Paula

Así salvé mi vida

Hace ocho meses la fotógrafa de Paula Carolina Vargas comenzó a sentir que su corazón latía demasiado rápido. Alarmada, recurrió a varios médicos sin que ninguno lograra darse cuenta de que tenía un hipertiroidismo desatado, que puede ser mortal. Este, su testimonio, refleja los devastadores peligros de una enfermedad silenciosa, la incapacidad de seis médicos para diagnosticarla, pese a que solo se requiere un simple examen de sangre, y cómo su entrenado ojo de fotógrafa le salvó la vida.

Paula 1125. Sábado 6 de julio de 2013.

Una mañana de octubre de 2012, me levanté como todos los días, a las 5:15 AM, para ir a mi clase de yoga bikram. Pero, al poner los pies fuera de la cama, sentí que caminaba con dificultad, como si lo hiciera sobre piedras.

Siempre he sido una persona sana. Como saludable, no fumo, practico yoga y troto con mi marido entre 5 y 7 kilómetros diarios. El deporte y la fotografía son mis pasiones. A mis 51 años mi cuerpo funcionaba como un reloj maravilloso y perfecto, hasta que empecé a notar algunas cosas extrañas: se me estaba cayendo el pelo más que de costumbre; cuando me peinaba me quedaban mechones en la mano. Pensé que estaba un poco estresada así es que no le di importancia.

Tampoco me preocupé mayormente por ese dolor de los pies. La molestia pasó al cabo de un rato, así es que continué con mi rutina de siempre: después de mi clase de yoga a las 6 AM, me fui a la revista a trabajar como fotógrafa como lo vengo haciendo desde hace más de 25 años. Como a las siete de la tarde volví a mi casa en Bellavista caminando, comí con mi marido y mis dos hijos de 20 y 22 años y me fui a dormir temprano. De la molestia no volví a acordarme, hasta que apareció el siguiente síntoma.

ME DUELE EL CORAZÓN

En enero de 2013 me fui a Algarrobo a veranear a la casa de mi mamá, y trotando comencé a sentir que me dolía el pecho. Era un ardor muy raro, como si me raspara. Seguí corriendo ese día y los siguientes, pero como la  molestia se hizo cada vez peor tuve que bajar la marca a solo 3 kilómetros porque me cansaba. Era extraño; yo había participado en maratones, corriendo los 10 k, y nunca me había faltado el oxígeno.

Cuando volví a Santiago, cada vez que corría me dolía el pecho. Se sumó a ello un dolor en la mandíbula y una gran agitación del corazón. Jadeaba. Pero continué trotando. No quería que el malestar me ganara. Después de un par de semanas el dolor no solo persistió sino que aumentó: me asusté y pedí hora al cardiólogo. Pensé que podía ser algo al corazón, ya que muchos en mi familia habían sufrido de ataques cardiacos.

TEMBLOR EN LAS PIERNAS

El 19 de febrero de 2013 me recibió el cardiólogo de una clínica privada y cuando le conté los síntomas pensó que era una angina. Se preocupó tanto que me dejó internada por un día y una noche y me practicaron una coronariografía –un examen invasivo, en que se introduce una cámara para mirar las arterias coronarias– para ver si tenía una arteria tapada. No encontraron nada anormal. También me hicieron una radiografía de tórax, un electrocardiograma y un ecocardiograma. Los exámenes de sangre –hemograma y VIH con los que midieron los eritrocitos, hematocrito, hemoglobina, leucocitos– solo arrojaron una leve anemia. El doctor, sin embargo, siguió pensando que era una angina y me mandó a la casa con licencia por tres días; la última vez que había tenido una licencia había sido hace 20 años, con mi último embarazo. También me dio a tomar una vez al día ecotrín de 100 mg, una especie de aspirina recubierta que le dan a la gente que tiene problemas de irrigación sanguínea.

"¿Qué habría pasado si no investigo por mí misma lo que seis especialistas no supieron diagnosticar? Ahora tengo algo claro: lo importante que es ser un paciente informado y lo fácil que sería descubrir un problema a la tiroides si los médicos incorporaran a su chequeo de rutina el examen de sangre que lo detecta".

Yo, que no iba nunca al doctor, que si me dolía algo tomaba flores de Bach y homeopatía, empecé a sentir molestias en el estómago a causa del medicamento. No me quedó otra que seguir tomándolo si quería volver a trotar. Pero a fines de febrero, apenas retomé el deporte, las molestias volvieron.

