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¿Qué pasa cuando faltan a clases? El ausentismo grave como señal temprana de exclusión escolar

n 2024, más de 55 mil estudiantes vivieron esta realidad silenciosa. Detectar a tiempo estas señales permite cambiar trayectorias y asegurar que más niñas y niños puedan seguir aprendiendo y creciendo en la escuela.

Una silla de clases vacía un día puede pasar desapercibida. Pueden pasar dos días, una semana, y seguir así. Pero con el tiempo, esa silla vacía deja de ser solo una ausencia y se convierte en una niña o niño que salió del sistema escolar. Según cifras del Mineduc recopiladas por Observatorio Niñez Colunga -centro dedicado al análisis de data de niñez en Chile- en 2024, más de 55 mil sillas quedaron vacías en todo el país.

Estas salidas no suelen ser repentinas, sino más bien progresivas, llenas de señales posibles de abordar. La más clara es la inasistencia grave, que se define como faltar a más del 15% de las clases del año. Esta cifra, que ya era alarmante en 2022, alcanzó un nuevo peak en junio de 2024: uno de cada tres estudiantes estuvo en esa condición.

A esta altura del año escolar, aún es posible actuar. Pero, ¿qué se necesita para identificar y prevenir a tiempo la exclusión escolar, antes de que niñas y niños desaparezcan del sistema sin que nadie lo note?

¿Exclusión o deserción?

Durante años, cuando hemos escuchado hablar de niñas, niños y adolescentes que dejan el sistema educativo, se les ha llamado “desertores”. Sin embargo, este término sugiere una decisión individual.

No son desertores, son estudiantes excluidos por un sistema que no logró acompañarlos, retenerlos ni garantizar su derecho a la educación. La diferencia no es solo semántica: implica reconocer que las causas no son individuales, sino estructurales, relacionales y acumulativas.

Paloma Del Villar, directora de Observatorio Niñez Colunga, enfatiza en la necesidad de hablar de exclusión. “Cuando un niño o niña sale del sistema suele ser por la suma de sus experiencias de vida y las dinámicas del sistema escolar. Es un proceso que implica muchos factores complejos”, explica.

Rara vez existe una única razón para dejar la escuela, se trata de un proceso que comienza con ausencias recurrentes, se profundiza con el desinterés o la desconexión, y termina con una desvinculación total que, muchas veces, pasa inadvertida.

“Cuando un estudiante deja la escuela no lo hace por capricho ni mero desinterés. Lo hace porque no se siente parte de la escuela, porque experimenta rechazo, discriminación o no es reconocido en sus capacidades”, explica Paula Montes, directora ejecutiva de Fundación Súmate, quienes trabajan por el reingreso de las y los estudiantes al sistema escolar.

Rebeca Molina, directora ejecutiva de Fundación Presente, que se dedica a prevenir el ausentismo crónico y promover la asistencia escolar, explica que: “Cuando un estudiante está faltando más de la cuenta, nos está dando una señal de que algo no está bien y hay que trabajar esos temas de manera profunda, detectar el ausentismo a tiempo y apoyar a ese estudiante”.

La señal que anuncia el riesgo

Antes de que una niña o niño deje el sistema escolar, suele pasar por un periodo de ausencias prolongadas. En Chile, faltar a más del 15% de las clases en el año se considera inasistencia grave. Esa condición, lejos de ser marginal, afecta hoy a uno de cada cuatro estudiantes.

Este fenómeno impacta con mayor fuerza a los establecimientos públicos. En 2024, un 23% de sus estudiantes presentaron inasistencia grave, frente a un 19% en colegios particulares subvencionados y solo un 8% en privados.

También hay brechas territoriales. Los colegios ubicados en zonas urbanas presentan mayores niveles de inasistencia que los de zonas rurales: 20% versus 14%. Y si se comparan regiones, las diferencias son notorias: Atacama registra la cifra más alta (28%), mientras que Los Ríos tiene la más baja (13%).

“Estos datos nos muestran que la inasistencia escolar no solo es un problema generalizado. Es también un reflejo de desigualdades estructurales y territoriales. Es necesario mirar con urgencia qué están haciendo bien en las regiones con mejores resultados y replicarlo donde más se necesita”, explica Del Villar.

