El dolor por no corresponder a una persona que me haría bien




“Siempre fui ‘el violín’ entre mis amigos. Todos estaban en pareja y yo, siempre soltera. Por eso, era habitual que cada persona que me quería buscara presentarme alguien: un amigo, un primo, un hermano. Hoy me río de eso (y hasta lo encuentro violento), pero cuando era más chica lo veía como un gesto de cariño. Un intento de decirme que me merecía a alguien bueno y que por eso me presentarían a.

Fue de esa manera que conocí a Jairo, el primo Lana, una de mis grandes amigas. Desde que lo vi por primera vez, en un 18 de septiembre, nos llevamos súper bien. Yo en ese entonces tenía 13 años y él 15. Éramos muy chicos y ya nos andaban emparejando. Pero ahí no pasó nada.

Desde que me lo presentaron empezamos a vernos mucho. Cada vez que iba a la casa de Lana, él estaba ahí. Cada vez que salíamos, él estaba ahí. Cada vez que la invitaba a ella a mi casa, él la acompañaba. Coincidíamos en muchas cosas, en nuestros gustos de esa época, en las películas que veíamos, en las dudas que teníamos. Hablábamos de todo y nos teníamos mucho cariño. Entonces un día nos besamos.

Cuando eso ocurrió, yo era una niña enamoradiza. Veía a todos mis amigos en pareja y quería, también, tener a alguien a mi lado. Veía en las comedias románticas que si no estabas con alguien, no eras nadie. O eras un problema, alguien raro. Entonces creí que me había enamorado. Pero no era así. Y él tampoco se había enamorado. Así que dejamos de darnos besos, de tomarnos de las manos y de intentar estar juntos y retomamos nuestra relación de amigos. Primo y amiga de Lana. Amiga de Lana y primo. Amigos los dos. Nada más.

Cuatro años después, las cosas cambiaron.

El segundo intento

Durante todo ese tiempo nos seguimos viendo. Y durante todo ese tiempo yo seguí soltera. Conociéndome a mí misma. Como buena adolescente explorando, cambiando de ideas, dándome uno que otro beso a una que otra persona que me gustaba. Pero Jairo seguía en mi vida. Para mí, como buenos amigos.

Hasta que cumplí 17 años. Después de la fiesta que hice, abrí los regalos y él me había comprado un perfume exquisito, ya no recuerdo de qué marca. No le tomé el peso a eso hasta que Lana me dijo algo como ‘¿un perfume? ¿Sabes lo caro que es? Manso regalo’. Al día siguiente me invitó al cine y acepté.

Acepté porque para mí ya no pasaba nada. Porque nos gustaban las películas y era un panorama entretenido. Recién cuando nos encontramos en el mall me di cuenta de que era la primera vez que salíamos los dos solos, sin Lana. Intenté no pasarme rollos, pero tenía la sensación de que mi amiga tenía razón, de que algo estaba distinto.

En un determinado momento de la película, él levantó la barrera de las butacas e intentó poner sus manos sobre mis hombros. ‘Así que es una cita’, pensé. Y saqué sus manos. No volvió a intentar abrazarme.

Cuando salimos de la película, los dos incómodos, él me dio un beso en el rostro y me preguntó si podía besarme. Le contesté que no. Me preguntó por qué. Le dije que lo veía como amigo. Él me respondió que estaba enamorado de mí. ‘Lo siento’, le comenté antes de darle un abrazo y despedirme.

A los pocos minutos de llegar a mi casa recibí una llamada de Lana: ‘¿Por qué no lo aceptaste?’, me preguntó varias veces. ‘¡Te quiere, te hará bien!’, insistía. Yo le dije que no encontraba justo estar con él por estar. Que justamente porque lo quería no podía hacerle eso. ‘¡Pero harían linda pareja!’, me respondía Lana.

Nosotras estudiábamos juntas. Al día siguiente en el colegio prácticamente no me habló. Cuando lo hizo, me volvió a preguntar si estaba segura.

Lo estaba, pero me sembraba la duda. Me preguntaba si era posible empezar con alguien sin quererlo a nivel romántico y luego convertir eso en amor, como pasa con algunos matrimonios arreglados. Me preguntaba si valía la pena hacerlo. Al final, ¿no era eso lo que quería, estar con alguien que me quisiera?

Pasé días muy, muy triste. Me alejé de Jairo y de Lana durante un tiempo. Cuando se es adolescente, todo problema amoroso es un drama, y aquí no fue distinto. Me sentía pésimo, la peor, mala chica, mala mujer.

Aunque hoy sé que fue la mejor decisión, ese momento de mi adolescencia me dejó pensando mucho.

El dolor

Hace unos días una amiga me mostró una publicación de una página feminista en la que se leía: ‘¿Por qué nadie habla del dolor de no lograr corresponder los sentimientos de quien te haría muy feliz?’, y me acordé de esta historia con Jairo.

Pese a que era adolescente cuando me pasó todo eso, sé que esos sentimientos pueden llegar en cualquier momento, a cualquier edad. Quizás la madurez ayude a lidiar de mejor manera con ellos, pero eso no quita que nos sintamos culpables cuando no sabemos corresponder.

Tal vez eso ocurra porque las personas -como Lana- se sienten en el derecho de opinar sobre nuestras vidas privadas. O tal vez pase porque en nuestra trayectoria amorosa muchas veces nos enfrentamos a relaciones tóxicas y/o abusivas y/o que nos hacen sufrir mucho. Y eso nos lleva a preguntarnos qué hay de malo en nosotras por elegir a una persona y no a otra. Nuevamente volvemos a culparnos. A sentir que somos las villanas. Las responsables.

¿De qué somos responsables sino de nuestras propias emociones? ¿Estamos obligadas a vincularnos amorosamente con alguien que no queremos solo por ser una buena persona? No lo creo.

Han pasado 10 años desde que Jairo se enamoró de mí. Y aunque ya no nos veamos siempre, él conoce a mi pololo y yo conozco a su esposa. Todos saben nuestras historias y la ven como algo de adolescentes. Se ríen de todo eso.

Pero ¿qué pasa con el dolor? ¿Y el juicio social?

Aún no tengo respuestas a todas las preguntas pero sé que es necesario hablar de eso porque estoy segura que le ha pasado a muchas mujeres al igual que a mí.

¿Qué le diría a Jairo? Bueno: Jairo, te quiero mucho. Pero no podía estar contigo.

¿Y a mi amiga? Lana, espero que hoy sí logres entenderme.

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