Esta vez comencé a investigar por mi cuenta. Averigüé acerca de la angina en google y sobre si era posible que no apareciera en los exámenes. ¿Qué otras enfermedades podrían estar produciéndome los dolores en el pecho al correr? Eran tantos los diagnósticos que arrojaba internet que me empecé a angustiar.

Pero no me paralicé. Seguí trotando para sondear si el dolor seguía ahí, pero ocurrió que, además de sentir la molestia al corazón, comenzó a dolerme el brazo izquierdo. Días después, además, comenzaron a temblarme las piernas cuando me levantaba de la cama o de una silla. Definitivamente, algo me pasaba.

Dejé el ecotrín y volví a buscar en google. Así descubrí que existía una especie de reflujo llamado pirosis que coincidía con mis síntomas. El dolor solía originarse en el pecho y se irradiaba al cuello, garganta y mandíbula, produciéndome molestias al corazón. Entonces dije: "A lo mejor tengo esto". Volví a la misma clínica privada donde había visto al cardiólogo, esta vez para encontrarme con el doctor que antes, a los 30 años, me trató unas úlceras, la única enfermedad que había tenido en mi vida. El 1 de marzo este me sometió a una endoscopia, otro examen invasivo en que se introduce una cámara para observar el aparato digestivo alto. El resultado arrojó que yo no tenía nada.

HOMEOPATÍA Y BOCHORNOS

Doce días después de ese último examen, el 13 de marzo, tomé hora con un iriólogo que una amiga me había recomendado. El doctor me miró y me dijo que tenía toxinas en el cuerpo. Y me recetó unas gotas de homeopatía que empecé a tomar. Volví a trotar para chequear cómo estaba. La molestia al corazón persistía en cuanto empezaba a correr. Y también los temblores, que me daban sobre todo cuando estaba de pie. Decepcionada, dejé de tomar las gotas. Otra amiga me recomendó ver a un médico antroposófico, una corriente alternativa que diagnostica y trata la enfermedad como un evento biográfico relacionado con el cuerpo, alma y el espíritu de la persona. Cuando lo visité, el 22 de marzo, le conté del corazón, de los temblores, del problema al brazo. El doctor me miró detenidamente.

–Es obvio que tienes un problema cardiaco, pero me parece que el origen puede estar en los riñones–, me dijo. Luego me recetó 5 frascos de homeopatía. A la semana de empezar a tomarlas éstas lograron calmar  un poco las arritmias y temblores, pero me tocó hacer un viaje a Uruguay por la revista, la semana del 25 de marzo y, cuando ocupé el gimnasio del hotel para hacer ejercicios, constaté que las molestias persistían.

Pensé que lo mejor era nadar para no sobrecargar al corazón. Pero tampoco me sentí bien. Dentro de una piscina temperada experimenté fuertes palpitaciones, me faltó el oxígeno. Se sumó, además, otro síntoma: sin estar a altas temperaturas ni  nerviosa, me empezaron a venir unos calores sofocantes. Sentía que me estaba incendiando por dentro y me mojaba entera. "Ok, me debe estar llegando la menopausia", pensé.

Al volver a Chile los temblores se hicieron más intensos Ahora era todo mi cuerpo el que tiritaba, y permanentemente. El dolor de pies se acrecentó. Asustada, el 4 de abril, decidí consultar a otro cardiólogo, ahora de la salud pública. Le llevé todos los exámenes que me habían hecho en la clínica privada. Él hizo una junta médica con sus colegas.

–Los cardiólogos encuentran que tienes el corazón perfecto–, me dijo esa tarde.

USTED TIENE FIBROMALGÍA

Los primeros días de mayo comenzó a dolerme el cuerpo: todas las articulaciones y los músculos. Tomaba la cámara y me tiritaban las manos. Ya que mi corazón, decían los especialistas, estaba sano, el 10 de mayo visité a un reumatólogo. El médico presionó algunas partes del cuerpo que me dolieron demasiado. Finalmente me dijo: "Usted tiene fibromialgia, así es que tómese este relajante muscular en la noche y luego vuelva porque le voy a dar antidepresivos, que forman parte del tratamiento".