Ahora bien, ¿por qué niñas, niños y adolescentes faltan a clases? Según Molina, por una falta de valoración a la asistencia. “La principal razón para faltar a clases es que los estudiantes o sus familias consideran que no es tan importante estar en la sala de clases todos los días” dice. A esto agrega que la situación se traduce en excusas: “Si llueve, hace frío o el niño durmió poco, ¿para qué va a ir? No se busca una solución”, puntualiza.

La exclusión se vive en la escuela

En 2019, un colegio en Lo Hermida enfrentaba su punto más crítico de inasistencia escolar sin saber cómo enfrentarlo. Habían tratado de todo: premios por asistir, castigos por faltar, advertencias de repitencia, llamadas a los apoderados, pero nada parecía funcionar. Tenían claro que, tarde o temprano, muchos de sus estudiantes terminarían por quedar fuera del sistema escolar.

Fue en ese entonces cuando llegó Fundación Presente y su programa Cada Día Cuenta. “Lo primero que hicimos fue enseñarles que la asistencia debía ser una prioridad en la gestión del colegio y se debía trabajar como un hábito que se construye y entrena, y no como un castigo”, explica Molina.

Poco a poco cambiaron los “Si no vienes, te anoto”, por “Si no vienes, no aprendes”. En dos años, el equipo educativo, las y los estudiantes y sus familias comenzaron a comprender por qué era importante estar en la sala de clases y el ausentismo disminuyó. “La asistencia incluso se empezó a relacionar con el espíritu del colegio. Hoy tú miras sus redes sociales y se ve reflejado este valor en un lenguaje transversal. Hubo un verdadero cambio en su manera de mirar y abordar la asistencia escolar”, reflexiona Molina.

Casos como este muestran que la exclusión no ocurre de un día para otro. Se gesta al interior de las comunidades escolares, muchas veces en silencio, cuando no hay herramientas ni acompañamiento para actuar a tiempo.

La exclusión no solo deja fuera del aula, sino que también afecta la identidad y bienestar del niño o niña. “Las barreras para retomar los estudios son una combinación de experiencias materiales, emocionales y sociales que estaban presentes en su historia previa y continúan experimentando”, explica Montes. La falta de recursos para contar con útiles o uniforme, baja autoestima, miedo al fracaso y la falta de una red de contención son solo algunos de estos obstáculos.

“Es fundamental que toda la comunidad educativa se involucre en el seguimiento y prevención de la inasistencia, priorizando la inclusión y las necesidades de niñas y niños”, plantea la directora de Observatorio Niñez Colunga, Paloma Del Villar. Pero ese enfoque no puede depender solo de la voluntad de las escuelas.

“Si los niños y niñas no están en el colegio, ¿dónde están? ¿Qué están aprendiendo?”, pregunta Molina. “El colegio es el lugar en que confiamos: donde cuidamos a la infancia, los alimentamos, los desafiamos y donde pueden desarrollarse plenamente”, reflexiona. Pero para que ese valor sea comprendido y compartido por toda la sociedad, el mensaje no puede quedar solo en las escuelas.

“El rol del Estado es mantener la conciencia del valor de la educación. Es tarea del Estado generar esa relevancia y ese discurso de que la asistencia es importante”, puntualiza Molina.

Combatir la exclusión escolar no se trata solo de evitar que una niña o niño deje de asistir. Se trata de reconocer el valor de la escuela como espacio de desarrollo, cuidado y protección, y de entender que la permanencia en el sistema educativo no puede depender solo del esfuerzo individual o del compromiso de una sola escuela.

El reingreso educativo no basta con abrir una puerta, es un proceso que requiere acompañamiento. “Es necesario crear un entorno de apoyo y acompañamiento positivo, continuo y sistemático, asegurando un espacio de reparación y desarrollo educativo integral”, asegura Montes.

Hoy, la inasistencia grave y la desvinculación silenciosa de miles de estudiantes exigen una respuesta colectiva y decidida. El Estado tiene el deber de sostener un relato claro sobre el valor de la educación, pero también de dotar a las comunidades escolares de herramientas, recursos y apoyo sostenido para evitar que esas ausencias se conviertan en exclusión.

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