Opinión

Tan cerca y tan lejos

Por Gonzalo Cordero, abogado

Los que tenemos la fortuna de tomar vacaciones -aun con pandemia- y hacer una pausa, podemos mirar nuestra vida y nuestro entorno con un sano desdoblamiento en el que intentamos no solo descansar, sino también reflexionar si tienen sentido nuestros esfuerzos; a fin de cuentas, para dónde vamos. En mi caso, no puedo evitar incorporar a esas cavilaciones la dimensión social; no se trata solo de una cuestión personal y privada, porque no podemos aislarnos de la sociedad cuyo destino estamos condenados a compartir.

La pregunta crucial, que en cada temporada estival se me aparece con creciente vigencia, es si nuestro destino depende de nuestras decisiones o es simplemente el resultado de un azar tan incontrolable como insondable. La respuesta a esta interrogante condiciona no solo nuestra aproximación a nuestros éxitos y fracasos, sino también al tipo de sociedad en la que queremos vivir. No tengo dudas, lo que de manera consistente determina nuestra vida en el largo plazo son nuestras decisiones y el carácter para llevarlas adelante.

En su reciente libro “La tiranía del mérito”, Michael Sandel sostiene que quienes atribuyen el éxito a las decisiones personales tienden a desarrollar caracteres soberbios, que menosprecian a quienes les ha ido mal en la vida y, por ende, a configurar sociedades cargadas de ese menosprecio, por un lado, y de resentimiento, por el otro. Pero, me parece, esa es una conclusión parcial; por exitosa que sea una persona sabe que cualquier balance de su vida es el resultado agregado de éxitos y fracasos, de buenas y malas decisiones; la vanidad no deriva, en realidad, de creer en la responsabilidad sobre la propia vida, sino en la incapacidad de apreciar que la línea que divide la gloria del fracaso suele ser, en un instante, muy delgada.

Además, nadie se ha hecho realmente a sí mismo; las buenas decisiones, el carácter para cumplir los propósitos, se complementan siempre con el apoyo de la mano generosa y la fuerza de algunos sin cuya presencia nada habría sido igual. El asunto es otro, es si lo que se logra con el esfuerzo personal goza o carece de legitimidad, si se puede reivindicar frente a la sociedad a la que pertenecemos o es fruto azaroso de un destino que nos favoreció y que nos coloca, si tuvimos éxito, en la condición de deudores de los demás, y si nos ha ido mal, por el contrario, en calidad de acreedores del resto.

Con las sociedades ocurre algo semejante y América Latina es expresión paradigmática de ello, un siglo culpando de nuestra pobreza a “los gringos” nos estancó en el subdesarrollo y ahora parece que volveremos por ese camino. Este año tomaremos decisiones que determinarán el país en que viviremos, y estaremos tan cerca y tan lejos, al mismo tiempo, del éxito y del fracaso. Depende de nosotros.

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