La vida y muerte de mi gato: “Sigo llorando a mares cada vez que pienso en él”




“Cuando iba a entrar a la universidad, con mi mamá adoptamos a la Uma, una gata negra que supuestamente iba a ser mía, pero que como desde chica siempre me odió y fue pesada conmigo, pasó a ser de mi mamá. La Uma era hija de una gata de la Carmen Prieto, una cantante de boleros, y antes de cumplir un año tuvo gatitos abajo del clavecín de mi abuela. Regalamos a cinco de los gatos que nacieron y decidimos quedarnos con el más débil, el que no podía tomar leche solo, el más chiquitito. Se lo mostré a mi abuela para que le pusiera nombre y después de mirarlo me dijo: “Gerardo”, con quien regaloneábamos mucho y siempre se metía entre mis sábanas. Cuando trataba de salir se quedaba con parte de la ropa de cama en la cabeza y como parecía virgen María, terminé poniéndole Gerardo Mario.

Estuvimos juntos durante toda mi época universitaria. Si yo me quedaba dormida, él se daba cuenta y me despertaba maullando. Pasó por todos mis pololeos de esa época y todos lo quisieron. Cuando tenía dos años se cayó a la casa del vecino, fue atacado por unos perros y le salió una hernia, así que tuvimos que operarlo. Como se sacaba los puntos, con mi hermano hicimos vigilia todo un 18 de septiembre para afirmarle la herida, para evitar que se le salieran las tripas, misión que no logramos porque logró abrir la herida y hubo que internarlo. Todos esos días estuvo con un bozal tipo Hannibal Lecter para que no se hiciera daño. Desde entonces odia las clínicas.

En 2010 yo vivía en Santiago, pero como su mamá seguía en Viña con la mía, decidí que Gerardo se quedara allá. Ese año hubo que hospitalizarlo por un cálculo renal y mi mamá se empezó a cansar de él, porque pasaba enfermo y peleaba mucho con la Uma, así que me lo traje a Santiago. Esto fue en 2014. En mi casa nunca rompió un mueble, no le hacía daño a las plantas y siempre quiso estar cerca de las personas. Si entraba alguien desconocido se le acercaba al tiro, especialmente si era alguien que no le gustaban los gatos, como que trataba de convertirlo. Era muy especial, incluso las personas alérgicas no tenían problemas cuando se les acercaba.

El único problema era que siempre quería estar conmigo, entonces cuando tenía que grabar podcasts, al rato de empezar se ponía a maullar para que fuera a acompañarlo. Para Gerardo lo más rico eran mis brazos, así que pasé programas enteros con él encima, incluso cuando hice talleres de skin care.

Este año empecé a tener unas pequeñas crisis de pánico y me despertaba muy agitada. Sentía que Gerardo estaba raro también, y notaba que no comía. Un día le pude sentir las costillas, así que lo llevé a hacerse exámenes. Y, aunque su riñón estaba bien, tenía problemas en los intestinos, el hígado y el pulmón, todo sin una explicación clara.

Cuando los gatos sienten que se van a morir se esconden, quieren estar solos. Por eso me preocupé mucho una noche que empezó a jadear y busqué en Google por qué estaba pasando. Los principales resultados eran links a artículos que decían Cómo saber que su gato está muriendo. Estábamos con toque de queda, pero había una veterinaria abierta las 24 horas que me quedaba cerca, así que lo llevé.

Lo metieron a una cámara de oxígeno y no podía tomarlo, pero siempre lo iba a ver. Le pedía que resistiera, y aunque cuando me veía se notaba que su humor cambiaba, me daba cuenta de que estaba aburrido, que quería salir de ahí, que no quería más pelea. Ahora me siento culpable por pedirle que resistiera tanto. Muchas veces le hablé sobre la posibilidad de la eutanasia, aunque él sabía que era algo a lo que no me quería enfrentar.

Esa noche de sábado cuando me llamaron para decirme que estaba muerto, sentí un alivio extraño. Justo en la tarde lo había ido a ver y había estado más tranquila. Ahora pienso que Gerardo lo vio como una señal para partir. Yo sentí alivio porque él ya no estaba sufriendo, pero sigo llorando a mares cada vez que pienso en él.

Como tengo muchos seguidores en redes sociales, y siempre he hablado de Gerardo y mi relación con él, a varias personas que conozco -y varias que no- les conmovió su muerte. Me impactó que el domingo “Gerardo Mario” fuera trending topic en Twitter. Recordar a una mascota perdida o imaginar perder a una es algo que conmueve a muchas personas. Incluso gente que no lo conocía me mandaba el pésame y se ponían a llorar porque se daban cuenta de que yo lo estaba pasando mal. Fue tan masivo, que un par de personas preguntaron si Gerardo Mario era el nuevo refuerzo de Colo Colo.

Lo extraño en lo cotidiano. Cuando salía de la ducha siempre estaba ahí. Si iba al baño me esperaba en la puerta. Pero lo más terrible es subirme a la cama y no sentir que se sube conmigo. Era tan bueno, tranquilo y regalón que mucha gente lo quería. Estos días me han parado en la calle para darme las condolencias. Cada vez que eso pasa lloro, porque aunque es lindo que todos lo recuerden, es doloroso pensar en él.

Hace un tiempo estuve con depresión y él me acompañó siempre. Si yo no me podía levantar él estaba ahí. Unos meses atrás me invitaron de la fundación Adopta a escribir un cuento para una recopilación de textos sobre gatos, y yo escribí sobre la depresión y la compañía animal. Me va a dar pena leerlo, pero me hace feliz porque lo que se recaude con las ventas va a ayudar a muchos gatos que lo necesitan.

Hay gente que no quiere tener mascotas para no sufrir si se pierden o se mueren o para evitarle ese dolor a sus hijos, pero lo único que tenemos claro es que todos vamos a morir. No me arrepiento de todo lo que viví con Gerardo, de todas las veces que estuvo hospitalizado, de cuando dormí mal porque quería estar sobre mi cabeza o de las veces que madrugué porque quería regalonear conmigo. Hacer feliz a un animalito es lo mejor del mundo. Querer a alguien de esa forma, como yo quise a mi gato, es todo”.

Valeria Luna tiene 34 años, es cantante y socia de Amikas podcast club.

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