Pareja sobreviviente de coronavirus: “Nos salvamos por nuestra disciplina y fortaleza”

Con 58 y 78 años, Pilar y Felipe fueron unos de los primeros casos de Covid-19 en Chile. Felipe, quien por sus antecedentes médicos y su edad era el que tenía peor diagnóstico, resultó ser el inesperado cuidador de Pilar. Aquí, ambos cuentan cómo superaron la enfermedad.




Pilar Torres (58) y Felipe Gómez (78) llevan 27 años juntos y viven con sus dos perros en un departamento en Providencia, una de las comunas más afectadas por los contagios al inicio de la pandemia. Pilar cree que fue el viernes 13 o el sábado 14 de marzo cuando contrajo la enfermedad. En ese entonces en Chile había 43 casos, 29 en la Región Metropolitana, y las autoridades recién comenzaban a alertar sobre el brote, así que cuando llevó a su vecina adulta mayor a urgencias de la Clínica Santa María a las 22 horas, debido a una infección urinaria severa, se puso mascarilla e intentó mantener distancia con los demás.

“Cada tanto sonaba un timbre que anunciaba que había llegado un paciente con el virus para que el personal tomara los resguardos. Ahí sentí la corazonada de que podía contagiarme”, relata. Pasó la noche acompañando a su vecina y a la mañana volvió a su casa a ducharse, aislar todo lo que llevaba puesto y durmió un rato para regresar nuevamente a la clínica. Al día siguiente, que era domingo, celebró su cumpleaños con 12 personas en el departamento y el lunes trasladó a su vecina, con su auto, desde la clínica hasta Viña del Mar, donde la esperaba su familia. Le pidió a una sobrina que la fuera a buscar y la trajera a Santiago, para evitar cualquier tipo de contagio en los buses.

Apenas llegó ese lunes en la tarde a su casa comenzaron los síntomas: un fuertísimo dolor de cabeza, fiebre y decaimiento. Esperó dos días, pero la fiebre no bajó. Fue a Integramédica y dio positivo en Covid-19. “Me mandaron para la casa con paracetamol, con el compromiso de que iría a Urgencias si tenía problemas respiratorios. Lo que menos quería era eso: me había contagiado en un hospital y me daba terror que me internaran, tener que estar sola, aislada, sin mis perros ni mi marido, sin compañía, así que con Felipe nos comprometimos a hacer todo lo posible para estar en casa”, dice Pilar. Lo más probable es que Felipe ya estuviera contagiado. Por su edad, su leve diabetes, su hipertensión y el marcapaso en su corazón, su diagnóstico era complicado. Eso era lo que más preocupaba a Pilar.

“Nunca tuve miedo”, asegura Felipe. “Es que veía que estaba tan mal Pilar que solo pensaba en ayudarla. Si me contagiaba, ¿qué más da? Si ya tengo 78”, asegura. Aunque tienen otra habitación con un sofá cama, siguieron durmiendo juntos. Curiosamente él apenas manifestó síntomas: tuvo solo un día un poco de fiebre, luego diarrea y los siguientes se sintió bien. ¿La razón? Según hematólogos a los que consultaron, el hecho de que Felipe tuviera el virus de malaria en su sangre, debido a un contagio que sufrió en la isla de Madagascar hace 35 años, era probable anulara o disminuyera la presencia del Covid-19. “A pesar de que tomé pastillas para no contraerlo, agarré Malaria –para toda la vida– y fue muy fuerte, pero sobreviví. Si eso no te mata solo te haces más fuerte. Durante 15 años se me reactivó cuatro veces el virus, en algunas ocasiones con fiebre de 42 grados, con pérdida de consciencia. He viajado mucho y me he vacunado tantas veces que literalmente estoy vacunado contra todo”, cuenta Felipe.

Quien se supone que debía enfermarse gravemente, debido a su edad y sus enfermedades preexistentes, terminó siendo el cuidador. Por su experiencia con la malaria, Felipe sabía que para enfrentar el coronavirus y evitar su propagación en casa era esencial la disciplina y la higiene. Todos los días ayudaba a su mujer a levantarse, se duchaba con ella con agua muy caliente, lavaba toda la ropa que usaban, cambiaba sábanas, desinfectaba el piso con cloro, ventilaban al menos una hora toda la casa, las almohadas las dejaba al sol y echaba constantemente Lysoform en las superficies y en el aire.

Pilar se sentía tan mal, con un dolor de cabeza que no la soltaba, con sus fosas nasales repletas de llagas internas y un malestar corporal indescriptible, que durante dos semanas no pudo salir de la cama. “Nos salvamos por la fortaleza y disciplina que tuvimos esos días. Hay que mantener un espíritu combativo”, dice Felipe convencido, con su acento español. A los primeros síntomas de tos y dolor en el pecho, Pilar recordó los días de su infancia en que tenía bronquitis crónica y su abuela con una olla la hacía inhalar vapor para despejar sus vías respiratorias. Comenzó a hacer lo mismo con un vaporizador con esencia de menta. Se encerraba en el baño y con una toalla generaba una especie de carpa para concentrar el vapor. Pilar dice que esa medida, junto a la extrema limpieza, fueron claves para evitar que los problemas respiratorios se agravaran. “Hice todo lo posible para evitar ir a urgencias y me mantuve muy contactada con mi doctor, eso es muy importante. Le preguntaba si lo que estaba haciendo estaba bien y qué podía hacer para tratar ciertos dolores”, asegura.

Actualmente ambos tienen un certificado de Covid-19 negativo que les ha permitido moverse con un poco más de libertad, después de estar más de un mes sin dar un paso afuera del departamento. “Te sientes como leprosa”, dice Pilar. “Hasta el día de hoy cuando bajo a la bodega o al patio y me ve alguna vecina, se aleja de mí. Me siento apartada, la gente me tiene miedo y eso que tengo el doble de conciencia que ellos porque viví la enfermedad y no estoy dispuesta a que otros la vivan como yo”, asegura. De todas las personas con las que mantuvo contacto antes de hacerse el examen, los únicos que presentaron síntomas fueron su sobrina, que la fue a buscar a Viña, y el novio de ella, quienes siguieron los consejos de Pilar para mejorarse más rápido y mantener a raya los problemas respiratorios.

Estar tan solos para Pilar y Felipe sin duda fue difícil, pero también les trajo algunos beneficios. Pilar volvió a conectar con sus hermanos por WhatsApp, quienes viven lejos y tienen poco contacto entre ellos, retomó antiguas amistades del colegio, comenzó a usar otras redes sociales, entendió la importancia de ser más tolerante, aprendió a aceptar la soledad –algo que siempre le ha costado mucho– y a adaptarse a la nueva realidad que propone el virus. Felipe, por su parte, tuvo que bajar su ritmo frenético de trabajo y darse un tiempo para observar la vida que llevaba. “Me siento más relajado y lo más curioso es que comencé a dormir como cuando era un adolescente: diez horas de corrido sin despertar”, asegura.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.