Un vagón vacío de ideas
Durante la última campaña presidencial el entonces candidato Gabriel Boric solía repetir que bajo su gobierno el ámbito cultural sería prioritario, central, sosteniendo con énfasis la importancia que, para él, en lo personal, significaba un asunto particularmente relevante. Hubo cita con artistas destacados, encuentros con el mundo del teatro, otros tantos con escritores y una lluvia de fotos con figuras más o menos conocidas que demostraban vínculos de cercanía y afecto. Las propuestas eran ambiciosas, pero concordantes con las aspiraciones de un sector político, el del Frente Amplio -que desembarcó en la cartera en primera instancia- que aseguraba conocer con exactitud cómo mover los hilos para que el vagón de cola que siempre ha sido cultura dentro de la institucionalidad, dejara de serlo. De hecho, esa metáfora, la del vagón de cola, fue varias veces utilizada por el candidato para referirse al tema. La cultura es algo complejo, repetían los militantes especializados en entrevistas y declaraciones; lo hacían con el tono del maestro que da su lección a unos alumnos aun ignorantes, no como los políticos, cuyo rol es ofrecer con claridad una solución a un problema, demanda o carencia. El candidato ganó, asumió el gobierno, pero las cosas nunca fueron como prometieron que serían. La inoperancia se dejó sentir de inmediato: una invitación a la Feria del Libro de Buenos Aires pésimamente gestionada; otra a la Feria del libro de Frankfurt, rechazada; un consejo del libro en donde las renuncias por malos tratos de las nuevas autoridades se sucedían como fichas de dominó cayendo; descoordinación y desinformación sobre el pabellón de Chile en la Bienal de Arte de Venecia; paros y huelgas de las bibliotecas y museos; crisis de financiamiento en fundaciones a las que nadie les prestaba atención. Esto solo en los primeros meses. Cada uno de estos asuntos solo cobró importancia para el ministerio cuando la prensa los informó públicamente. No antes.
Uno de los argumentos que los propios frenteamplistas daban para no aceptar la invitación a Frankfurt -aunque a la larga tuvieron que desdecirse- fue que había muchas necesidades en el país y que era muy caro, es decir, un argumento propio de las ultraderechas -elige entre un pan o un libro- cuando busca recortar instituciones estatales. En paralelo a esta suma de despropósitos, fundaciones como ProCultura recibían más dinero público que el percibido por la mayoría de los centros culturales. A nadie le parecía que una situación así merecía la pena una reflexión o un debate. La reacción de parte del oficialismo cada vez que estos hechos y contradicciones fueron expuestos fue el ataque personal y el acoso virtual a quien las planteaba.
De un gobierno de orientación progresista lo obvio habría sido un énfasis en el fortalecimiento del Estado, y por tal cosa también cuenta el que la ciudadanía perciba su rol como necesario y beneficioso para sus vidas. Esto no ha ocurrido en muchas áreas, pero particularmente en lo que se refiere a cultura. En alguna ocasión se lo comenté a una autoridad del sector, quien me respondió que en realidad no sabían cómo operaba el Estado cuando llegaron a la cartera, y que era un elefante muy pesado de mover. Puede que me equivoque con el animal con el que lo comparó, lo curioso es que la manera en que me lo dijo tenía una dosis enorme de autocompasión y ningún viso de autocrítica.
Tras la última cuenta pública del Presidente Boric quedó claro que la meta del aumento de la inversión pública en Cultura no alcanzará el 1% del presupuesto bajo su mandato, como había prometido, aunque la acrobacia retórica usada en el discurso no lo dejase en claro. Los avances legislativos de los proyectos de patrimonio, artes visuales y archivo no son suficientes como para que se concreten en ley en lo que resta del período; tampoco hay claridad sobre si se cumplió la meta de un proyecto de escuela artística por región. Hace un año el Presidente anunciaba la reactivación de la construcción de la gran sala del GAM, detenida desde 2018, pero aún no existe claridad sobre la continuidad del proyecto; tampoco existe una fecha precisa para la puesta en marcha del llamado “pase cultura” anunciado en 2024, un apoyo directo en dinero para jóvenes de familias de bajos ingresos y adultos mayores. La fórmula para asignar los 50 mil pesos a los beneficiados ya estaría aprobada, aunque no ha habido anuncio al respecto. Es justo celebrar el éxito de los días de los patrimonios, como lo hizo el Presidente Boric, y anunciar una nueva fecha, pero esa fue una idea ajena, y lo que se espera, además de celebrar las buenas ideas del pasado, es presentar las propias para construir futuro: en estos casi cuatro años esas ideas no se han visto. Tampoco ha habido una exposición memorable, ni programado una puesta en escena teatral que brille por su originalidad. Han sido años culturalmente opacos. El anuncio de revitalizar la Feria Internacional del Libro de Santiago hecho en La Moneda tampoco prosperó. Ni siquiera los debates y discusiones han estado a la altura, basta recordar el bochornoso episodio del Centro Parque de Valparaíso, un espacio en crisis financiera terminal, con una gobernanza colapsada, hasta donde el Presidente y la ministra llegaron a inaugurar una exposición por la que se cobraba entrada. Ni qué decir del caso de las casas presidenciales, un proyecto que involucraba a Cultura.
El vagón de la cultura no solo sigue siendo el último, peor que eso, pasó a representar otra faceta más de un Estado del que hay que desconfiar, porque sirve solo a algunos; porque lejos de ofrecer una vida mejor, lo que brinda es una inagotable lista de motivos para frustrarse y desconfiar, sobre todo cuando desde el gobierno nadie se hace cargo de los compromisos que se han roto o que han sido traicionados.
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