Hijos de familias homoparentales: “Son los “huachos” del siglo XXI”




Rossana Malchuk y María Inés Espinosa llevan ocho años juntas. Hace cuatro, decidieron “casarse”, y lo dicen entre comillas porque hicieron el tipo de matrimonio que la ley les permite, un Acuerdo de Unión Civil (AUC). Aunque reconocen que la discusión sobre la posibilidad que tienen las parejas homosexuales de acceder a una u otra forma de familia a veces las desespera y les da rabia, también les pasa que no les interesan mucho las discusiones etimológicas. ¿De dónde viene la palabra matrimonio? A estas alturas les da lo mismo. Pero sí hay algo que les preocupa y que las hace vivir con miedo e incertidumbre: cuándo su hijo Max tendrá, al igual que el resto de los niños, el derecho de que se reconozca su identidad familiar.

Cuando decidimos ser madres y me embaracé ambas sabíamos cuáles eran las leyes. No estábamos de acuerdo, pero sabíamos que era la realidad de nuestro país. Al engendrarlo yo, quedaría como su madre y la Inés no figuraría en ningún papel. Pero aunque teníamos esa información, recién el día del parto nos cayó la teja duro”, cuenta Rossana. “Ahí se hicieron evidentes cosas puntuales, como cuando lo fuimos a inscribir y vimos ahí en los papeles que mi nombre no figuraba en nada. Aunque le pusimos mi apellido, no tengo ninguna injerencia ni vínculo legal”, agrega María Inés.

Pero no es solo un tema de inscripción, trámites y papeles. “Cuando digo que nos cayó la teja duro es porque también, a los dos días de llegar a la casa con Max, a mí me tuvieron que hospitalizar porque me dio una disección de una de las arterias que va al cerebro. Fue algo grave con lo que me podría haber muerto y mientras estuve hospitalizada, hablamos muchas veces con la Ine y nos dimos cuenta de que si a mi me pasaba algo, Max iba a quedar huérfano”, dice Rossana, quien hace la comparación con lo que pasaba con las niñas y niños que en los años ochenta y noventa nacían fuera del matrimonio. “Las hijas e hijos de familias homoparentales son los nuevos ‘huachos’ del siglo XXI”, dice.

Y suena terrible, pero este concepto permite relacionar lo que viven con otro fenómeno que ocurrió hace años y que hoy no es tema. “Nos dimos cuenta que el derecho de Max respecto de su identidad familiar está supeditado a la buena voluntad de un tercero. Sus derechos son frágiles, porque si a la Ro le pasa algo, depende de su familia el que yo pueda seguir cuidándolo; o si ella no está y Max tiene un accidente y lo llevo yo a la clínica, no tengo el poder de tomar decisiones de vida o muerte, voy a depender de otra persona para proteger a mi propio hijo”, dice Inés, a lo que Rossana la interrumpe: “O cuestiones que en una pareja heterosexual se dan por sentadas, como que si el día de mañana nos llegamos a separar, Max no tiene derecho a exigirle un régimen de visitas ni pensión alimenticia, porque no es su mamá ante la ley”.

Así entonces, el AUC que firmaron las reconoce como familia, pero una familia sin hijos. “Y es paradójico, porque la Ine fue parte de la planificación de esta guagua, ha estado presente en cada una de sus etapas, lo cuida todos los días y probablemente hace mucho más que otras personas que tienen la tuición de un hijo y no se preocupan de él”, dice Rossana y agrega que “claramente esto sigue pasando porque son las mismas personas de siempre, las que hace décadas hablaban de hijos ilegítimos; las que se opusieron al divorcio; las que siguen legislando. Creo que las personas que en su minuto entendieron que no podíamos seguir haciendo una distinción entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio, son las que ahora también entienden esto, porque ponen como fin resguardar el bien superior del niño”.

Y pensando justamente en esto último, en los derechos de Max, pero también del resto de los niños y niñas, es que ambas crearon una cuenta en Instagram que llamaron @unafamiliax, que actualmente tiene casi tres mil seguidores y que se ha transformado en una comunidad de apoyo y difusión. “En todo nuestro camino y especialmente cuando decidimos ser madres, nos dimos cuenta de que no conocíamos a nadie que estuviera en la misma situación, sin embargo sabíamos que éramos muchas las familias que estábamos en las mismas. Pensamos que quizás hay muchas parejas que quieren tener hijos y no se atreven porque no saben que las lesbianas pueden tener hijos. Es más, quizás cuántas lesbianas murieron sin ser madres porque creyeron que no era compatible, tenían interiorizados esos prejuicios”, dice Rossana. La idea de “Una Familia X” tiene que ver con no hacer diferencias. “El fin es transmitir justamente que somos una familia equis, como cualquier otra, con las diversidades que implica ser familia, porque las familias heterosexuales tampoco son todas iguales. Es nuestra forma de hacer activismo, uno menos confrontacional pero que sirva para derribar estereotipos y mostrar que hay más cosas que nos unen que las que nos diferencian con otros tipos de familia”, agrega Inés.

Lo hacen por el futuro de Max, porque es chico y si alguien le pregunta quién integra su familia, él las nombra a las dos y a su perro. Pero va a llegar un momento en que va a crecer, va a salir y se va a encontrar con instituciones del Estado que le van a decir que eso que él reconoce como su familia, para ellos no lo es. “Todas las mujeres que somos madres sabemos que junto con los hijos nacen un montón de miedos que no sabemos que existen hasta que los vivimos. Pero nosotras tenemos ese miedo adicional de no saber qué podría pasar con nuestro hijo si un día no estoy”, dice Rossana. Inés la mira, aprieta su mano y confiesa: “Si pudiéramos hacer que se reconozcan los derechos de Max, vamos a tener la tranquilidad interna de saber que con eso lo estamos protegiendo para siempre”.

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