Una elección que estará definida por los votos prestados

La presente campaña presidencial ha sido probablemente la más compleja y extenuante a la que se han enfrentado los votantes desde el retorno a la democracia, tensionados por posturas de extremos, descalificaciones personales y donde tampoco han faltado los giros sorpresivos, tal como lo muestra esta segunda vuelta, donde ninguna de las dos grandes coaliciones ha pasado con su candidato propio.
A pesar de que en apariencias nos encontramos en un ambiente de alta polarización en la sociedad, los resultados de primera vuelta indican que la mayoría privilegió miradas menos extremas, lo que se refleja en que ninguno de los candidatos al balotaje obtuvo mayorías contundentes. Los abanderados han tomado nota de ello, y en este mes de campaña fue evidente que se vieron en la obligación de retirar o moderar algunas de sus propuestas programáticas. Así, hay una conclusión evidente, y es que quien gane necesariamente lo hará con votos prestados, y por tanto deberá asumir que su triunfo está sostenido sobre la base de fuerzas más moderadas.
Este giro a la moderación de los programas no es, sin embargo, garantía suficiente de que la tarea ya está cumplida. Es evidente que nuestra política está polarizada y ello se ha reflejado no solo en las dificultades para llegar a grandes acuerdos en torno a las reformas que el país demanda, sino también en el hecho de que las principales fuerzas optaran por decantar en quienes representaban en primera vuelta opciones más extremas. De allí que no solo se trata de que los candidatos actúen sobre la lógica de visiones más moderadas, sino también es fundamental que los propios parlamentarios así como los partidos comprendan la importancia de actuar en consonancia con este nuevo escenario emanado de las urnas, que exige ante todo cordura. De no ocurrir así, es previsible que la crisis política podría agudizarse y hacer muy difícil la gobernabilidad, y con ello atentar contra el anhelo ciudadano de lograr una mayor estabilidad.
En materia económica el país también atraviesa por un complejo escenario, resultado sobre todo de las políticas populistas que han emergido con fuerza en los últimos dos años, las que han terminado por minar la confianza de los inversionistas y han generado una masiva salida de capitales. La ciudadanía ya nota que el acceso al crédito hipotecario se ve ahora más restringido, en buena medida por el desbarajuste que se produjo en el sistema financiero a raíz de los masivos retiros desde las AFP, y siente también el golpe de la mayor inflación.
Las espectaculares tasas de crecimiento que se han visto en los últimos meses obedecen en buena medida a las favorables condiciones que han producido estas masivas inyecciones de liquidez en la economía, así como por los estímulos fiscales, principalmente el IFE. Pero estas holguras, tal como ya lo anticipa el Banco Central, comenzarán a menguar el próximo año, y es previsible que al ya no contar con un IFE comiencen a aumentar los índices de morosidad y el acceso al crédito se vea más restringido.
Las actuales cifras, así como las proyecciones del Banco Central, no indican que se avecina una crisis económica, pero de no tomarse las medidas correctivas el país puede derivar fácilmente en ello. Es fundamental entonces que cualquiera sea el candidato que triunfe, rápidamente envíe señales de que se pondrán en marcha políticas en favor del crecimiento y que no se seguirá introduciendo más ruido mediante reformas que profundicen la incertidumbre. Así también, cabe esperar que el nuevo Congreso abandone las políticas populistas y no vuelva a caer en la tentación de impulsar gastos irresponsables o de insistir en iniciativas que debilitan la certeza jurídica.
Así, quien gane estas elecciones tiene en sus manos la responsabilidad de aprovechar sabiamente la oportunidad que le brindarán los votantes, honrando el compromiso que ha tomado con los electorados de atenerse a un programa más moderado.
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