Paula

Hablemos de Amor: El derecho a decir “no asistiré”

Marcela dijo que no. No inventó una excusa, no adornó la respuesta, solo dijo que no quería ir. Eso bastó para que el ambiente cambiara y se diera cuenta que, si no das una buena razón, el juicio llega igual. Como si cuidar tu tiempo fuera una falta de compromiso.

En la vida jugamos distintos roles, todos participamos de una eterna obra que se dispone en el escenario más grande: la vida misma.

A cada uno le toca un papel distinto, y dentro de esos límites de roles en los cuales nos movemos, vamos aceptando tácitamente ciertos comportamientos como “normales”, hasta que, llegado un momento, ya no lo son tanto.

Si me invitan a un cumpleaños; si me incluyen en la compra de un regalo a alguien a quién no quiero hacerlo; a una comida del trabajo, entre otros, se espera que diga “si”, y la única forma permitida para decir “no” es bajo un suceso extraordinariamente excepcional y justificado que permita plantear la tan temida negativa.

En el momento que se pronuncia un “no asistiré” se rompe la escena que socialmente se esperaba; el guion se cae, y con él mi rol de buena amiga, de compañera ejemplar, de trabajadora comprometida. ¿Por qué incomoda tanto esa negativa?

Hace un tiempo me invitaron a un baby shower. Yo no tengo hijos ni quiero tenerlos, y cada vez que explico esto, percibo miradas de juicio o comentarios condescendientes. Esa vez, simplemente no quería ir. No me interesaban los temas de conversación ni las dinámicas que en ellos se dan, y la verdad prefería descansar en casa.

Respondí con honestidad, que agradecía la invitación pero prefería no asistir. Mi “no” fue seguido por un silencio incómodo y, después, una distancia evidente, casi como una ley del hielo no declarada. Esa experiencia me confirmó que poner límites a veces provoca rechazo, pero también trae la tranquilidad de ser fiel a uno mismo.

De una u otra forma existe una tendencia a exigir justificaciones aceptables para declinar, entonces, tengo que estar enferma, tiene que haberle pasado algo a un familiar, tener otro compromiso agendado con anticipación, etc, y sólo así el “no” se vuelve tolerable. Esto con el sólo objeto de evitar el conflicto o el juicio de los otros, o de quedar como egoísta, siendo que muchas veces es un límite necesario de autocuidado, y no un desprecio o un acto de frialdad.

¿Se mide el afecto que siento por alguien por cuantas veces voy a su cumpleaños o a las actividades que me invita? ¿Soy mejor persona si asisto a todo lo que se me convoca a pesar de mi cansancio o bienestar? ¿El peso de lo social prima por sobre el bienestar individual? ¿En el rol social que desempeñamos acaso decir “no” invalida el vínculo humano?

Me pregunto de qué forma puedo ejercer mi libertad individual si tácitamente hay una coacción social que cuestiona mi negativa.

Pareciera ser que, si mi decisión incómoda a otros, la empatía hacia el que pone un límite desaparece, y, sin embargo, hay tanto detrás de un “no” del que lo pronuncia. Hay culpa, miedo a perder el vínculo, angustia emocional, y todo ello también merece comprensión, porque detrás de cada “no” hay un acto de valentía frente al qué dirán, es un acto de exponerse frente al juicio social. No se trata de rechazar al otro, sino que una afirmación de la propia necesidad. Es una forma de decir esto soy, hasta aquí llego, esto es lo que necesito.

Es necesario normalizar que el cariño y el amor no es sinónimo de disponibilidad absoluta, es también respetar los espacios individuales de cada uno. Donde el cansancio, el burnout, el desgano, o simplemente porque a veces se necesita un respiro, son parte de la vida cotidiana, y que un vínculo no se diluye por la mera ausencia a un evento. Porque los afectos no se miden por presencia constante, sino por la calidad del cuidado mutuo, incluso en la distancia.

El decir “no asistiré” no es un rechazo a los demás, sino una afirmación profunda de una identidad propia que no quiere performar para agradar. Es abrir una ventana para poder mirar hacia adentro, hacia lo que uno a veces necesita, hacia los límites que nos cuidan. Es la puerta del autorespeto que nos permitirá posteriormente decir “si”, no desde el deber, sino desde el deseo.

Más sobre:AmorRelacionesAmistadMujer

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Piensa sin límites. Accede a todo el contenido

Nuevo Plan digital $990/mes por 5 meses SUSCRÍBETE