Dejar o que te dejen: ¿Qué duele más?




¿Quién de los dos terminó? Es una de las interrogantes que más surge frente al quiebre de una relación amorosa. Qué será, me pregunto, lo que tanto da morbo de esa información. ¿Terminar o que te terminen dice algo del tipo de dolor que te queda o del papel que jugaste en ese vínculo? El verbo que usamos en Chile para conceptualizarlo lo dice todo: “patear”. Solemos ver al “pateado” siempre en una posición de víctima, abandonado o herido, y al que “patea” en una posición de poder, digno y seguro. Qué es peor ¿recibir una patada o pegarla? No es una pregunta fácil de responder porque ninguna es deseable, pero si pudiéramos elegir quizás siempre nos inclinaríamos por ser quien toma el control y decide cuándo y cómo se termina un vínculo, en vez de quien le toca recibir el golpe. Lo cierto es que razones para terminar o que te terminen hay tantas como vínculos en el mundo y cualquiera que haya estado en un lado u otro sabe que el dolor, la pérdida, el duelo o tal vez la indolencia, la rabia o la liberación, no están reservadas a ninguna de esas dos posiciones. Entonces, ¿por qué seguimos dándole más crédito al que “patea” y victimizamos al “pateado”? ¿No se sufre acaso desde ambas veredas?

La psicóloga clínica de parejas y coach estratégica Catalina Echavarri dice que aún cuando podemos distinguir dos formas de poner fin a una relación; de modo unilateral o de mutuo acuerdo, el sufrimiento nunca es estandarizable. “Se tiende a pensar que quien decide terminar una relación sufre menos que aquel que no participa en la decisión, pero toda ruptura implica un duelo y creo que son muy pocas la personas que pueden decir que son inmunes al termino de una relación, hayan tomado la decisión o la hayan acatado. Toda ruptura genera dudas, ambivalencia, confusión, nostalgia y dolor. Lo que sí podría afirmar es que quien toma la decisión lleva un tiempo de ventaja en el transcurso del duelo, ya que una vez que se encuentra en el proceso de toma de decisión, ya lo esta experimentando, mientras que el otro, lo inicia recién cuando la decisión es comunicada. Y por el otro lado, cuando la decisión es tomada de forma unilateral, tener que acatar sin más, es muy doloroso y frustrante. Genera una serie de emociones difíciles de gestionar que pueden dificultar el proceso de duelo”. Yves Rouliez, psicólogo de parejas del @centro_psicologico_lazosynexos también confirma que usualmente la persona que decide terminar suele tener parte del duelo ya procesado. “Los términos no son de un momento a otro, suelen responder a un proceso en el cual la pareja ya no va bien y uno de ellos toma la decisión de cortar la relación”. Con respecto a “¿Quién sufre más?”, Yves cree ante todo en el caso a caso, dependiendo del motivo del término y de los problemas que llevaron a la situación, ya sea por una infidelidad o “por el bien de la pareja”, se entiende que la experiencia es distinta. “De todas formas, creería que independientemente de la posición en la que uno está, el shock del término hace que duela más, es lo que suele estar asociado a lo violento del “ser pateado”.

Tomemos un caso: Romina Cárdenas, Analista Química, 34 años. Su historia es esta: lleva 5 años de su primer pololeo, es el día de su cumpleaños y está esperando que él la llame para decirle algo; un feliz cumpleaños, un almorcemos juntos, algo. Pero nada. Habían quedado de verse al final del día para ir a comer en familia y celebrar, pero el chico llega 2 horas tarde. Romina se da cuenta por fin lo que sospecha hace meses pero no sabe cómo plantearle: él ya no la quiere. “Tú no me amas y no sabes cómo decírmelo así que te lo haré fácil, terminemos”, le dijo cuando llegó. La respuesta que esperaba de él era algo como “cómo se te ocurre estás loca” pero no, recibió un “gracias, no sabía cómo decírtelo”. Fue un dolor en el alma enorme, dice, que le costó meses superar. “Me sentía tonta por haberlo planteado o dicho, sentía que era mi culpa por haberlo pateado. Pero cuando nos juntamos a las dos semanas a conversar solo me dijo que ahora se sentía libre, feliz, sin una carga”. Romina no quería en ningún caso terminar, pero él, al no asumir esa responsabilidad, no le dejó otra opción que ser ella la que lo hiciera. Sin duda fue para Romina un duelo muchísimo más duro, sobre todo porque nunca logró entender por qué él no hizo lo que debía hacer. Por culpa, por miedo, por cobardía, por confusión, quién sabe. Aún así, dice, le gusta haber sido la que terminó. “Siempre me he sentido más cómoda dando término, sea como sea, si ya cerré el ciclo o por voluntad propia o por la falta de afecto del otro, pero me siento menos mal. Puede ser doloroso y difícil, pero si la decisión pasa por mí, es un dolor diferente, un dolor desde el saber que no hay nada más que hacer, que yo hice y di todo. El terminar creo que está asociado al poder, al control y quien es “pateado” es “el sumiso, el “débil” es quien sigue aferrado a un vínculo o sentimiento y el otro lo abandonó”.

