Mi papá murió por Covid y se fue sin molestar a nadie

“Durante los primeros seis años de mi vida fui hijo único y muy apegado a mi papá. Todavía tengo recuerdos de todas las veces que lo acompañé en sus salidas a terreno. Él era abogado y hacía mucho trabajo en la calle para contactar a clientes, pero además le encantaba sociabilizar y llevar una vida al aire libre. Era bueno para caminar, para encontrar boliches y picadas. Siempre tenía los mejores datos. Y yo lo seguía en ese estilo callejero que tanto le gustaba. Hasta que nacieron mis hermanos Sebastián (30) y Fernanda (28), yo fui su pequeño compinche.

A medida que fui creciendo lo empecé a ver con otros ojos; a mis 18 años mis papás se separaron y hubo un tiempo en el que perdí el contacto con él. Resentí esa distancia en algún momento durante mi juventud, y no fui capaz de entender por qué él estaba permitiendo que nos alejáramos. Volver a encontrarnos fue un ejercicio de voluntad mutua. Él se había vuelto a casar y había tenido a su cuarto y último hijo, Benjamín, que ahora tiene 10 años. Y logramos sanar la relación porque ambos, en cierto sentido, crecimos. Pudimos entendernos desde nuestras realidades, pero poniéndonos en el lugar del otro.

Cuando supimos dejar esa etapa en el pasado, volvimos a ser los compañeros de antes. Los que fuimos durante mi infancia. Y hasta sus últimos días, cada vez que me llamaba y me proponía hacer algún panorama en el centro, comer una pizza en el Dadino o ver una película en el cine –le gustaba mucho ir al cine–, yo me volvía a sentir como un cabro chico.

Esas ganas de callejear y conocer gente las mantuvo durante toda su vida. Era el que contaba los chistes en las fiestas y el que lograba que todos se dieran vuelta para escucharlo. Era carismático, jovial y activo. Y tenía una tremenda capacidad de sociabilizar. De hecho, con mis hermanos le decíamos Compadre Moncho, porque era de esas personas que siempre andaba afuera, dando vueltas, conversando con alguien. Ahora que lo pienso, siempre tuvo la personalidad de escolar cimarrero. Siempre buscaba fugarse, dar vueltas, hacer algo entretenido. Me llamaba y me decía: “¿Estás libre? Hagamos algo”.

Mi papá trabajó hasta el final. Siempre fue independiente y ofrecía asesorías legales a importadoras de ropa. Le encantaba trabajar con las tiendas de Estación Central, porque ahí siempre pasaba algo y había mucha gente. Prefería estar donde hubiera movimiento y acción. Pero el trabajo legal no fue el único; antes de eso vendió jeans en el Persa, en una época vendió combustible y, a lo largo de su vida, cada vez que fue necesario, se supo reinventar. Tenía el espíritu busquilla.

Se casó con mi mamá cuando yo tenía seis años y luego se emparejó con Carmen, quien estuvo a su lado hasta el final. Pero pese a estar rodeado y a su constante preocupación por los demás, nunca fue de expresar o preocupar al resto con sus propias necesidades. En eso era más bien de la escuela de no molestar.

El 16 de mayo de este año mi papá se enfermó y no le dijo a nadie. El 18 habló con un colega del trabajo y le comentó que se sentía tan mal que tenía miedo de morir. El 19 Carmen le dijo que fuera a verse porque no tenía buen aspecto. Él le hizo caso y le realizaron el examen PCR. Esa noche, según lo que supe después, no durmió bien, pero al día siguiente amaneció un poco mejor y pidió comer sopa. Esa tarde falleció. Y en la noche recibimos el llamado; había salido Covid-19 positivo.

Sus últimos días los hemos ido reconstruyendo por lo que nos han ido contando, porque él no habló con mucha gente. Pienso que no quería molestar y no quería que lo internaran porque no quería complicar a nadie. Eso me calza mucho con su personalidad; era muy desprendido, con lo bueno y lo malo de eso. Siempre fue generoso y se preocupó de hacer reír al resto, pero cuando se trataba de él, no quería incomodar o imponerse.

Hablé con él por última vez una semana antes de ese miércoles. Había recién aprendido a usar Zoom y me llamó para mostrarme que estaba preparando zapallito italiano. Se veía feliz, o eso es lo que me mostró a mí. Y nunca me dijo que se sentía mal. Unos días después supe por una prima que le había comentado al pasar que se sentía enfermo. Y lo llamé de inmediato. Esto fue el lunes. Pero no tuve respuesta. También lo llamé el martes y el miércoles, y nada. Hasta que recibí el llamado de Carmen para contarme lo que había pasado.

En estos días he pensado que su comportamiento durante sus últimos días habla de cómo era y cómo vivió su vida. Le costaba mucho hablar de él. Era muy bueno para sociabilizar y hablar con los demás, pero no se preocupaba de sí mismo y no contaba lo que estaba sintiendo. Siempre se guardaba lo personal. De hecho, cuántas veces le pedí que me hablara de él, de lo que sentía, que se abriera conmigo. Ahí estábamos todos hablándole de nuestras cosas, pero él nunca se abría del todo.

Como familia decidimos no hacerle un funeral en estas condiciones. Optamos por cremarlo para así poder tener un momento oportuno, más adelante, para despedirlo con una ceremonia o un ritual. Creo que los ritos tienen que ver más con los que nos quedamos acá, y yo lo quiero homenajear como corresponde. También me parece que hacerle un funeral con pocas personas y sin poder acercarnos es muy poco digno del tipo de vida que llevó, en la que tuvo mil amigos y mil trabajos. Porque eso es, en definitiva, lo que lo caracterizó”.

Ignacio Lira (36) es periodista y conductor de radio.

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