Opinión

Los cien días que dañaron al mundo

AFP SAUL LOEB

Se han cumplido 100 días de gobierno de Donald Trump. No han sido banales ni silenciosos, tampoco prudentes y menos amables. En verdad nada de ello era esperable, el hombre llegó al gobierno de la principal potencia mundial anunciando ruido y furia, no solo para su país sino para el mundo entero. Amenazó con cambiarlo todo, pondría las cosas en su lugar, terminaría las guerras. La invasión de Rusia a Ucrania, de la cual resultaban de manera incomprensible culpables los invadidos, terminaría en 24 horas y la matanza de Gaza se resolvería expulsando la población palestina y construyendo en cambio un resort Mediterráneo.

En Estados Unidos mandaría él sin consultar a nadie, vengaría el supuesto abuso inferido a su nación durante 80 años por el resto del mundo a punta de aranceles, deportaría a los metecos que invadieron su territorio, golpearía a las élites intelectuales holgazanas que poblaban las universidades, peligrosas cunas del pensamiento liberal. Les diría a los europeos que “mientras los protegemos nos estafan en el comercio” y definiría a la Unión Europea como “sofocante, socialista y enemiga del libre mercado” por sus restricciones ambientales, fiscales y tecnológicas.

Sus simpatías se han dirigido a hombres y mujeres fuertes sobre todo de extrema derecha, soberanistas nostálgicos de los viejos totalitarismos, mientras los líderes democráticos le parecen “desagradables”, Putin resulta ser un amigo (aunque un amigo bribón que suele timarlo) y Netanyahu un amigo del alma.

La competencia con una China impávida se hace a través de aranceles gigantes, haciendo temblar la economía mundial. No tiene dudas que Canadá, fiel aliado de siempre, no merece ser un Estado independiente, quiere comprarse Groenlandia cueste lo que cueste además de recuperar el Canal de Panamá.

A fin de cuentas, basta de blandenguerías, la letra con sangre entra, hacer grande América, por si alguno no lo había entendido, significa que todos los demás se sometan a lo que él piensa que engrandece a Estados Unidos. Lo que ilumina su mirada y le hace gracia es cuando los jefes de Estado llevados por responsabilidad y en ocasiones parafraseando al gitano Rodríguez “por un miedo incontenible a la locura” lo visitan para contener sus excesos, Trump desde su enorme narcisismo adobado de vulgaridad se burla de sus buenas maneras y señala que le han ido a besar su tafanario.

Todo lo anterior podría ser la historia de un energúmeno de alto colorido si no fuera tan grave para el mundo. Si no degradara la democracia estadounidense por el uso ampliado de decretos, por los abusos contra derechos humanos, por el debilitamiento de las instituciones democráticas, por excluir del vocabulario de liderazgo de su país la palabra democracia, hiriendo los valores civilizatorios surgido de los acuerdos mundiales con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial.

Pero no solo eso, el reciente informe del Fondo Monetario Internacional proyecta un crecimiento mundial de 2, 8% para 2025, una revisión a la baja en relación con estimaciones anteriores. La razón principal reside en las tensiones comerciales fundamentalmente a través de la guerra arancelaria impulsada por Trump que ha afectado la economía mundial en particular el comercio internacional que crecerá solo el 1,7% en un océano de incertidumbre política y restricciones comerciales. Entre las economías afectadas está, cómo no, los propios Estados Unidos, pero no hay mal que dure cien años ni barrabasadas que no se noten en cien días.

Después de la estupefacción inicial ha comenzado una resistencia interna y externa al trumpismo en su país y en buena parte del mundo. Lo que no pudieron las advertencias de los expertos lo está obteniendo la economía. Los bolsillos de sus amigos multimillonarios han comenzado a adelgazarse y eso dejó de ser divertido para ellos.

La globalización ha mostrado ser mucho más que el comercio. La ciencia y la tecnología es más universal de lo que Trump pensó e incluso un enviado de Dios, como él se autodefinió no es omnipotente, las instituciones democráticas comienzan a perder su parálisis inicial, las sedes del conocimiento sacan la voz, la opinión pública estadounidense tiende a cambiar y los indicadores de apoyo marcan cada vez menos, Europa tiende a despertar, el mundo comienza a sacudirse por doquier. Ni el más potente lo puede todo en un mundo tan interconectado.

En los últimos días ha comenzado un cierto cambio de tono que tendrá idas y vueltas, pero que quizás lo haga morigerarse, aunque sea parcialmente. El hartazgo de las guerras, de la crueldad y del matonaje comienza a hacerse sentir. No ha sido casualidad que la muerte aceptada con serenidad y con fortaleza por el Papa Francisco, llamando hasta último momento a una convivencia pacífica y a un mundo más justo y vivible ha despertado admiración en creyentes y no creyentes en culturas e historias diferentes, aparece una nostalgia positiva de un mundo con menos rudeza y con más capacidad de entendimiento.

Los tristes resultados de estos cien días han mostrado lo peligroso de un camino confrontacional y podrían abrir un camino de esperanza de un cambio en las relaciones internacionales. Lo que está sucediendo a nivel mundial debería ser un llamado de atención para Chile y los chilenos en momentos donde está terminando de manera algo anticipada un gobierno marcado por la prosecución de la mediocridad de los últimos doce años, en el que se combinaron momentos de aguda exaltación, de fuerte incertidumbre, de polarización en torno a los extremos políticos, de prioridades erradas, que lo harán pasar a la historia sin pena ni gloria, pero también de elementos de cierta maduración y aprendizaje que impidieron caer en un despeñadero capaz de dañar por completo la exitosa transición democrática del país que le ha permitido al país seguir teniendo fortalezas y la posibilidad de enmendar rumbos.

Sin embargo, los primeros pasos de la competencia en el largo proceso de elección presidencial de este año no resultan alentadores. Falta en el debate presidencial una visión de Estado, de disposición a generar políticas públicas convincentes que impulsen el crecimiento, una menor fragmentación política, un mayor nivel de gobernabilidad y medidas realistas para combatir la criminalidad y regular la crisis migratoria. Al contrario, abundan demasiado las rencillas partisanas, los cálculos menores, las bobadas retóricas y el eterno retorno a ideologismos de poca monta. Ojalá se imponga aquello que por el momento aparece solo a través de muy pocas voces: la densidad de las ideas por sobre la chimuchina. Recordemos que cuando eso ha prevalecido es cuando Chile ha avanzado.

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