Lucrecia Dalt, otra Colombia
Cantautora y artista sonora, cambió su rumbo profesional con un viaje de Medellín a Europa. No llena estadios, pero es una de las latinas más prestigiadas en circuitos de avanzada musical.
¡Ay! es título revelador para un álbum de vocación internacional. Está ahí la síntesis de una onomatopeya elocuente, cargada de sentimientos por descifrar (¿dolor?; ¿hastío?; ¿envalentonamiento?), y además el signo de exclamación de apertura, que de inmediato apunta a la probable firma de un/a hispanoparlante. Fue, hace tres años, el disco por el que muchos conocimos a Lucrecia Dalt, cautivante compositora de biografía atípica y prestigio de avanzada: una inmigrante latinoamericana en Europa que a los 41 años conseguía que un trabajo compuesto y cantado por ella en castellano fuese elgido “disco del año” por la exigente revista británica Wire.
A. ¡A! (Antes de ¡Ay!): Lucrecia Dalt nace, crece y se educa entre, Risaralda y Antioquía, dos departamentos contiguos de Colombia; este último, cuna para fenómenos de música pop de exportación. Se titula de ingeniera civil, y comienza a trabajar como especialista en geotécnica. Habituada a un cancionero de boleros, salsa, baladas españolas y tangos, se aventura sin embargo en un trabajo de límites sonoros ambiguos y explorativos. Entre 2005 y 2010 publica discos a solas (como Lucrecia, a secas) y en colectivo. Decide mudarse a Barcelona y continuar allí con una búsqueda más seria en las posibilidades de las máquinas y efectos vocales. Para 2020 ya está viviendo en Berlín, y a su álbum de ese año le pone título de manifiesto: No era sólida (“Sólo puedo oírme a mí misma en el eco repetido / Lo que oímos y llamamos silencio / es la respiración continua del mundo”, recita allí en el tema homónimo). Ni sus planes ni su carácter están inscritos en piedra. Todo puede ser, y así también se escucha su música, un tejido de susurros y voces oscilantes, de pulsos y reverberaciones; de referentes abstractos, aunque no por eso áridos.
D. ¡A! (Después de ¡Ay!): Dalt ya es una artista establecida, que afirma alianzas para proyectos dignos de la atención (busquen por ahí su envolvente banda sonora para el nuevo filme Rabbit Trap) y consigue elogiosas reseñas que hasta la comparan con Björk y Angelo Badalamenti. En su IG muestra con naturalidad el amor por su pareja y colaborador, un tal David Sylvian. Su disco 2025, A danger to ourselves, insiste en un cruce inasible entre Latinoamérica y Europa, tan imaginativo como personal, que, a diferencia de sus compatriotas-paisas que llenan estadios, entiende el éxito como la conquista de una propuesta, y no como la adaptación y amplificación de una fórmula. Mírenla en su último video, la proclama de una mujer tan segura de sí misma como para convencernos incluso de aquello que suena incómodo. O escúchenla en Amorcito caradura, el más extraño lamento ranchero (o algo así); 66 segundos (nada más) de guitarra y voz, y un consejo que en su caso acogemos: “... deslúmbrate sin miedo”.
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