Opinión

¿Es suficiente sumar a una autora mujer en la bibliografía?

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“Incorporamos en el programa de este curso una unidad sobre mujeres” o “incluimos autoras mujeres en la bibliografía”. Ambas son las frases que con más frecuencia escucho como trabajadora e investigadora en educación superior y perspectiva de género. Ya han pasado seis años desde el mayo feminista que en Chile presentó con fuerza la demanda por una educación no sexista, sin embargo, hoy el entusiasmo por esto ha menguado. Pareciera que ya todo está hecho y que es hora de pasar página, incluso contando desde 2022 con un gobierno en Chile que se define como feminista. ¿Qué hay con esto?

Es cierto que hay avances institucionales significativos. La ley 21.369, aprobada en 2021, que regula el acoso sexual, la violencia y la discriminación en la educación superior, establece la necesidad de incorporar en los currículums contenidos que definan la discriminación y la violencia de género, así como los derechos humanos. Más recientemente, otra ley dictada en 2024, establece las medidas para prevenir, sancionar y erradicar la violencia en contra de las mujeres en razón de su género e indica que se debe promover una educación no sexista y con igualdad de género. Por último, los nuevos criterios de la Comisión Nacional de Acreditación, vigentes desde octubre del 2023, incluyen a la perspectiva de género en la dimensión de la gestión estratégica y de los recursos institucionales de las universidades.

Según un informe de la Superintendencia de Educación Superior, un 70% de las universidades cuenta con una unidad de género. ¿Con eso ya estamos? A nivel de la formación, sin embargo, no estamos tanto. En un reciente artículo científico publicado junto a dos colegas, tras la revisión de 1.071 programas de asignaturas de 28 carreras de pregrado, demostramos que solo un 5% incorpora resultados de aprendizaje con perspectiva de género.

Más allá del cuánto”, se trata del “cómo” y en “qué contexto”. La educación, como afirma Michael Apple, autor del clásico libro Ideología y Currículo, nunca es neutral: lo que se enseña, cómo y quién lo enseña, responde a decisiones atravesadas por intereses. Lo que a menudo se llama neutralidad no es más que una forma elegante de encubrir estructuras de poder: permite que quienes han definido históricamente lo que cuenta como conocimiento válido sigan haciéndolo sin tener que rendir cuentas. Por eso, avanzar hacia una educación no sexista no es solo necesario sino urgente.

Esta urgencia es aún mayor ante el avance conservador en la región. En Estados Unidos se han prohibido libros y contenidos vinculados al género; en Argentina, se desmanteló el Ministerio de las Mujeres y programas clave en la materia. En Chile, 54 parlamentarios recurrieron en 2024 al Tribunal Constitucional para impugnar la expresión “educación no sexista” incluida en la mencionada ley 21.675, alegando que se vulnera la libertad de enseñanza. El TC rechazó el requerimiento y validó el principio, afirmando que no contraviene la Constitución. Esta decisión marca un precedente clave al reconocer que erradicar el sexismo es parte del mandato educativo del Estado. Con la realización de las elecciones primarias del pasado 29 de junio, se inaugura el proceso de recambio presidencial en Chile y podríamos enfrentar un cambio de contexto por los próximos cuatro años.

Sería un error pensar que las resistencias están sólo fuera de las universidades. Cuando desafiamos el canon en el contexto académico, no faltan quienes nos tildan de ideológicas o activistas, como si las disciplinas fueran neutras, como si el currículum no estuviera —como plantea la mexicana Alicia de Alba — atravesado por relaciones de poder, tensiones y disputas entre proyectos culturales y políticos. Estas reacciones revelan lo incómodo que resulta asumir que el conocimiento no es objetivo, y que una mirada feminista implica revisar y transformar nuestras prácticas.

En las universidades tenemos la responsabilidad de responder a este momento histórico. No basta con sumar autoras o usar lenguaje inclusivo: se requiere un cambio profundo en cómo entendemos el conocimiento y la educación. Para erradicar el androcentrismo constitutivo de los conocimientos, es necesario entender que no hay un conocimiento neutral, universal, generalizable y luego “otros temas”, la educación con perspectiva de género, que deben ser incorporados a modo de capítulo aparte o de una excepción a la regla. Sería como, por ejemplo, comprender que, si en las pruebas de seguridad en escenarios de accidentes de tránsito se utilizan solo maniquíes masculinos, en consecuencia, las mujeres tendríamos más y peores lesiones. Si ampliamos esta analogía a otros campos del conocimiento, deduciremos lo complejo del panorama. ¿Nuestro conocimiento, y aquello que enseñamos, refleja las experiencias y necesidades de todas las personas? ¿Se benefician a todas por igual?

Por Mariana Gaba, académica Universidad Diego Portales.

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