¿Cambiar cuesta mucho o no cuesta nada?

El cambio es una constante en la vida. Genera expectativas y también, miedos. ¿Una persona cambia cuando quiere? ¿O hay situaciones que la empujan a hacerlo? ¿Por qué, para algunos, algo imprevisto puede ser estimulante, mientras que a otros les resulta catastrófico? Según la psicóloga Patricia Gallero, supervisora de Práctica Clínica de la Unidad de Promoción de la Salud Psicológica (UPS) de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), “tiene que ver con diferencias individuales y rasgos de personalidad, con una disposición diferente, aunque a todos nos cuesta cambiar”.
Por lo visto, el ser humano necesita certezas y sus rutinas diarias lo tranquilizan. “Demasiada estabilidad da la sensación de control, de poder planificar, predecir. Da una ilusión de disponer de... Aunque es una ilusión, porque esta pandemia nos ha dado vuelta todo”, comenta Gallero. “Cuando algo modifica una situación, hay que hacer un esfuerzo, tomar conciencia de lo que pasa. Este 2020, muy diferente a años anteriores, hemos tenido que crear estrategias para hacer frente a una nueva realidad. Lleva un tiempo el adaptarse. No es tan fácil”.
Un sondeo de la Universidad de Duke (EE.UU.) concluyó que el 40% de los actos diarios no responden a decisiones, sino que a hábitos. “La vida está llena de costumbres, de ir repitiendo acciones. Uno se cambia de casa y puede llevarle unas semanas adaptarse, por ejemplo, desplazarse por tales calles para ir al trabajo. Hay ciertas conductas con las que se enfrenta a los desafíos cotidianos. Lo que funciona, se repite. Es por eso que cuando hay que encarar algo nuevo, eso genera ansiedad y preguntas como: lo podré hacer?’”.
En cuanto al Covid-19 y medidas como el confinamiento, alguna gente las ha vivido como pérdidas; mientras que para otros, han sido aprendizajes. “La pandemia ha remecido todo, desde algo tan doméstico como el aseo de las prendas o de la casa, pasando por las formas de trabajo (en el caso aquellos que lo conservan). Hay muchos quienes han tenido que reinventarse. Por ejemplo, antes tenían un kiosco y ahora hacen delivery”, sostiene Gallero. Las relaciones también se han visto afectadas. “Si alguien demostraba su cariño abrazando a un ser querido, o su aprecio a una colega invitándola a tomar un cafecito, ahora no puede hacerlo”.
Otro tema es la motivación. Por ejemplo, un iracundo realmente tiene que “tener ganas y esforzarse para cambiar”. Es algo que lleva tiempo, porque se trata de modificar comportamientos que ha repetido por años, o sea, que han ido moldeando su personalidad. “Quizá el ambiente lo refuerza. La persona puede pensar: ‘la gente me hace más caso cuando me enojo’. El manejo de la ira es un camino largo. Tiene que ver con aspectos más profundos, con la capacidad de control de las emociones. ‘¿Por qué se me sale de las manos?, ¿qué me pasa cuando me frustro?’. Cambiar implica que tomar conciencia y reflexionar, ya que las conductas impactan en la vida y afectan a otros”.
Resistencias, crianzas y actitudes
Gallero dice que aunque el cambio provoque resistencia, porque tenemos miedo a lo desconocido, es inevitable. “Lo vemos en nuestros cuerpos, en el crecimiento de nuestros hijos”. Mucha veces, la gente cambia por un accidente, una crisis, una pérdida. Una separación puede que haga cambiar a alguien, porque “le abre un espacio que no tenía o puede ser la manifestación de un cambio. Otros eventos más cotidianos también, como la maternidad: hay mujeres que dicen que ven las cosas de otra manera o que ahora se cuidan más”.
¿Cuál es el impacto de la crianza? “Uno tiende a replicar lo que ha aprendido, porque como niño lo que decían las figuras de autoridad era ‘una verdad’”. Es decir, si un individuo se crío con terror a los gérmenes o a las caídas, puede que infunda ese temor en sus hijos. Pero también puede que opte por lo contrario. “Las personas con mayor desarrollo personal buscan otros caminos”.
Alguien que vivió una infancia con mudanzas constantes, por ejemplo, “desarrolla necesariamente una capacidad de adaptación, de flexibilidad, de habilidades sociales para ajustarse rápido a nuevos entornos y personas”, enumera Gallero. Como contraparte, en el futuro puede convertirse en una persona ansiosa, “ya que un niño necesita estabilidad. Afectivamente se blinda, porque de otra forma es muy doloroso, tendría que hacer frente a una cantidad de duelos tremenda”.
Wayne Dyer, el fallecido autor de Tus zonas erróneas (1976), dijo: “Si cambias la forma en que miras las cosas, las cosas que miras cambian”. Su influyente best seller es una invitación al cambio, a “emprender el duro trabajo de ser responsable por uno mismo y comprometerse con la propia felicidad”. Entre otras cosas, abandonar comportamientos dañinos, como quedarse en una relación que no funciona, por miedo a la soledad o no correr riesgos, por temor al fracaso.
“Puedes mirarte a ti mismo con ojos nuevos y abrirte a nuevas experiencias que nunca llegaste a pensar que podrían estar dentro de tus posibilidades como ser humano o puedes seguir haciendo las mismas cosas, de la misma manera, hasta que te entierren”, escribió Dyer en sus páginas. ¿Acaso no es esto último lo peor que podría pasar?
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