Las relaciones entre suegras y nueras no tienen porqué ser malas




Imagínate estar en una isla paradisíaca alejada de todo… Con tu suegra. Esa es la apuesta de un nuevo reality show brasileño de Netflix que estuvo entre los más vistos en las últimas semanas: Ilhados com a sogra (Aislados con la suegra).

En el programa -que ya fue renovado para una segunda edición-, seis parejas dejan su rutina en la ciudad creyendo que están entrando a una competencia en búsqueda del premio en dinero. Pero el juego cambia y sorprende a los participantes: no les toca competir con sus pololos, sino con sus suegras. Ahí, varios empiezan a llorar, temblar, criticar. Porque sus relaciones con las mamás de sus parejas no son las mejores. Porque no tienen ganas de pasar días y días con ellas.

La lógica del reality, claro está, se sostiene en la idea de la suegra villana, la suegra criticona, la suegra Viola Fields (Jane Fonda en La madre del novio), en esa que cree que ninguna persona es suficientemente buena para su hijo. Pero, ¿por qué esos mitos siguen vigentes?

Shenia Karlsson, la psicóloga especializada en diversidad y terapia familiar que acompaña a los participantes del programa, recordó en sus redes sociales que esas concepciones de la suegra son ideas construidas por la sociedad basadas en una serie de estereotipos.

“La suegra es una figura de muchas mezclas. Primero se trata de una madre, cuya figura viene siendo, históricamente, mistificada. Las familias tienden a poner la responsabilidad de la socialización y del cuidado en las mujeres. Cuando ellas se convierten en suegras, surgen aún más estereotipos, porque a medida que las mujeres envejecen, de una u otra forma van perdiendo capital social. Es una visión misógina, que transforma a las madres convertidas en suegras en figuras histéricas, envidiosas, territoriales y, por ende, amenazadoras”, declaró la especialista.

Jéssica Fernández, psicóloga y activista del colectivo feminista La Rebelión del Cuerpo, coincide, y añade una perspectiva de género al respecto: “Creo que existe un estereotipo negativo hacia las suegras desde las nueras a propósito que desde niñas nos han enseñado a competir entre nosotras, las mujeres; a dividirnos respecto a diversos calificativos; competir respecto a quien es la buena o la mala; la que cumple con expectativas y la que no; la histérica o la controlada y un gran etc”.

Esta competencia, sostiene, sin darnos cuenta nos quita la posibilidad de ser aliadas, reforzando las estructuras patriarcales que nos dominan. “Dicho mandato nos lleva a competir entre nosotras por lograr aprobación social, y en este contexto suegra-nuera se genera igualmente una competencia, en razón de buscar la aprobación del hijo en cuestión (en parejas hetero) y por tanto el reconocimiento, amor, cariño más profundo, llevando a comparar afectos que son diferentes por naturaleza”.

Derribar un modelo cultural

El estereotipo de las suegras se ha alimentado, dice Jéssica Fernández, desde el modelo cultural que nos han impuesto de cómo debemos comportarnos estando en pareja. Se trata de un modelo, asegura, del cual no somos ajenas, que reproducimos, y que a muchas mujeres las lleva a sentirse cuestionadas al no cumplir con las creencias y presiones existentes respecto a su rol de esposa, pareja o madre.

La buena noticia es que es posible derribar ese estereotipo. Por ejemplo, evitando establecer jerarquías respecto a quién es más importante en la vida del hijo, evitando competir, y dejando de buscar aprobaciones. “Es posible derribar una vez que dejemos de posicionarnos desde la competencia o de la degradación de la otra, entendiendo que el falso mito de la enemistad entre suegras y nueras solo separa y no permite generar alianzas o apoyo mutuo, tan necesario en los espacios familiares”, comenta la especialista.

En su caso, Jéssica Fernández lleva 15 años de relación y nueve de casada. Dice que tiene una suegra “muy apañadora, cero cuestionadora y muy pro en el sentido de que una debe ser mujer y realizarse”. “En ese contexto siempre he sentido su apoyo, tanto en el activismo, en mis estudios, pega y siempre desde la buena onda, apoyando en el cuidado de mis hijas e inclusive ante la posibilidad de salir con mi marido o sola a espacios más recreativos”. Recuerda un momento particularmente emotivo con su suegra: cuando la apoyó con ir a la marcha del 8 de marzo de 2020 con su guagua sin cuestionar si era prudente hacerlo o no. Su suegra también iba a la manifestación.

Débora Castillo también tiene una relación respetuosa con su suegra. En su caso, lleva 14 años de relación (10 de pololeo y cuatro de matrimonio”. “Desde que empezamos a compartir fue agradable y nos dimos el espacio para conocernos en donde automáticamente sin proponernos, creo, ambas respetamos el rol que cada una cumplía en la vida Francisco (hijo/esposo)”.

Además, las dos comparten el gusto por lo esotérico y lo espiritual. “En una junta con unas amigas de ella, mi suegra les comentó que yo había obtenido mi maestría en reiki y me gustó la forma en que lo dijo porque sentí que ella estaba orgullosa de mi logro”, recuerda con cariño.

Las relaciones con las suegras pueden ser muy sanas, destaca, bajo su experiencia, Alejandra Salinas, quien lleva 15 años con su pareja. “Con mi suegra nos llevamos muy bien. Creo que así ha sido desde siempre, aunque la relación ha ido madurando a lo largo de los años que nos conocemos. Hemos construido un espacio de mucha cercanía y confianza, donde nos valoramos y queremos, pero también entendemos los límites y marcos de cada una”.

Sus conversaciones van desde la profundidad del alma hasta lo cotidiano de las ensaladas y el vino. “Nos hemos reído mil veces, también llorado y discutido. Siento su presencia como un espacio muy maternal y sobre todo un lugar de máxima incondicionalidad”, cuenta. “Quizás no llegamos a conocernos con esos clásicos prejuicios asociados a las malas relaciones entre suegra y nuera, o hemos entendido que pasarlo bien siempre puede ser una mejor opción”, concluye.

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