… y vamos viendo
“Para estar conmigo no tenemos que tener un programa, tenemos que tener rabia”.
Es una de las frases célebres de Víctor Lapudre, el personaje paródico del humorista argentino Pablo Picotto.
Y es la frase que mejor describe el discurso predominante en esta campaña 2025. Uno que se resume en que: 1) Chile se cae a pedazos, y 2) Yo sé cómo resolverlo. No me preguntes detalles. No te voy a dar ninguna explicación convincente de cómo hacerlo. Pero sí voy a expresar tu enojo.
Y entonces, en vez de presentar un plan racional de gobierno, lancemos anzuelos para ese “voto bronca” que parece la llave para ganar elecciones.
“Para luchar contra la gente mal es necesario que estemos unidos todos los que nos sentimos gente bien”, dice Lapudre.
Y así, de los “verdaderos chilenos” de 2023 pasamos a los “parásitos” y los “atorrantes” de 2025. La gente bien contra la gente mal. Porque, Lapudre dixit, “la política te chupa un huevo. Lo que vos querés, es tener razón. Y yo te la doy”.
Para tener razón, no podemos detenernos en nimiedades.
La delincuencia no es un asunto complejo y multifactorial. No. Es un problema fácil de resolver. Sólo hace falta mano dura. Voluntad, firmeza, carácter.
Si uno propone cárceles en el desierto, el otro contrataca con cárceles en islas, y pronto ya estamos en cárceles–barcos y cárceles subterráneas. Si uno habla de “cerrar la frontera” (una frase que no significa nada), seguimos con las minas antipersonales, las antitanques y con quitarle “La Paz” a la “capital” de Bolivia (una lección de geografía, por el amor de Dios).
Nada de eso es viable ni soluciona problema alguno. Pero sirve para ponerse la estrellita de sheriff en la solapa, hablar con pose de tipo duro y disparar a quemarropa: “ley marcial”, “bala o cárcel”, “estado de sitio”.
Ahí aparece el latiguillo final de cada rutina: “Soy Víctor Lapudre. Por qué no me das tu voto… y vamos viendo”.
Vamos a sacar de Chile a todos los inmigrantes irregulares. Son cerca de 330 mil hombres, mujeres y niños. ¿Cómo vas a ubicar y detener a esa cantidad de personas, siete Estadios Nacionales repletos? ¿Cómo los vas a expulsar, hacia países que se niegan a recibirlos?
No importa. En el discurso de los candidatos, en una frase estos inmigrantes son sanguinarios delincuentes. En la siguiente, son mansos corderitos que se subirán voluntariamente a miles de aviones, obtenidos quién sabe cómo, rumbo a quién sabe dónde, e incluso tendrán la gentileza de pagar sus propios pasajes.
“Por qué no me das tu voto… y vamos viendo”.
Vamos a eliminar todos los impuestos imaginables: contribuciones, dicen varios; impuestos a las empresas, agregan otros; a las transacciones bursátiles, a los combustibles, al TAG. ¡Mejor eliminemos el IVA! Todo esto, sin cortar beneficios sociales. Los números no aguantan. A quién le importa.
“Por qué no me das tu voto… y vamos viendo”.
Vamos a subir el sueldo mínimo a 750 mil pesos. Bueno ya, mejor le vamos a poner “ingreso vital”. Más sueldo mínimo, más subsidios a empresas ya subsidiadas, más transferencias directas. Más de todo. Sin subir impuestos, claro. La multiplicación de los panes versión laica.
“Por qué no me das tu voto… y vamos viendo”.
Vamos a cortar 6 mil millones de dólares en gasto fiscal. Adivinen: sin tocar beneficios sociales. Todos los expertos dicen que no es posible. No importa: el candidato se niega a explicar su fórmula. No hay cifras, ni siquiera estimaciones vagas de cómo lograr tal hazaña. Es cosa de voluntad, nos explican.
“Por qué no me das tu voto… y vamos viendo”.
La verdad es que no tienen la más mínima idea.
Y es que nuestro ramillete de ocho candidatos brilla por su falta de currículum para entender (ni hablemos de implementar en el mundo real) las medidas mágicas que prometen.
Las dos mujeres en liza son las únicas con experiencia de gobierno. Evelyn Matthei fue ministra del Trabajo y alcaldesa de Providencia. Jeannette Jara fue subsecretaria de Previsión Social y, también, ministra del Trabajo.
Los otros, los seis hombres, nunca han estado a cargo.
Tres fueron parlamentarios: José Antonio Kast, Johannes Kaiser y Marco Enríquez-Ominami. No demostraron allí mayores talentos en el arte de gobernar. No lideraron consensos ni sacaron grandes reformas adelante. No hay una Ley Kast, una Ley Kaiser o una Ley ME-O que puedan enarbolar con orgullo.
Lo suyo es el lapudrismo: “Tu bronca merece a alguien que la alimente en los medios todos los días. Ahí estaré, gritando adjetivos, diciendo que todo está mal, faltando a mis sesiones por no perderme un solo móvil de noticieros. Porque sé lo que te gusta, porque sé que estás convencido de que mostrarse más indignado es parecer más comprometido”.
Marco se hizo famoso como el díscolo, el niño rebelde de la Concertación. Kast lideró batallas fundamentalistas, en rechazo a la píldora del día después y el acuerdo de unión civil. Kaiser enarboló causas conspiranoides como las mentiras sobre las vacunas.
Mucho ruido, ninguna nuez.
Los demás nunca han ejercido cargos públicos.
Tampoco hay, entre estos ocho, grandes lumbreras profesionales. Y, pese a todo el bla bla de sus campañas sobre el emprendimiento, ninguno de ellos ha destacado tampoco en el mundo de la empresa privada.
Kaiser fue eterno estudiante sin lograr ningún cartón y, según cuenta, trabajó en oficios como camarero, vendedor y recepcionista, antes de hacerse un nombre como youtuber. Parisi tampoco tiene una carrera empresarial destacada, salvo la administración de un colegio que terminó en denuncias y escándalos. Mayne-Nichols sí tuvo un cargo ejecutivo, aunque en un mundo muy acotado: el fútbol.
Por decirlo en una frase: si los candidatos fueran seleccionados por un head hunter, la gran mayoría de estos ocho jamás hubiera llegado ni a la primera entrevista, por no tener las competencias mínimas para el cargo.
Paradojalmente, la principal crítica de los candidatos al actual presidente es precisamente esa: la de ser un gobierno en práctica. Pero sus perfiles son muy parecidos al de Boric cuando llegó a La Moneda.
“A menudo la gente me pregunta: ‘Víctor, qué hay que hacer para solucionar los problemas del país”. Su respuesta: “ni idea, yo no goberné nunca”. Pero esos son detalles:
“No hace falta que creas en nada; con que estés recaliente a mí me basta y me sobra”.
El lapudrismo la lleva. Harto eslogan vacío, harta bronca, harto adjetivo, harta frase maniquea de buenos contra malos.
¿Y si ganamos, cómo gobernamos el país? Bueno… y vamos viendo.
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