La presidencial en clave primaveral
Nuestras elecciones presidenciales transcurren siempre en primavera, cuando los días se alargan, las terrazas se llenan y el país se detiene para celebrar las Fiestas Patrias. Es el momento en que se encienden las campañas y empieza a definirse quién gobernará los próximos cuatro años. Cuando la naturaleza florece, la política vive su contienda más intensa.
Este año, sin embargo, el clima de la campaña no ha tenido mucho de primaveral. Ha estado dominado por un presentismo radical y emociones densas: el miedo frente a la violencia y el temor al desempleo; la rabia contra las élites, la dinámica política y la polarización adversarial entre “zurdos” y “fachos”. Una elección que hasta ahora se ha movido sin horizonte, más enfocada en exorcizar fantasmas cotidianos que en proyectar futuro.
La primavera no solo cambia el paisaje, también incide en el ánimo colectivo. Está estudiado que más luz, más calor y más vida en las calles alimentan una disposición emocional más abierta en las personas. En Chile, ese renovado aire social coincide con el inicio de la recta final electoral. Y aunque la dinámica electoral ha estado marcada por la reiterada siembra de miedo y rabia, se percibe cierto agotamiento: la ciudadanía pareciera querer abrir una rendija por donde se cuele algo más esperanzador.
Esa disposición quedó en evidencia en el reciente debate presidencial de Chilevisión: la valoración positiva recayó en quienes transmitieron un tono menos crispado, más humano y esperanzador, particularmente Mayne-Nicholls.
No sería la primera vez que los influjos primaverales no solo dejan atrás el invierno, sino que empujan la elección hacia una retórica más esperanzadora. En 2013, Michelle Bachelet apeló a ella para proponer, a través de sus reformas, un país menos desigual. En 2017, pese al desánimo social imperante por la falta de crecimiento, Sebastián Piñera ganó sembrando la esperanza de “tiempos mejores”. Y en 2021, Gabriel Boric trepó a un árbol magallánico para proyectar la imagen de un candidato que ofrecía una nueva esperanza tras el desánimo pandémico. En todas esas campañas, el ánimo ciudadano encontró en la esperanza una energía decisiva.
Es verdad que la elección hoy está mucho más pegada a lo terrenal que la de 2021, y que gira en torno al miedo cotidiano que producen la inseguridad, el desempleo y el desorden migratorio. Pero incluso en este marco empieza a vislumbrarse un electorado que no solo observa quién puede ganar en las urnas, sino también quién tendrá la capacidad de gobernar y de convocar esperanzas colectivas para sacar al país adelante.
Quizás sea el influjo primaveral, quizás el hartazgo con la polarización. Lo cierto es que comienza a abrirse espacio para un nuevo tono. Quien logre ecualizar mejor los miedos del presente con propuestas concretas que conecten con la esperanza podrá sacudir el, hasta ahora, congelado escenario electoral. Entre el miedo y la rabia, la esperanza —como la primavera— aguarda su momento para florecer.
Por Cristián Valdivieso, director de Criteria
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