Hablemos de amor: el problema no era la talla

Iba a tener mi primera cita después de ocho meses de haberme sometido a una cirugía bariátrica, pero él me canceló. En ese momento me sentí tan mal, que enfrenté una verdad que había evitado: siempre había creído que, al ser más delgada, mis experiencias con los hombres serían mejores.
En 2018, con mis 1,50 m de estatura, pesaba 45 kg. En solo dos años, subí 35 kilos y, para 2024, llegué a un máximo de 95 kg. Fue entonces cuando comencé a considerar una cirugía bariátrica, no por una cuestión estética –siempre me sentí bien conmigo misma y seguí disfrutando de arreglarme y maquillarme– sino por un tema de salud.
Hoy en día peso 60 kg y mi meta es llegar a los 55 kg. Sin embargo, además del objetivo inicial de mejorar mi salud, hay algo más que he notado: ocho meses después de la operación, me he dado cuenta de cómo ha cambiado el trato de las personas hacia mí. Con más peso, notaba que la gente me percibía mayor de lo que soy. Incluso, me llamaban “señora” a los 24 años, como si el sobrepeso me agregara años.
Ahora, la diferencia es notoria, incluso en situaciones cotidianas, como ir de compras. Antes, cuando entraba a una tienda de ropa, muchas veces nadie se acercaba a atenderme. En cambio, hoy la actitud es completamente distinta.
Este cambio también se refleja en el ámbito amoroso. Hoy en día, noto que recibo mucha más atención en las aplicaciones de citas, pero la mayoría de las conversaciones van en una dirección que no me interesa: propuestas de citas casuales o encuentros sin compromiso.
Paradójicamente, antes la situación era distinta. Cuando tenía más peso, los mensajes que recibía solían ser de personas interesadas en una relación seria, no en encuentros pasajeros. Creo que, de alguna manera, asumían que, por estar más gordita, yo “obviamente” querría algo estable, como si tuviera menos opciones para citas informales. Es un contraste que me ha hecho reflexionar mucho sobre cómo se percibe y se valora a las personas según su apariencia.
Pero, además de esta reflexión, también me he dado cuenta de que el rechazo me duele más que antes. En el pasado, de alguna manera, ya lo esperaba; tenía la idea de que “por ser gordita, era obvio que iba a pasar”. Asumía que, por no ser delgada, algunas personas simplemente no me considerarían.
Mi mayor error fue pensar que ese rechazo no importaba, porque creía que todo cambiaría cuando adelgazara. Y ahora, de forma irónica, esto me lleva a reprimirme al momento de demostrar interés por alguien. Empiezo a pensar que, si me rechazan, ya no es por mi físico, sino simplemente por quién soy.
Aunque a veces estos pensamientos me invaden –cuando algo no me sale bien con un chico, cuando me da miedo arriesgarme o en fechas como el 14 de febrero, donde la idea de tener pareja pesa más– estoy aprendiendo a amar por completo a esta nueva Isabel. Porque al final, la aceptación más importante no es la de los demás, sino la mía.
Someterse a una cirugía como esta no es solo un cambio físico; también implica un trabajo interno. Hay que aprender a manejar la autoestima, la dismorfia corporal y muchos otros aspectos que surgen al bajar de peso. Pero todo comienza por uno mismo.
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