Opinión

Portillo, el espíritu de los Andes

El hotel en 1911, tres décadas antes de su inauguración oficial.

Portillo significa “abertura” o “camino entre dos alturas”. Ubicado a 2.880 metros de altura sobre el nivel del mar, es un lugar que deja sin aliento. Literal y metafóricamente. En las primeras horas en que uno llega al hotel inaugurado hace 76 años, cuesta respirar por la altura y, al mismo tiempo, es imposible dejar de admirar el paisaje: al frente está la Laguna del Inca, por todos los lados hay montañas gigantescas, y el hotel, con la incombustible arquitectura de Martín Lira y el amarillo que envuelve toda su fachada, parece un trasatlántico que atraviesa un océano muy blanco.

Portillo es historia y patrimonio. Es un espacio único en Chile. Y está lleno de anécdotas, como las que relata Henry Purcell, el gran cerebro y líder por décadas de este espacio para el esquí, la amistad, la familia y el placer, en su libro Portillo. El espíritu de los Andes. Ésta es una de las mejores. “Fidel Castro hizo una visita a Portillo durante el verano 1972. Pasó el día, miró las montañas y admiró la laguna. Discutió con Henry acerca de la altura de las montañas y sostenía que las había más altas en Cuba. Almorzó en el living y cuando se levantó para irse olvidó su pistola en la silla. El joven garzón encontró la pistola y corrió a devolvérsela. Al ver al grupo subiéndose a los autos, la alzó en su mano y casi fue ametrallado, junto con todos los presentes, en el malentendido de que se trataba un atentado contra la vida de Castro. Finalmente, la delegación cubana partió en una gran conmoción de automóviles Fiat azules, con hombres armados asomando de medio cuerpo fuera de las ventanas”.

Lo que escribo no sólo está en el libro. Me lo contó la semana pasada, en Portillo, ese mismo garzón que hoy es el maître del restaurante del hotel. Se llama Juan Beiza, lleva casi cinco décadas liderando el servicio en el comedor principal y, en total, 57 años trabajando en Portillo. Esa es otra perfecta analogía entre el hombre y la institución: en Portillo te vas a encontrar cada año con el mismo hotel, la misma decoración, los mismos muebles y las mismas personas. No hay modas ni tendencias ni giros copernicanos. Para Purcell, la clave del éxito de Portillo ha sido mantenerlo siempre igual. “Detener el tiempo”, explicó en una entrevista para Domingo de El Mercurio.

“La gente quiere lo mismo que quería en el año 70, nada ha cambiado en ese sentido. Todavía quieren venir con sus niños, pasarlo bien, estar seguros de que no hay peligros en la nieve. No hay nada nuevo. En realidad, en el mundo sí, pero en el centro de esquí la gente quiere lo mismo”. Es esa sensación de estar, al mismo tiempo en el presente y en el pasado, lo que hace tan especial a Portillo. Además de sus canchas de esquí, la deliciosa gastronomía, el bar del hotel que siempre tiene bandas de música en vivo y los andariveles que nunca tienen filas. Eso y su notable origen.

La génesis de Portillo. Después de que fuera impulsado por un esfuerzo público-privado y financiado por el Estado, las cosas se empezaron a complicar. Vamos con el relato de Henry Purcell. “A fines de los años 50 era una realidad que el negocio del esquí no estaba funcionando bien bajo la administración estatal. Había una permanente baja en la ocupación del hotel y serios problemas de flujo de caja. En 1959 y 1960, la Honsa (Hotelera Nacional S.A., división de la Corfo) decidió arrendar el centro de esquí a operadores privados. Al cabo de dos temporadas el gobierno quiso vender el centro de esquí completo, convocando a una subasta pública. Así, Portillo fue una de las primeras empresas estatales que se privatizaron en Chile”.

Gran dato, ¿No? Sigamos. “Cuando Sergio Navarrete, ex miembro del equipo chileno de esquí, se enteró de que Portillo estaba a la venta, buscó la fórmula de interesar a un antiguo amigo norteamericano, Dick Aldrich, para que participara en la licitación. Aldrich había trabajado muchos años en Sudamérica, especialmente en Brasil, como ejecutivo de la International Basic Economy Corporation (IBEC), un negocio de la familia Rockefeller. Aldrich, quien había esquiado en Portillo, consideró interesante la idea. Habló con su amigo Bob Purcell, quien en esa época era presidente de IBEC, además de ser un entusiasta esquiador y un hombre que conocía y apreciaba Chile. Ambos decidieron hacer una oferta por el hotel y el centro de esquí, y le pidieron a Sergio Navarrete que se encargara de realizar las gestiones en Chile.

A fines de 1960, la oferta Aldrich-Purcell ganó la licitación y de inmediato se comenzó a trabajar en los acuerdos finales para la venta del hotel”. Así parte la historia de los Purcell en Portillo, En 1961, los nuevos propietarios comenzaron a organizar su primera temporada. Bob Purcell invitó a su sobrino Henry Purcell a unirse a la gran aventura que significaba la nueva inversión, encargarse de los pasos finales de la compra y, posteriormente, a asumir como gerente general del centro de esquí. Graduado de la Escuela de Hotelería de la Universidad de Cornell, Henry trabajaba como ejecutivo en la cadena de hoteles Hilton. Tenía entonces sólo 26 años y era, a los ojos de los nuevos dueños, la persona indicada para desarrollar la modernización de Portillo.

En enero de 1961 Henry se trasladó a Chile junto a su familia para organizar su nueva vida en Portillo. Rápidamente se dio cuenta de que lo que había aprendido tanto en Cornell como trabajando en la cadena Hilton no le iba a servir de mucho en Portillo. “Los Andes chilenos imponían sus propias reglas”, aclara. Pero aprendió. Y hoy es su hijo, Miguel Purcell, gran montañista (llegó a la cumbre del K2 en 1996) y esquiador (ex campeón nacional) el que lidera esta institución, este ícono, un hotel que está escrito con mayúsculas en la historia de Chile.

PorRodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.

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