La peligrosa jugada de Putin

Con su invasión a Ucrania, el Presidente ruso no solo violó abiertamente la legalidad internacional, sino agregó más incertidumbre a un mundo que aún no se recupera de los efectos de la pandemia.



La decisión del Presidente ruso de lanzar en la madrugada de ayer “una operación militar especial” en territorio urcraniano -que en la práctica fue “un ataque a máxima escala desde múltiples frentes”, como aseguró el gobierno de Kiev- retrotrajo al mundo a las lógicas del siglo XIX. Al margen del caso de Crimea en 2014, que fue una anexión en los hechos pacífica o el conflicto de Georgia en 2008, es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que el continente europeo es testigo de una invasión en toda regla de un país a otro en los límites de la Unión Europea. Los temores que venían creciendo desde fines del año pasado, tras la advertencia de las agencias de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido -que reivindicaron así una reputación empañada por su labor en Irak y Afganistán- se concretaron del peor modo en las últimas horas.

Como escribe el ex presidente del Council of Foreign Relations Richard Haass, existen guerras por necesidad, destinadas a proteger intereses nacionales amenazados, y guerras por elección, que no responden a ningún peligro real inminente. La que está llevando a cabo Moscú en Ucrania entra indiscutiblemente en esta segunda categoría. El presidente ruso ha asegurado que ordenó la operación para supuestamente defender a los civiles del este de Ucrania, “desmilitarizar y desnazificar” al país y llevar a la justicia a quienes “cometieron crímenes”. Pero en los hechos, sus afirmaciones no son más que excusas para justificar una operación que en la práctica solo responde a su ambición de recuperar el poder y la influencia de Rusia, perdida tras el colapso de la Unión Soviética, “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, como él mismo la calificó.

Los sucesos de estos días son finalmente el resultado de una actitud permisiva de las potencias occidentales frente a las acciones de Rusia en lo que considera su “esfera de influencia”. Sucedió en 2008 con la invasión a Georgia bajo el argumento de defender a la población rusa de Osetia del Sur y Abjasia, y se repitió aún más dramáticamente con la anexión de Crimea en 2014. Desde entonces la principal arma contra Moscú han sido las sanciones económicas, pero los hechos han demostrado que estas están lejos de disuadir al presidente ruso. En las últimas horas tanto la UE como Estados Unidos y varios países aliados occidentales han insistido en ese camino, elevando la presión económica contra Rusia, con “sanciones devastadoras”. Y si bien es un primer paso con consecuencias concretas y costos efectivos e inmediatos para Moscú, no puede ni debe ser el único.

Más allá de las sanciones y la respuesta inmediata que lleve a cabo Occidente, los sucesos de los últimos días obligan a discutir una estrategia de más largo plazo para hacer frente a Moscú. Es urgente aprender de los errores del pasado y enmendar la estrategia seguida hasta ahora. En ese camino no es posible dejar fuera a China, más allá de los intereses propios que tenga Beijing, por ejemplo, en Taiwán. Es necesario apelar a su pragmatismo; después de todo, las acciones de Putin tienen costos globales. No se trata solo de una abierta violación de la legalidad internacional, sino también un duro golpe para una economía mundial que viene recién saliendo de los dramáticos efectos de la pandemia.

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