Primeros ritos
Cabe decir que el triunfo de José Antonio Kast fue inapelable. Más de siete millones de chilenos acudieron a las urnas para votar por el nuevo presidente. Ni los abstractos “motes” de “ultraderechismo”, “ultraconservador”, o como decía un diario internacional “ultracatólico” (como si serlo en el fuero interno fuesen un problema), influyeron en que los chilenos asumieran una posición y votasen en masa por el candidato. Sobre adjetivos calificativos en elecciones presidenciales los chilenos sabemos. Como olvidar el de tantos ex presidentes, que enfrentados a la elección se llenaron convenientemente de fantasmas por parte de los oponentes. Nada de ello sirvió -como nunca sirven las campañas del miedo- para detener un triunfo. Aylwin era el regreso del comunismo, Frei el “hijo del Kerensky chileno”, Lagos el “divorciado” - este último, 25 años después, el más impactante de los motes cuando se lo cuento a mi hijo, en una sociedad altamente secularizada.
El presidente electo, como varios antes, concentró miedos azuzados convenientemente desde campañas digitadas con sagacidad (han existido siempre) que los chilenos en base al más común de los sentidos, pero el más escaso en política, el sentido común a secas, suelen descartar rápidamente.
Ultraconservador, duro, inflexible, además de una conexión absolutamente incomprensible -rayana en la estupidez- de un supuesto “nazismo” (decirle a alguien nazi por estos días es tan “liviano y fácil” como decir un cumplido), toda vez que su padre a los 18 años habría formado parte del Ejército alemán en la II Guerra Mundial.
A esos habrá que contarles que, probablemente, saliendo de la adolescencia -a diferencia de hoy- un joven no tenía la capacidad de sobrevivir para discernir, o al menos cuestionar la pertenencia a la máquina de guerra del Führer. Por eso la estulticia doble. Primero la falta de voluntariedad. Basta leer la biografía del Nobel de Literatura alemán Günter Grass (1999), magnífico autor de “El tambor de hojalata”, para saber que pese a su inapelable trabajo por la paz durante sus años de adulto, fue reclutado a los 17 años en la 10ª División SS Panzer Frundsberg, o que Benedicto XVI, sí el Papa Ratzinger, a los 16, fue obligado a servir en una fábrica de armamento, mientras quienes desertaban eran colgados por las SS.
Pero la segunda derivada es más brutal, en éste y otros casos, y es el de “Los hijos de”. En Alemania, una generación completa que ha sufrido aún más. Recomiendo, en esto, la lectura de la maravillosa investigación del abogado británico y escritor Philippe Sands que ha buceado en esta realidad, en la vida del hijo del ex jerarca nazi, Otto Wächter “The Ratline” (2020), o que los mismos revisen la biografía del laureado arquitecto Albert Speer -sí el hijo del arquitecto homónimo- de Hitler, que ha sido premiado en Europa por su arquitectura y arte.
El que los hijos no heredan las historias de los padres -algo menos mal obvio- parece a ratos solo sirve a algunos, cuyos padres nada tienen que ver con lo que los mismos que critican defienden personalmente y a motu propio. Aquí el mejor ejemplo. Se podrán decir muchas cosas del presidente electo, particularmente, habiendo sido largamente candidato, pero de ahí a compararlo, asociarlo o tratarlo, como parte o aliado, a una de las más eficientes máquinas de muerte por la historia -que es la de una generación completa de alemanes- es sin duda no solo un despropósito, sino una alegoría a la brutalidad argumentativa del terror y la estupidez, que curiosamente proviene de quienes hoy defienden (personalmente y no sus padres) -esto es no por parte del azar- de esquemas y líneas de producción de muerte tan eficientes y eficaces que recorren una larga historia desde la URSS de Stalin, hasta hoy, en las mazmorras del Helicoide en Venezuela, o los campos de reeducación y detención en Cuba, Nicaragua o Corea del Norte.
Pero como la política se compone de signos, el presidente electo ha actuado por los símbolos con que actúan los verdaderos presidentes de Chile, y que hasta aquí desmienten todas las caricaturas dibujadas y montadas, no solo en un impecable despliegue de trabajo, demostrando, con ello, que el poder simbólico de un presidente se construye de sus propios actos. Demás está citar los impecables gestos de transmisión, la felicitación entre el presidente en ejercicio y el ganador, el reconocimiento de la candidata derrotada, la agenda y desfile de saludos con las autoridades del Estado, la visita a La Moneda, y las propias tradiciones de un país, que elección tras elección, demuestra su componente de cariño cívico de respeto por las liturgias del poder. Un buen amigo, embajador de un país europeo en Chile, durante varios años, me enviaba una viñeta humorística mostrando a un Boric de “frac” entregándole una banda a un Kast vestido de igual forma, en una danza entre ambos. La viñeta agregaba “Hay que decir que esto de la transmisión del poder se les da bastante bien”.