Me llevé el relajante muscular a mi nuevo viaje de trabajo, esta vez a Quito, pero me negué a tomar antidepresivos. El relajante muscular me lo tomé todas las noches durante esos 10 días que estuve fuera, según había prescrito el médico, y también las gotitas del doctor antroposófico. Pero en Ecuador hice crisis. Se me habían calmado las molestias al corazón, pero fue el lugar donde más me dolió el cuerpo. Estábamos a mediados de mayo y yo les pedía a mis compañeras de viaje que me despertaran media hora antes para empezar a levantarme, porque  por las mañanas parecía una viejita. No podía pisar y me dolían las manos. A 2.850 metros de altura, en Quito, tomaba fotos con dolor, tenía el pulso pésimo y taquicardias recurrentes.

Estaba claro, no pasaba nada con el relajante muscular. Así es que pensé: "Ok, tengo varias enfermedades: tengo Parkinson, me va a llegar la menopausia y tengo un problema cardiaco. ¡Estoy al borde de la tumba!".

En el aeropuerto, esperando el avión que nos traería a Chile el 20 de mayo, comenzamos a revisar fotos con la periodista y la productora. En una, salíamos con mis compañeras en una tienda de sombreros. Me quedé helada.

–¡¡¿Qué tengo en el cuello?!!– les pregunté.

Ellas me miraron sin entender.

–¡Tengo una pelota enorme!

Haciendo zoom a la foto lo confirmé. "Eso es como bocio", me dijo la periodista. Me metí a internet, busqué "bocio" y en cuanto hice clic, me salió la foto de un cuello muy parecido al mío: grueso y con una pelota en el medio. La fotografía estaba asociada a una enfermedad de la tiroides.

No lo podía creer. Tenía todos los síntomas que ahí aparecían: calor excesivo, dolor muscular, temblor, taquicardias. Seguí buscando en google y llegué a un reportaje que fue publicado en Paula sobre los trastornos tiroideos. Todo calzaba.

Apenas llegúé a Chile me puse a llamar a los endocrinólogos que aparecían en el reportaje. Algunos no tenían hora hasta 2014. Pero, gracias a mi insistencia y que a un paciente le suspendió una hora, conseguí un cupo con la endocrinóloga Lorena Mosso. Con mi marido salimos ese día a correr y yo como no podía, caminé haciendo el mismo circuito. De pronto, me bajó una pena tremenda. No había perdido el control hasta ese momento, en que lloré por primera vez. Llevaba siete meses sintiéndome pésimo. Estaba aburrida de estar enferma, de no saber por qué me sentía así y si alguna vez volvería a ser la de antes.

TE PODRÍAS HABER MUERTO

Al día siguiente, apenas entré, la doctora Mosso me miró las manos:

–Es cosa de verte, tienes un problema feroz a la tiroides–, aseguró. Me mandó a hacerme exámenes de urgencia: una ecografía y un examen de sangre común y corriente que mide las hormonas tiroideas, T3 y T4, y los anticuerpos antitiroideos.

Una semana después, con los exámenes en la mano, la endocrinóloga dio su diagnóstico: hipertiroidismo grave.

La tiroides es una glándula del sistema endocrino que tiene forma de mariposa y se ubica en la parte delantera del cuello, bajo la nuez de Adán. Regula el metabolismo; es decir, el ritmo de los procesos corporales.

Las mujeres sufren 7 veces más desórdenes de tiroides, glándula que controla el metabolismo. La enfermedad tiroidea suele aflorar en tres etapas puntuales: durante la adolescencia, el embarazo y la menopausia, momentos en que conviene chequeársela.

Hay dos enfermedades frecuentes relacionadas con el mal funcionamiento de la tiroides: el hipotiroidismo, cuando secreta muy pocas hormonas y el hipertiroidismo, cuando emana un exceso. En el hipertiroidismo el metabolismo se acelera causando una descompensación evidente: se cae el pelo, causa anemia, hay pérdida brusca de peso, aparecen estados angustiosos, temblor de manos, sudoración, pulso acelerado, alteraciones menstruales, los párpados se retraen y los ojos se salen. Cuando es grave puede llegar a causar fiebre, ansiedad, sicosis, convulsiones, afección del nervio óptico, hasta coma.

