Inquietante violencia política en Estados Unidos

El asalto al Capitolio para evitar la confirmación de Joe Biden no solo es el momento más oscuro de la democracia estadounidense, también un vergonzoso corolario de la presidencia de Donald Trump.



Cada cuatro años el Congreso pleno de Estados Unidos se reúne para una cita que no dura, habitualmente, más de media hora. Es un ritual democrático que se ha llevado a cabo sin mayores contratiempos a lo largo de la historia de ese país. Las dos cámaras del Congreso reciben de parte de los 50 estados los resultados de la elección presidencial realizada dos meses antes y los validan, en una ceremonia que preside el vicepresidente en su calidad de presidente del Senado. Se sabía que este año el panorama iba a ser algo distinto por el anuncio de al menos 11 senadores y cerca de 140 representantes del Partido Republicano de que objetarían las actas de algunos estados donde los resultados entre Joe Biden y Donald Trump habían sido muy estrechos. Pero nadie preveía lo que finalmente sucedió. Washington vivió el miércoles una de las jornadas más violentas de su historia reciente, marcada por el inédito asalto de parte de partidarios del Mandatario al Capitolio, que obligó incluso a suspender la sesión del Congreso y dejó al menos cuatro muertos.

Fue, qué duda cabe, una jornada agria para la democracia de Estados Unidos. Pero es aún más oscura si se considera que fue incitada por el propio Presidente de ese país, que insiste en negar los resultados electorales y denunciar, sin prueba alguna, un fraude electoral en los comicios de noviembre pasado. Solo horas antes del asalto al Capitolio el propio Mandatario había presidido un acto frente a la Casa Blanca donde aseguró a sus partidarios que nunca se rendiría y que “jamás” reconocería la derrota. Había además conminado al vicepresidente, en contra de lo que establece la Constitución, a bloquear la confirmación del triunfo del candidato demócrata, algo que Mike Pence, en un gesto de responsabilidad republicana, se negó a concretar. Pero más grave aún, incluso después de la irrupción de sus partidarios al Congreso, Trump emitió un contradictorio mensaje pidiéndoles retirarse, pero insistiendo en su triunfo y en sus falsas denuncias de fraude.

Los sucesos son el inquietante corolario no solo de una presidencia marcada por el estilo polarizante y narcisista de Donald Trump, sino también por el grave efecto que ello ha tenido en el debilitamiento de las instituciones democráticas del país. Insistir en un fraude electoral, pese a que la justicia, las autoridades electorales de los distintos estados e incluso el fiscal general del país han negado cualquier irregularidad, instala una peligrosa semilla de desconfianza entre los más de 70 millones de estadounidenses que votaron por él. Un panorama que debilita además la presidencia de su sucesor incluso antes de que comience y despierta serios riesgos de que acontecimientos como los del miércoles pasado vuelvan a producirse. Si bien es un paso positivo que ayer el Mandatario se comprometiera a una transferencia del poder pacífica el 20 de enero, lo sucedido dejó en evidencia los riesgos que atraviesa la democracia estadounidense.

Estados Unidos está profundamente polarizado. Por ello es aún más relevante que la clase política actúe con responsabilidad y evite que esas divisiones terminen desbordándose en actos de violencia. Alimentar la confrontación, difundir falsedades y cuestionar el sistema, como ha hecho el Mandatario, solo terminan subvirtiendo la democracia.

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