Los jueces y la torre de Babel

Corte-Suprema


Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile

Es un lugar común afirmar que en democracia debe primar el imperio de la ley. El derecho vigente refleja las reglas que la sociedad acuerda para resolver sus diferencias. Sin embargo, en toda ley existe -en palabras de Hart- un núcleo “luminoso” y una zona de “penumbra” que cubre los “casos discutibles” en los que las palabras de la ley “no son obviamente aplicables…, pero tampoco claramente excluibles”. Es allí donde cobra valor el rol del juez.

Esto que parece obvio, en nuestro país ya no lo es. La mala política se apropió de una esfera ajena. Algunos en el Poder Legislativo quieren no solo elaborar las leyes, sino también controlar la aplicación e interpretación de ellas. Por eso, en cada nombramiento para la Corte Suprema se generan cuestionamientos políticos al candidato propuesto. El ministro Raúl Mera de la Corte de Valparaíso ha sido la víctima más reciente de este deslegitimado proceso. Un sector de la oposición injustamente objetó su nombre por razones espurias, sin atender a su trayectoria judicial. Se le criticó un fallo, sin conocer los antecedentes ni su razonamiento jurídico. Claro está, sería mucho pedir aquello a un Senado que, con honrosas excepciones, cada día exhibe menos luces y más mediocridad.

El mismo afán se usa para criticar y pretender destituir a la magistrada que presidió la comisión que concedió la libertad condicional al presunto asesino de la joven Ámbar, o para atacar al juez que negó la prisión preventiva a un joven acusado de violación. En el fondo, se amedrenta a los jueces cuyas decisiones no se avienen con un maniqueo sentir popular.

Ello recuerda la narración bíblica sobre la torre de Babel. De acuerdo con ésta (Génesis 11, 1-9), tras el diluvio universal, los pocos sobrevivientes descendientes de Noé se desplazaron hasta Babilonia. Formaban un mismo pueblo y hablaban una misma lengua, lo que facilitaba sus tareas. Sin embargo, la intervención divina los disgregó, disolviendo el poder de su unidad. Babel grafica la imposibilidad del ser humano de entenderse y, en la práctica, refleja la pérdida de consenso entre los hombres.

Nuestra crisis se asemeja al mito de Babel. La incapacidad para alcanzar entendimientos mínimos y, más aún, para respetarlos, hace recaer un peso mayor en el derecho y en los jueces. Solo el lenguaje de la justicia puede en esta coyuntura asegurar el disfrute y conservación de los derechos. Ihering, en “La lucha por el derecho”(1872), sostuvo que tal lucha es “un deber que tiene (el que se ve atacado en su derecho) para consigo mismo” y al mismo tiempo “para con la sociedad”. Solo el constante ejercicio y la tenaz defensa de los derechos reivindica el valor de la persona, para lo cual es indispensable contar con jueces independientes e imparciales capaces de responder a ese llamado, algo que algunos en el Senado quieren limitar.

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