–Te podrías haber muerto de un ataque en cualquier momento–, me dijo la doctora Mosso. Según la especialista, mi corazón bombeaba como si yo estuviera haciendo ejercicio todo el día, toda la noche, por eso el peligro del infarto. Debido a eso sentía que el corazón se me iba a salir. Según ella, había visto muchos casos pero no uno de mi gravedad y tampoco que una paciente se lo haya autodiagnosticado. Mi problema se convirtió en uno de sus casos de estudio. La doctora no lo podía creer.

–¡Cómo nadie te mandó a hacer un examen de tiroides!–, me dijo.

Desde que recibí el diagnóstico de hipertiroidismo inicié un tratamiento que me tiene en una suerte de sala de espera: si no se normalizan mis niveles en seis meses, me van a tener que sacar la tiroides. Voy a tener que tomar un remedio para toda la vida. El tratamiento consiste en tomarme una pastilla de thyrozol cada 12 horas y una de propanolol cada 8. Apenas empecé a hacerlo se me quitaron los dolores musculares. Los bochornos persisten pero con menor intensidad. Y me duelen menos las manos y los pies. El pelo se cae menos también. Me siento 60% más aliviada. El corazón sigue un poco acelerado. Esto es difícil de regular. Ya no troto. Si corro para cruzar la calle al filo del semáforo ya me empieza a molestar.

Lo que me preocupa ahora son mis ojos porque me lagrimea mucho el ojo derecho por la mañana y, según lo que me dijo la doctora, puedo tener un daño ocular que es típico del hipertiroidismo. Ella me pidió que una vez que me estabilice, vea a un oftalmólogo experto en la tiroides para ver el grado de daño y evitar que se inflamen los músculos que están detrás del globo ocular y los ojos se pongan saltones. Para mí, la vista es vital. Trabajo con mis ojos.

En el hipertiroidismo el metabolismo se acelera causando una descompensación: se cae el pelo, hay pérdida brusca de peso, aparecen estados angustiosos, temblor de manos, anemia. Cuando es grave, como fue el caso de Carolina Vargas, puede llegar a causar fiebre, ansiedad, sicosis, convulsiones, hasta coma.

Reflexionando sobre lo vivido, ahora pienso: consulté a seis especialistas y ninguno sospechó que la tiroides podía estar fallando. ¿Qué hubiera pasado si no investigo por mí misma lo que los médicos no supieron diagnosticar? Este peregrinaje por consultas me dejó algo claro: lo importante que es ser un paciente informado y lo fácil que sería diagnosticar un problema a la tiroides si los médicos incorporaran este examen –una sencilla muestra de sangre– en sus chequeos de rutina. Te puedes infartar por un problema a la tiroides y yo vine a saberlo recién ahora. En mi familia no había antecedentes, salvo una tía que se operó de bocio. Nunca me había chequeado la tiroides, desconocía la influencia que tiene en el cuerpo.

* TIROIDES: MAL DE MUJERES

Las mujeres sufren 7 veces más desórdenes a la tiroides que los hombres y en Chile la enfermedad tiroidea tiene mayor prevalencia que en otros países, según la última encuesta nacional de salud 2010, que detectó este trastorno en cerca de 20% de la población. "Pero muchas veces no se detecta porque el examen TSH que mide la cantidad de la hormona estimulante de la tiroides en la sangre, no está contemplado en los análisis habituales de screening médico, a menos que se trate de recién nacidos o de que el doctor lo indique", explica la endocrinóloga Lorena Mosso.

Estos trastornos son progresivos y sus síntomas suelen confundirse con otras patologías, como ocurrió con Carolina Vargas. "Era evidente su estado. Estaba adelgazada y al darle la mano se notaba la piel húmeda y fina. Además, tenía los ojos edematosos y su tiroides se dibujaba en su cuello a simple vista. Lo que falló en su caso fue la sospecha clínica. No se pensó en tiroides y no se pidió la TSH, pudiendo haber llegado a un cuadro extremo de exceso llamado 'tormenta tiroidea' en que el paciente puede llegar a tener riesgo vital", explica.

La doctora observa que la enfermedad tiroidea suele aflorar en etapas puntuales: durante la adolescencia, el embarazo y la menopausia, periodos en que los cambios hormonales hacen que la tiroides modifique sus niveles de producción, por lo que la necesidad de ajuste hormonal es mayor. "La adolescencia es un volcán hormonal y la menopausia, un momento de caída", señala. Por eso se recomienda realizar chequeos preventivos en esas etapas. La prevalencia de la enfermedad tiroidea aumenta con la edad y tiene su peak a los 45 años.

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