Quizás allí están las diferencias: no solo en el dolor personal sino en la humillación, en el estigma social que se tiene de los roles en una ruptura. “Hay un tema de orgullo asociado en el cual la persona que decide terminar, socialmente es visto como que queda en una posición “superior” frente a la otra, ya que culturalmente se suele pensar que quien termina estaba menos interesado, de ahí la visión de lo “humillante”, explica Yves. “Creo que es una visión culturalmente arraigada, influenciada principalmente por las teleseries, películas o cuentos”, agrega Catalina. “En la vida real es más difícil hablar de héroes o villanos, víctimas o victimarios al referirnos a los miembros de una relación de pareja que termina. Tendemos a adjudicarle una serie de connotaciones y valoraciones a una decisión, cuando lo único que vemos desde afuera es tan solo la punta del iceberg. Es importante tener en cuenta que las relaciones de pareja se construyen y destruyen de a dos por lo que culpabilizar a uno y victimizar a otro, muchas veces es un error. Personalmente en consulta me toca seguido ver sufrir a quien toma la decisión, ya que implica un alto grado de responsabilidad y culpa. A veces pasa que esa decisión no es necesariamente deseada, pero es la única forma de salir de una mala relación, de una relación que esta infinitamente desgastada o que es incompatible con el bienestar personal”.

Ser el que termina o al que terminan también pueden ser patrones que se repiten en las personas. “Estos comportamientos están arraigados muchas veces en su historia vincular, amamos según cómo nos amaron y por lo mismo, existe una tendencia a repetir ciertos patrones al momento de relacionarnos con otros. Están aquellos que aprendieron que necesitan de un otro para sobrevivir, generando una dependencia emocional poco sana. Ellos probablemente nunca pongan fin a una relación, independiente de si es buena o mala. Por otro lado, tenemos aquellos que crecieron con la idea de que depender de un otro es peligroso, esto arraigado en experiencias tempranas de decepción o abandono. Temen al compromiso, temen al dolor y también al amor. Ellos son quienes tienden a poner fin a la relación ante cualquier situación de dificultad, conflicto o lo que amenace su independencia”. Con respecto a este punto, Ives afirma que las personas tienden a seguir ciertos patrones, ya sea para evitar conflictos o situaciones o para recurrir a estrategias ya conocidas. “Irónicamente lo que se suele tratar es evitar el sufrimiento tanto propio como de la pareja: quienes siempre terminan, suelen hacerlo para no terminar dañados y a quienes los terminan, la mayoría de las veces, lo hacen para no lidiar con la decisión”.

Algo así le ocurre a Fernanda Mancilla, periodista de 28 años. Cuenta que en general le ha tocado, sobre todo en sus últimas relaciones, ser la que termina. Y se da así, confiesa, porque le da miedo el compromiso y el fracaso de una nueva historia importante o bien porque simplemente se da cuenta “que la cosa no va para ningún lado” y prefiere “cerrar por fuera”. Bajo su experiencia, puede decir que quien termina también lo pasa mal, porque lo acompaña la culpa. “Haces daño, tienes que poner límites y no solo lidiar con tu duelo, sino también con la pena que provocaste en otra persona. En caso de tener casa en común, tienes que dar facilidades, estar disponible a perder en esa repartija, porque en el fondo la persona que termina queda como la que abandona el proyecto, cuando en verdad, la mayoría de las veces te estás tratando de cuidar. Lo más difícil además es tomar la decisión de terminar y después de darle ocho mil vueltas, efectivamente lograr hacerlo. Me ha tocado terminar cuando aún me gustaba demasiado una persona, nunca fuimos compatibles realmente, ni siquiera en los horarios. Sus proyecciones de vida eran todo lo contrario a las mías, no había punto común y terminar fue muy difícil, porque me encantaba y estaba muy enamorada, pero por más que trataba(mos) no resultaba, así que tuve que tomar yo la decición.” Sobre el estigma que tienen ambas posiciones, Fernanda cree que socialmente ser el “pateado” es humillante porque la pena está socialmente asociada a la debilidad. “El sufrimiento es un estado que te inhabilita en la sociedad, está mal mirado ir con pena a trabajar y además te deja en posición de víctima. Lo cual encuentro que no está tan bueno porque no te permite mirar con algo de perspectiva el término de una relación”.

Catalina tiene esperanza de que esto podría estar cambiando, porque de su experiencia en consulta observa que las nuevas generaciones están liberándose de estas miradas binarias sobre el terminar o ser terminado. “El término “patear” acarrea una connotación violenta y peyorativa y pienso que no deberíamos normalizar el que el fin de una relación ocurra bajo un contexto así. Cada día me sorprendo gratamente de la mayor responsabilidad afectiva que se ha instalado en las nuevas generaciones, lo que repercute considerablemente en la forma en que se comportan y expresan en sus relaciones amorosas, eso ha echo que conceptos como el patear y lo que eso conlleva pierdan fuerza”.

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