Me casé con el único y gran amor de mi vida: “Con él perdí mi virginidad y ha sido, hasta la fecha, mi única pareja”




"Conocí a mi marido cuando teníamos 16 años. Él iba en el colegio de mi primo y una vez lo invitó a un almuerzo familiar porque al día siguiente tenían un examen y habían quedado de estudiar juntos durante la tarde. Mi primo lo presentó como Julián, el mateo del curso que lo iba a ayudar a pasar el ramo. Comieron, tiraron la talla y al poco rato se levantaron de la mesa. Él retiró su plato y agradeció por la comida. Cuando terminó de agradecer, me miró fijo. Y yo, que hasta entonces no lo había mirado ni una sola vez a los ojos, sentí su mirada y me puse nerviosa. Creo que solo alcancé a ver de reojo su sonrisa dulce que aun lo caracteriza.

No lo vi más hasta mucho tiempo después. Pero supe que esa vez mi primo pasó el ramo.

Cuando teníamos 18 años nos volvimos a encontrar en una fiesta. Él me reconoció de inmediato y me dijo ‘qué curioso encontrarte aquí’. A mí me costó reconocerlo, pero por alguna razón su voz facilitó esa operación. Cuando lo identifiqué le pregunté qué tenía de curioso. Era una fiesta, había mucha gente y era probable que nos encontráramos. Me dijo que justo unos días antes, en un afán por ordenar su pieza, había estado revisando papeles y cuadernos de la universidad y se había encontrado con el examen de aquella vez. Y que eso había hecho que se acordara de mí.

Yo llevaba un mes pololeando con el que sería mi pareja durante tres meses, y los presenté. Luego entramos y nos perdimos entre la muchedumbre. Yo me encontré con mis amigas y él con su grupo, pero cruzamos miradas por un buen rato.

La noche se fue dando y nos topamos en varias ocasiones, en la cocina y en la fila del baño. Y cada vez que eso pasaba, aprovechábamos los minutos para hablar. Existía una tensión difícil de negar y los dos teníamos muchas ganas de conocernos y tratar de contarnos lo más posible en esos breves instantes. Yo le dije que había entrado a estudiar psicología. Él me dijo que había entrado a sociología, pero que en realidad quería estudiar filosofía. Hasta que en uno de esos encuentros en la pista de baile me preguntó si me gustaba realmente mi pololo. Le dije que sí.

Dos meses después, terminé mi relación y me junté con Julián. Desde la fiesta nos habíamos vuelto a ver una sola vez cuando nos encontramos de casualidad en una feria comprando frutas en el mismo puesto. Al igual que aquella noche en la que hablamos sin parar cada vez que tuvimos la oportunidad, en el puestito de frutas también hablamos entusiasmados. A tal punto que nos tuvieron que decir que nos hiciéramos a un lado porque había gente que quería comprar. El diálogo se nos daba así, de manera muy natural y espontánea. Nos seguíamos el hilo, nos complementábamos las ideas y a ratos nos sorprendíamos por lo sincronizados que estábamos. Cuando pasaba eso, nos callábamos unos segundos, casi extrañados, porque nos llegaba a dar susto. Al rato sonreímos y nos despedimos. Y creo que por eso cuando terminé sentí el impulso de buscarlo. Le dije que se tomara un café conmigo y nos dimos un punto de encuentro.

Desde ese día, que fue hace ya 20 años, hemos estado juntos. Con él perdí mi virginidad y ha sido, hasta la fecha, mi única pareja. Con él pasé mis años universitarios, con él armé un proyecto de vida y una familia y con él sigo aprendiendo todos los días. Y, contrario a lo que se podría pensar, no he sentido la necesidad de estar con otra persona.

Lo digo porque recuerdo que había una época, especialmente en esos años posteriores a la universidad, en la que mis amigas me preguntaban constantemente si tenía ganas de explorar otras opciones. Cuando les decía que no, me preguntaban ‘¿cómo puedes saberlo, si nunca lo has hecho?’. A ratos me incomodaba esa pregunta –con el tiempo dejó de afectarme– porque me ponía en una postura en la que tenía que defender, de manera forzada, lo que yo sentía. Cuando en realidad era eso nada más. No hay una manera correcta, se trata de lo que uno va sintiendo. Y yo genuinamente no sentía la necesidad, ni las ganas, ni el deseo de estar con otra persona.

Hay un discurso muy instaurado, especialmente ahora, que establece que es mejor probar distintas opciones antes de decidirse por una, como si se tratara de un listado de acciones que hay que completar antes de tomar la decisión final. Me parece que eso puede funcionar para muchas personas, pero también estamos las que sentimos desde el principio que eso es lo que queremos, sin necesidad de buscar algo más. También estamos las que sentimos que funcionamos mejor en una dinámica de a dos, hombro a hombro, con un compañero. No se trata de depositarle más expectativas de la cuenta a esa persona. Tampoco de creer que la relación va durar para siempre. Se trata de estar junto a esa persona mientras se quiera y mientras sea sano para los dos. Y de conocerse e ir creciendo juntos.

El día que no sea así, o que uno de los dos tenga la necesidad de explorar e indagar en otras opciones, no me cabe duda que lo hablaremos y lo haremos. Por ahora yo no he sentido ese llamado.

Es raro decirlo, especialmente en estos tiempos en los que pareciera tener más validez el amor libre que el amor con compromiso. Como si fueran excluyentes. Como si el destinar tu energía y tiempo a una sola persona no significara también una demostración de libertad. Creo que ambas opciones pueden ser maravillosas, dependiendo de lo que le acomode a cada dinámica de pareja. Porque eso son, dinámicas. Y funcionan siempre y cuando se converse con la otra persona o con los demás involucrados. Mientras exista la comunicación, todo se puede dar.

Yo sentí durante mucho tiempo una presión cada vez que me preguntaban si no tenía curiosidad por estar con otra persona. Pero al final le daba unas vueltas y me preguntaba: ‘¿eso lo quiero yo o lo quieren los demás?’.

Tengo claro que lo nuestro se puede acabar. Pero por ahora nos hemos dedicado a trabajar la relación que hemos construido, con dedicación, tiempo y energía. Porque hay algo que te da el tiempo. Hay algo en conocer a una persona en profundidad. Y en pasar por todas las posibles sensaciones y etapas con esa única persona. Eso es muy particular y muy especial. Sé que también se puede dar de otra manera y eso es lo lindo, que en el amor realmente no hay nada escrito".

Estefi Bobadilla (38) es psicóloga y madre de dos.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.