Paula

Convertí mi hobby en mi trabajo

p1 (2)

De chica hice atletismo, pero después dejé el deporte por un tiempo. Siempre me mantuve activa yendo al gimnasio, pero nada serio. Tengo dos hernias lumbares así que guardé la idea de correr en una caja en mi cerebro y seguí con mi vida. Me casé a los 17 años y en ese matrimonio tuve cuatro hijos que me mantenían ocupada. Entre el 93 y el 96 corrí en mountain bike, pero después tuve a mi quinto hijo y eso me echó a perder más la espalda y me dejó con problemas por cinco años.

El 2013 me fui a vivir a San Carlos de Apoquindo y empecé a escaparme al cerro antes del trabajo. Era directora de un colegio, entonces para subir tenía que salir a las 5 de la mañana. El siguiente paso fue empezar a correr en cerro y a inscribirme en carreras cortas. De a poco empecé a sentir que correr 10 o 21 kilómetros era muy poco, porque hacerlo es algo un poco adictivo, ya que uno siempre quiere más. Así fue como empecé a aumentar las distancias, pero siempre en el cerro.

Hace cinco años corrí mi primera carrera de 50 kilómetros, y próximamente me voy a correr una de 150 kilómetros. Son carreras que empiezan en la noche y duran más de 24 horas, por lo que el esfuerzo es máximo. Es raro decirlo, pero me encantó la sensación de sufrimiento, de ganarle a tu mente, porque correr larga distancia es una lucha eterna. Para mi, parar nunca es una alternativa, si empecé la carrera la voy a terminar. Y es que vas peleando con las ganas de parar, como si tuvieras un angelito bueno que te anima a seguir y uno malo que te dice que ya hiciste suficiente, y tienes que ver quién gana. Luchas ignorando los dolores que empiezan a aparecer, y tratas de sobrellevarlos como puedas, en mi caso lo hago visualizándome en la meta, con mi medalla de Finisher, sonriendo.

En ese momento seguía conforme con que esto fuera un hobby y no tenía problemas con organizar los entrenamientos en torno a mi horario laboral, pero de a poco me fui desinflando en la oficina. En paralelo, iban subiendo mis ganas de correr, las que se fueron interponiendo con mis responsabilidades. Empecé a viajar para correr en carreras dos veces al año, y me pusieron problemas en el colegio porque, claro, las carreras no son en vacaciones. Pero no me importó. En esa época iba a cumplir 50 años, sentía que me quedaba poco tiempo y quería viajar, correr por el mundo. No quería que a los 60 me dieran un galvano a la mejor directora y jubilar en el colegio. Y todo se confabuló a mi favor: mis hijos crecieron, se fueron de la casa, terminé con mi pareja y, por primera vez en mi vida, me quedé sola.

A comienzos del año en que decidí dejarlo todo, avisé en el colegio que me iba terminando el periodo. Todos me decían que estaba loca, que quién me iba a contratar tan vieja. ¡Pero yo no quería que nadie me contratara!

A mis hijos les dije que no sabía bien qué iba a hacer. Si tenía que trabajar de mesera me daba lo mismo, no quería responsabilidades. Ahorré todo ese año y llegado diciembre renuncié y puse en marcha mis sueños. Mi estilo de vida no es demandante. Tengo un auto chico al que solo le pido que funcione. No tengo mucha ropa ni joyas, no me doy lujos ni tampoco me gustaría dármelos. Solo necesito plata para el arriendo, pagar las cuentas y viajar.

Me lancé al tiro y al poco tiempo y una amiga me dijo que contactara por Instagram a un corredor de ultra neozelandés que se llama Ian Morgan. Empezamos a hablar de lo que nos gustaba y lo que queríamos hacer, y nos dimos cuenta que queríamos lo mismo, teníamos el mismo plan de vida. Él recién había vendido sus cosas para poder dedicarse a correr, entonces me hizo mucho sentido. Después de hablar harto por redes sociales, le conté que viajaría a Italia, y decidimos que ese sería nuestro lugar de encuentro. La química en vivo fue instantánea y nunca más nos separamos, de hecho vivimos juntos en Santiago y viajamos juntos para correr por el mundo.

Actualmente me dedico completamente a correr. Tengo la suerte de tener muchos seguidores en Instagram y de ser una de las pocas mujeres que se dedican a las ultramaratones, por lo que me invitan harto a carreras. En algunos casos, incluso, me pagan el viaje y el hotel. Con Ian, queremos empezar este año a cobrar cuando nos llamen para una carrera, porque nos damos cuenta que igual generamos expectación y conciencia de estos eventos deportivos.

Nunca me he arrepentido de mi decisión. Me da lo mismo si la gente me encuentra loca, porque siempre fui distinta. Me casé mucho antes que mis amigas y me separé con cuatro hijos y me puse a estudiar para pagar mis gastos.

Los fines de semana en que no compito hago paseos al cerro para mujeres. Muchas nunca han subido antes y quiero acompañarlas a que descubran esto que me conquistó hace tanto tiempo.

No pienso qué va a ser de mí cuando tenga 70. Lo mío es vivir el día a día, porque me puedo lesionar o me puede dar cáncer y no sé qué voy a hacer cuando sea más vieja. Mi manera de pensar es que la vida te abre puertas y ventanas, pero esto solo funciona en la manera que busques tu propio camino. Las oportunidades no llegan solas, tienes que salir a buscarlas.

Francisca González tiene 53 años y es ultramaratonista.

Más sobre:Nuevos comienzos

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¿Vas a seguir leyendo a medias?

NUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mesTodo el contenido, sin restricciones SUSCRÍBETE