Vanidad académica



SEÑOR DIRECTOR:

En su “Respuesta a Alfredo Joignant por sus críticas contra Lucy Oporto”, Pablo Ortúzar ofrece algunas reflexiones muy pertinentes acerca del sinsentido que supone trasladar los criterios de validación de la investigación académica a la discusión pública.

Por mi parte, quisiera añadir lo siguiente: como ya advertía Aristóteles, la posesión de una ciencia o un arte no vuelven necesariamente a una persona prudente. La historia intelectual está llena de ejemplos que confirman este aserto, pues no hay tiranía o despropósito político que los académicos, artistas y/o intelectuales no se hayan prestado, a veces incluso atropelladamente, para defender: Heidegger adhirió al nazismo, Neruda escribió una oda a Stalin, Foucault celebró la revolución iraní y Murray Rothbard (si acaso es un intelectual) defendió la compraventa de niños. De ahí que pueda ocurrir que alguien tenga muchos conocimientos y herramientas teóricas -por ejemplo, las de la sociología- y sea, sin embargo, incapaz de restar su apoyo a una propuesta constitucional descabellada o se deje deslumbrar por las motivaciones políticas que un criminal expone en una entrevista. A la inversa, bien puede ser el caso que alguien que carece de toda educación formal sepa advertir perfectamente los embustes y despropósitos políticos.

Así las cosas, bien puede ser el caso que Lucy Oporto haya ofrecido reflexiones más juiciosas, perspicaces y agudas que todo el ejército de doctores que deciden ignorarla, mientras se lisonjean entre sí en redes sociales.

Felipe Schwember

Faro UDD

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