El presidente electo Kast, ha demostrado cumplir impecablemente con todos los ritos. Hay que decirlo también, difícil para un presidente Boric que exhibe un fracaso (paliza) electoral y política, pero que tampoco se había apartado un segundo del libreto (salvo por un impresentable intento de ley de amarre de funcionarios que ha empañado el proceso).
En lo demás nada que decir. Porque ensuciar el proceso puede venir de lado y lado, y quizás sea la tónica de los últimos presidentes.
La presidencia, se ha demostrado, consiste en equilibrar puntos, aunar voluntades para avanzar y comprender que es precisamente para la “barra brava” para la que no se gobierna con devoción.
He ahí precisamente la mayor tensión. Es esa “barra” (la que legítimamente más dueña se siente de un triunfo) la que más sacrificios debe realizar con su líder (en cualquier gobierno) para que a un presidente de todos le vaya bien. Entender esto es la parte traumática. ¿Alguien recuerda los movimientos de tropas en el gobierno de Aylwin y su silencio transicional, el regreso de Pinochet de Londres auspiciado por Frei, o los acuerdos de Ricardo Lagos con la oposición? ¿Alguien recuerda que movimientos como esos, hicieron nacer soterradas críticas que llevaron a grandes crisis políticas? Eso es gobernar, y para quienes, quizás no lo han visto de cerca puede ser duro. Pregúntesele en su momento al Presidente Piñera que lo sufrió en carne propia (dixit derechita “cobarde” versus la supuestamente valiente, ante una calle desbordada por la violencia y la posibilidad de usar todas las armas -literalmente- para abrir heridas más profundas, con guitarra es otra cosa cuando el que firma la orden eres tu).
Kast, en ese sentido, ha tenido un discurso convocante, abierto a escuchar y entender que la sociedad que gobierna es distinta, multicolor y más variada de lo que muchos de sus seguidores pueden creer, con sagacidad hasta aquí ha entendido -quizás a diferencia de Piñera en su segundo gobierno, y sin duda Boric en el suyo- que la dinámica de un gobierno nacido de la mayoría, en una segunda vuelta se debate en la tensión de creer que se ganó con votos propios, y no con una suma de voluntades a veces lejanas. Esa suma, en este caso, tiene un mandato claro: Alejarse de ideas refundacionales que dividan al país, buscar resolver elementos que dificultan el día a día de los chilenos como la seguridad, el desempleo, la extorsión de las libertades por parte del crimen organizado, y acelerar nuestra economía para volver a la senda del desarrollo magullada a partir del estallido de 2019.
El testigo entregado es claro, y el presidente electo hasta aquí ha demostrado no apartarse del libreto auténticamente trazado, aunque comience, -y será quizás la mejor demostración- a molestar a quienes, como en todos los sectores políticos, manejan el bombo y la estridencia de la “doctrina de la fe”, esos que creen que la pureza (hay varios y de todos los sectores), son la esencia de la actividad política, no comprendiendo que un buen presidente, es ese que gobierna intentando mover el cerco concentrándose en los elementos esenciales que golpean al país -y no necesariamente a los que excitan a los propios y más fanáticos seguidores-.
Aún queda mucho por ver, pero gestos como la visita a la expresidenta Bachelet ya hicieron que varios torcieran la nariz, sin existir aún compromiso alguno sobre su futuro en la ONU. Se trató de una visita más a un expresidente (recordemos que hoy, solo dos de ellos están en la vida pública).
Se trata de entender que hay temas de Estado, y que a diferencia que como supone la “superioridad” de los monjes de la moral -que insisto existen en todos los sectores- es un ejercicio de comprensión de las voces, todas ellas, que una persona que se pondrá la banda y recibirá la piocha de O´Higgins tiene el deber de escuchar.
Ese equilibrio de tensión complejo será la tónica de esta presidencia, como la de todas las anteriores, pues Chile, como todos los países es una multiplicidad de realidades que no se enfrentan atrincheradas en lo que se cree como único elemento o mapa de guía. Quien crea eso está destinado al fracaso, Boric lo comprendió, pero a medias y muy tarde, y hoy en su fuero interno probablemente lo lamenta (si es que se lo pregunta), pues como bien describía el gran Nicanor en un artefacto: “Para ser Presidente de Chile, hay que ser previamente escupido”.
El problema, es que el escupo muchas veces viene más de cerca, que de lejos.
Por Gabriel Alemparte, abogado.
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