El Chile sicoseado de Marco Antonio de la Parra
El aniversario de los 40 años del Golpe Militar ha movilizado los recuerdos y la pluma de Marco Antonio de la Parra, que en estos días estrena la obra La UP. Observador y opinante, hace lecturas interesantes del pasado y del presente, echando mano a su experiencia como siquiatra. Aquí, dice que hoy Chile es un país bipolar, feliz y angustiado a la vez.

Paula 1127. Sábado 3 de agosto de 2013.
En las últimas semanas el nombre de Marco Antonio de la Parra, siquiatra, escritor y dramaturgo, se ha leído en distintos medios y por diversas razones, aunque todas giran en torno a Chile. Primero fue su público apoyo a la candidatura de Andrés Velasco, como rostro, incluso, de la franja televisiva (hoy confiesa que su voto es para Bachelet). Casi en paralelo, apareció en las páginas de espectáculo y cultura por el estreno, a principios de julio, de su obra El dolor de Xile, dirigida por Raúl Osorio, donde narra parte de la historia republicana de nuestro país. Estaba afinando los detalles de su más reciente puesta en escena, La UP, que protagonizan Paola Volpato y Hernán Lacalle, cuando todo el país, incluido él, quedó en estado de shock con la renuncia de Pablo Longueira, el candidato de la Alianza a la carrera presidencial, a causa de una depresión severa. De la Parra, siquiatra mediático, se transformó de inmediato en fuente para analizar el caso y, de paso, dejó a muchos con una frase retumbando en la cabeza: "Cuando Longueira regrese del infierno, no será el mismo", escribió en twitter ese mismo día.
A De la Parra lo obsesiona tanto la historia de Chile como la intimidad de los chilenos. No solo porque ambos son los nutrientes de su obra y trabajo como terapeuta, sino que porque sabe por experiencia, que historia e intimidad están estrechamente relacionados.
¿Cuál podría ser el cambio profundo que experimente Longueira después de salir de esta crisis?
De recuperarse bien y tener suerte, Longueira podrá hablar como un sobreviviente y podrá, quizás, comprender el abandono en que están los depresivos, con licencias médicas rechazadas –en ocasiones por abuso y sobrediagnóstico, hay que reconocerlo– y coberturas exiguas, casi absurdas para un cuadro cuyo tratamiento es caro, largo y requiere la intervención de distintos profesionales, sin tomar en cuenta los casos más graves, que requieren internación y medidas más cruentas. Longueira cayó víctima de una enfermedad que afecta a un 20 por ciento de los chilenos y me temo que a más. No llega más que un cuarto de los depresivos adonde el siquiatra y quedan en silencio las depresiones enmascaradas con más síntomas sicosomáticas que sicológicas o cuadros de pánico que llegan más al cardiólogo o a servicios de urgencia. El caso Longueira se ha vuelto más emblemático que Tupper o Barticciotto o Tamara Acosta o Recabarren. Es el momento de tomarse en serio la depresión, su capacidad de frenar una carrera y, como ya verán, su posibilidad de restablecerse y reingresar en el mundo laboral por exigente que este sea.
Con el correr de los días, ¿qué concluyes de este caso?
Su caso permite hablar de una enfermedad estigmatizada y estigmatizante. Hablar de un cuadro grave e invalidante que es infernal para el paciente y tiene remedio en la gran mayoría de los casos con una reinserción laboral cierta.
¿Pueden los depresivos bien tratados sobresalir en lo laboral?
Hay una evidente discriminación con los que tienen antecedentes depresivos en el mundo laboral, se desconfía de ellos a pesar de que suelen ser híper responsables, cumplidores y auto- exigentes. Los cuadros bipolares tienen, en muchos casos, un plus de atrevimientos y creatividad mayor que el promedio. Está el horror de que ven la muerte cara a cara y visitan el sin- sentido de la vida, pero, remediados, esto mismo los ayuda a entender al resto y ser más cercanos y empáticos. No se puede ser tan sano si se quiere ayudar a los demás. El dolor del servicio social permite acercarse más a las heridas de esta sociedad.

