
“El enemigo es uno solo: se llama coronavirus, se llama SARS-CoV-2, ese es el enemigo con el cual se está librando una verdadera guerra mundial”, decía el ex ministro de Salud, Jaime Mañalich el 2 de mayo recién pasado. Un día después, anunciaría que se estaba perdiendo la batalla de Santiago y que de ella dependía la guerra.
Días antes, en abril, el presidente Sebastián Piñera había dicho: “El coronavirus es un enemigo poderoso, cruel y que no respeta a nadie”. Y en junio, durante el cambio de gabinete que involucró al Ministerio de Salud, dijo: “el coronavirus es un enemigo formidable, poderoso, destructivo y cruel, es un enemigo silencioso, pero que hace daño y provoca dolor y sufrimiento a millones de familias en el mundo entero”.
Así es como las autoridades nacionales se han referido una y otra vez al virus que actualmente mantiene a más de 9 millones de personas en Chile en cuarentena y a varios más con medidas de aislamiento social preventivo. Virus que se podría definir como una partícula de código genético encapsulada y una vesícula de proteínas, que necesita infectar un huésped para hacer copias de sí mismo. Un componente de la naturaleza, mortal, pero sin intenciones malignas (ni benignas tampoco).
¿Por qué entonces el llamado es a enfrentarlo, incluso con patriotismo? “La autoridad gubernamental y sanitaria ha utilizado de manera prioritaria un discurso que podríamos llamar belicista”, dice Claudio Duarte, académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Según explica, esto responde en parte a la sociedad patriarcal en la que vivimos, que ha sido construida de esta manera.
“El tratar al virus como un enemigo, con la metáfora de la guerra, aúna a personas que tal vez estaban descontentas con cómo el gobierno se había portado tras el estallido social”, analiza María Soledad Vargas, académica de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y doctora en Periodismo y Ciencias de las Comunicaciones de la Universidad de Barcelona. Según explica, se trata de un uso masculino del lenguaje en cuanto se entiende como el uso de lo racional, de la fuerza, opuesto al lenguaje femenino que sería a partir de las emociones.
“Las feministas, y sobre todo las francesas, cuestionaron mucha esta dicotomía del lenguaje, pero en períodos críticos vuelve a renacer de la mano de este conservadurismo que existe en nuestra cultura e imaginario”, dice Vargas y agrega: “Es muy populista porque el tema de la guerra es unirnos por una causa patriótica, por eso empezamos a ver este discurso, que es masculino”.
Vargas incluso asegura que “en estos periodos críticos volvemos a los orígenes, refundamos o rescatamos un lenguaje patriarcal que está en nuestra propia fundación como república”. Su opinión coincide con la de Rodrigo Figueroa, sociólogo de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, quien dice: “la metáfora de la guerra de los últimos meses se entiende como una tradición que tiene que ver con la naturaleza de la construcción de nuestra república, que está construida en función de los terremotos y las guerras del siglo XIX, dos grandes procesos que han creado unidad en la ciudadanía”.
Según Figueroa, este tipo de lenguaje y de construcción discursiva va más allá de una postura política, pues viene de las bases históricas del país: “Así como en Argentina usan el populismo como una forma de unidad socio cultural, acá es la apelación a la tragedia, a la guerra y a cómo reaccionamos frente a ella”.
El sociólogo agrega que es interesante comparar la realidad nacional con retóricas femeninas, como las que se dieron desde el gobierno neozelandés, donde el énfasis estaba en la salud, el cuidado y la contención, con las retóricas más masculinizadas como la chilena, la estadounidense y la pekinés, donde esta semana se hizo alusión a una nueva batalla por el rebrote del virus.
María Soledad Vargas, en tanto, recuerda el caso canadiense, donde la autoridad se reconoce como feminista y donde en marzo el primer ministro Justin Trudeau realizó un discurso para agradecer a los niños que se quedaron en casa durante la pandemia. Acciones como esa, explica la académica, dan cuenta de cómo el gobierno entiende a la sociedad.
“En el caso nacional lo que tenemos son liderazgos masculinos”, explica Figueroa, y agrega: “Son estructuras socioculturales que permanecen en el tiempo, memorias sociales que están arraigadas como códigos o lentes con los que vemos la realidad”. Por eso, no cuestionamos cuando se habla de un castigo por no reducir al máximo el flujo de personas durante la cuarentena o cuando se comparan los comportamientos de las distintas regiones.
Actualmente, existe un nuevo liderazgo desde el Ministerio de Salud encabezado por Enrique Paris. “Esta figura intenta ser más empática, pero van a pasar los días y volveremos a la retórica de la batalla, de busca de heroísmos, en la que algunos están ganando y otros están perdiendo”, pronostica Figueroa sobre la inevitabilidad de repetir los discursos masculinos y belicistas que, estemos de acuerdo o no, han marcado la historia del país.
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