cuentas claras y con la frente en alto. Un gobierno puede partir con entusiasmo, pero solo cierra con legitimidad si deja políticas y obras que sobreviven al cambio de mando: ese es el verdadero legado.

Por Natalia Piergentili, directora de asuntos públicos de Feedback.

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