EL MIEDO DE CHILE
Prácticamente toda la obra de Marco Antonio de la Parra gira en torno al Golpe Militar y la dictadura, desde la censurada Lo crudo, lo cocido y lo podrido (1978) hasta la recientemente estrenada La UP. En 1973 tenía 21 años, era alumno de Medicina en la Universidad de Chile, pensaba en irse al extranjero a estudiar Cine y desarrollar una narrativa estimulada por el boom, cuando el Golpe cambió para siempre sus planes. Fue en la Chile que comenzó a escribir teatro y a llevar a escena, muchas veces con miedo, sus primeros montajes. Antes del Golpe ya había sufrido en casa la polarización del país con un padre cercano al PS, una madre pro DC, un hermano Mapu y él, contrario a cualquier vía armada. Tras el 11 de septiembre su padre –médico y profesor de Dermatología– fue exonerado de las universidades Católica y de Chile, un primo pasó a ser guardaespalda de Lucía Hiriart de Pinochet y otros familiares salieron al exilio. Después de todo eso, y citando su propia frase de twitter, De la Parra nunca volvió a ser el mismo.
¿Por qué la dictadura es un tema que sigue movilizando tu obra?
Haber vivido el Golpe Militar y en dictadura son experiencias que te obligan a vivir en la sospecha, en la desconfianza, en la metáfora, bajo la vigilancia y el miedo. El miedo a la figura de Pinochet, incluso ya instalada la democracia. El miedo a ese padre de la Patria tan terrible. Pero, además, como siquiatra, atendí durante la dictadura a varias personas de ambos bandos –de la ultra derecha y la ultra izquierda– y pude ser un testigo muy cercano de cómo en lo síquico ese periodo de la historia de Chile alteró vidas y rompió existencias. Esos rincones dolorosos que me mostraron mis pacientes también han influido en mi trabajo y eso también explica por qué en mis obras no solo aparecen como personajes las víctimas, sino también los victimarios. Todo eso no se puede pasar por alto.
"De recuperarse bien y tener suerte, Longueira podrá hablar como un sobreviviente y podrá, quizás, comprender el abandono en que están los depresivos, con licencias médicas rechazadas y coberturas exiguas".
¿Trataste en tu consulta a un torturador?
No, pero sí a personas que estaban muy cerca y, por otro lado, médicos que fueron compañeros de curso del Instituto Nacional y, en Medicina, resultaron participando en procesos de tortura, lo que, por supuesto, fue muy impactante para mí; me dejó una pregunta que se repite: ¿cómo un ser humano ilustrado, común y corriente, pasa al lado de la bestialidad, al lado oscuro?
¿Tienes la respuesta?
El torturador es una figura compleja. Oficio de sicópatas, convoca a sádicos que encuentran un rumbo organizado donde dar rienda suelta a sus impulsos. Figura más complicada es la del colaborador de la tortura donde uno encuentra personalidades aparentemente normales, desde el que cree que está en guerra y que eso justifica los medios, al que ha ido cayendo en este rol casi sin darse cuenta, abúlico, sin conflicto moral hasta que, algunos, rompen en una crisis personal y se ven obligados a cuestionarse. El sistema los silencia y su relato debe escucharse. Es durísimo acercarse y comprobar que, quizás, muchos podríamos haber caído en ese círculo.
Hablas de un miedo que se extiende, incluso en democracia, pero hay una generación que hoy sale a la calle a reclamar sus derechos y parece no tenerle miedo a nada.
Las nuevas generaciones se parecen en lo temerarias de manera algo inquietante a la de los 60, años recordados románticamente por algunos pero, si somos serios, años notablemente peligrosos, con vía armada, inestabilidad social y riesgo de cambios políticos inmanejables. Esta generación tiene un discurso que colinda con ciertas demandas de la izquierda sesentera y sabemos cómo terminó eso.
Con tus dos nuevas obras se hace evidente que el Golpe y la dictadura significan una herida abierta para ti y tu generación. ¿Cómo lees hoy esos años de la historia reciente?
El doloroso pasado reciente se convertirá en lo que fue la guerra de Troya para los griegos, un referente continuo al cual visitar cada vez que nos expliquemos cómo llegamos aquí. El neoliberalismo en el que estamos sumergidos, está manchado de sangre, pólvora, delación y vigilancia. Fue bajo amenaza que emprendimos este camino y luego, seducidos por el hedonismo del sistema, caímos en la entretención y la farándula que, como hemos visto, no ha bastado para dejar de percibir las fisuras de un sistema impuesto, desleal, injusto y tramposo.
Entonces, aunque en democracia, ¿vivimos amenazados?
La gran lección de la UP y la dictadura sobre nuestra crueldad y los niveles de locura social que podemos alcanzar, creo que se ha olvidado. Circulan de nuevo discursos a medio articular sobre la posibilidad de un rumbo para la violencia y un espacio peligroso para movimientos anarcoides. No somos el país empático que quisiéramos. La estafa del delincuente de cuello y corbata y las colusiones han reemplazado, incluso el temor a la delincuencia menor del asalto a mano armada. Desconfiamos, pero ahora no de la vigilancia, sino de la necesidad de vivir consultando un abogado para cualquier paso que damos.
La clase media ha sido también un hilo conductor de tu obra. ¿Cuál es tu diagnóstico de ella?
Está pauperizada, acosada por las deudas, pero al mismo tiempo disfrutando lúdicamente del bienestar del mercado. La clase media es la que sostiene este sistema y a su vez tiene una ambigua relación con la transformación social que se ha vivido en estos últimos 30 años. Desde fines del gobierno militar hasta ahora ha habido todo un cambio de costumbres muy fuertes. Pasamos de tener un abrigo para toda la vida al auto último modelo. Tenemos a mano los múltiples estímulos que están en todas partes. Ese bienestar contrasta dramáticamente con que cosas elementales para la vida son terriblemente caras, como envejecer, tener hijos, educarlos, enfermarse. Tenemos que hacernos cargo nosotros mismos de esas cosas elementales que el mercado ofrece al que tiene dinero. Dinero que sabemos está distribuido de manera horrorosamente injusta.
Lo básico es un lujo y lo suntuario está al alcance de la mano.
Ese cambio tan radical hace que algunos planteen que estamos viviendo una nueva UP. Hoy lo que escasea son las cosas básicas para vivir con dignidad. Por eso se protesta en la calle. Insisto en la figura de la guerra de Troya: vencimos en cuanto a que terminamos comprando todo lo imaginable, pero fuimos derrotados en cuanto a la dignidad frente a temas básicos. Así se entiende esta sensación de bienestar y malestar que hay. Un país que está feliz, pero está estresado. Un país angustiado.
¿Un país bipolar?
Un país ambivalente. Si lo trasladamos a la consulta, tendríamos que hablar de las extrañísimas sicosis bipolares mixtas en las que estás deprimido y eufórico a la vez. Una sicosis terrible para quien la padece. Estás viviendo los dos momentos juntos: estás queriendo morirte y a la vez estás sobreacelerado.
¿Qué está pasando con los hombres chilenos y la depresión?
Las estadísticas muestran que los que menos se deprimen son los casados, porque tienen todo estable y organizado.
¿Y las mujeres?
Llegan a la consulta preocupadas por los múltiples roles que tienen, porque están sobreestresadas –3 a 1 ó 2 a 1 respecto de los hombres según las estadísticas–, básicamente porque manejan más situaciones y las resuelven varias al unísono. Las mujeres que más se deprimen son las casadas, porque tienen que organizarlo todo.
* ESTRENOS EN CHILE Y ARGENTINA
Inmediatamente después de presentar la segunda parte del proyecto Xile, la historia contada por los pobres muertos con el permiso de los ricos vivos, se acaba de estrenar la obra La UP, con dramaturgia de Marco Antonio de la Parra, director de la Escuela de Teatro de la Universidad Finis Terrae, la dirección de Francisco Krebs y las actuaciones de Paola Volpato y Hernán Lacalle. La obra estará en cartelera hasta el 8 de septiembre en la Sala Finis Terrae (jueves a sábado a las 21:00 y domingo a las 19:30 hrs. Pedro de Valdivia 1509, Providencia).
En Argentina, en tanto, este mes se estrenará El ángel de la culpa, de De la Parra, dirigida por Dora Milea, y habrá una gira de El loco de Cervantes, en la que De la Parra actúa dirigido por Julio Pincheira. También en ese país se afina el estreno de Los pájaros cantan en griego, obra de De La Parra dirigida por Carlos Ianni e inspirada en el boom latinoamericano y en la figura de José Donoso y su atormentado mundo.
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