Sara Maitland y la soledad: “Nadie nos enseñó a estar con nosotros mismos y por eso juzgamos a quienes deciden aislarse”

La escritora inglesa vive hace 20 años retirada del mundo en lo alto de una montaña. En esta entrevista dice que aunque no todos fuimos hechos para una soledad extrema, pero si no la hemos probado no sabemos lo que nos estamos perdiendo.

No es común que, de un día para otro, alguien tome sus cosas y escoja irse a vivir a un páramo salvaje en la mitad de las montañas y aislado de la civilización. Pero Sara Maitland (70) lo hizo hace 20 años y cuando decidió instalarse en las alturas del noreste de Inglaterra, donde llueve torrencialmente y casi no se ve el sol, sus conocidos pensaron que se había vuelto loca. Comenzaba el nuevo milenio, su matrimonio de 20 años con un vicario inglés había terminado, su hijo menor había partido a la universidad y ella estaba por cumplir 50 años.

Así fue como partió a experimentar la sensación del silencio, una que había añorado por décadas, pero que por su carrera como escritora en Londres, la crianza de sus dos hijos y un compromiso con la iglesia católica, el socialismo y el feminismo, no se había animado a perseguir. Frente a todos los prejuicios, estaba segura de que estar en contacto con ella misma en la naturaleza era lo que necesitaba para esta nueva etapa de la vida.

“Probar la vida en soledad, en la mitad de la naturaleza, parecía un plan perfecto. Otros quizás no aguantarían ni un minuto. Sinceramente, conozco a pocas personas que hasta se den el tiempo de caminar consigo mismos por el parque”, dice desde su pieza. “Ahí está el problema, no conocemos la soledad, porque no sabemos cómo vivirla. Nadie nos instruyó en ella y por eso tenemos tantos prejuicios que nos impiden probarla”, dice Sara.

Esa es su hipótesis: que existe una amplia diferencia entre lo que creemos que significa la soledad y lo que en realidad es. Esta convicción, sin prejuicios, sobre lo que realmente implica estar solos la ha llevado a convertirse en una reconocida escritora. Egresada de la Universidad de Oxford tiene más de 30 publicaciones de fábulas y libros de no ficción entre los que destacan Un libro sobre el silencio (2008) o Cómo estar solo (2016), que abordan la temática que la ha fascinado por años. Este es su testimonio.

En vez de escapar, volví a casa

“Cuando me fui a vivir por primera vez a un páramo salvaje en el noreste de Inglaterra, sentí que era el momento perfecto para hacerlo. Es algo que pienso que muchas personas de mediana edad se sienten preparados para hacer, pero no se atreven porque la gente los enjuicia y asumen que están entrando en crisis o volviéndose locos. Por mi parte, siempre tuve dos padres que me enseñaron a ser valiente e independiente, pero a la vez éramos una familia numerosa y extremadamente cercana, por lo que no todos estuvieron de acuerdo con la decisión.

Mi madre, una mujer excéntrica y empoderada, fue una de ellos, y así fue hasta que se enfermó. El día que me avisaron que ella estaba mal, una tormenta estaba derribando los árboles y caminos en el páramo, mientras al otro lado del teléfono mis dos hermanos menores me suplicaban que volviera a Escocia a cuidarla. Me prometieron que si lo hacía, ellos me aseguraban conseguirme una cabaña aislada en Galloway. Regresé cuanto antes, porque cuidarla era una prioridad. Hasta que sucedió lo inevitable y después de su entierro esas altas montañas escocesas que me vieron nacer, se volvieron a convertir en mi hogar.

La casa que mis hermanos me prometieron tenía 100 años y había sido el hogar de verano de un pastor de ovejas, y como es tradición en esos sectores de Escocia, las tierras del lugar habían pertenecido a las mismas familias por más de diez generaciones. La mayoría de ellos eran granjeros, incluyendo a mi hermano. Su esposa era una famosa política local. Cuando llegué, los prejuicios llegaron conmigo: era mujer, sola y de familia conocida. Sin embargo, si quería tener paz y silencio en mi vida, iba a tener que llevarme bien con mis vecinos. Y así fue. Diez años de relación en comunidad –no exenta de dificultades- permitieron que ellos sean actualmente los que velan por mí. Cada día, se turnan para manejar por el difícil camino de 80 km que se desvía hacia mi casa, solo para saber cómo estoy.”

No todos pueden hacerlo, pero todos deben probarlo

Hay una creencia cultural que dice que estar solo es sinónimo de una vida miserable. Otros asocian las casas aisladas con sótanos donde se esconden los locos de remate o los asesinos seriales. Los prejuicios son interminables y la gente los asume porque pocos han experimentado estar realmente en soledad. No conocen de lo que se trata, mucho menos que es una decisión absolutamente individual y que no es blanco y negro.

Eso tiene que ver también con la cultura. Hoy en día en Europa, mucha gente está optando por vivir de a uno. Si no tenemos el conocimiento para generar la oportunidad de construir orgánicamente la soledad en nuestras vidas, jamás sabremos si podemos tolerarla. Y ahí esta la gran diferencia. No todos pueden estar solos, y no tienen por qué estarlo si saben que no pueden soportarlo, pero nunca lo sabrán si no se enfrentan a la experiencia sin prejuicios.

Nadie sabe mejor cuánto queremos estar solos que nosotros mismos. La creencia es que la gente se aísla por circunstancias tristes o dolorosas y que bien podría ser por motivos incontrolables o por un castigo. Esto nace en la infancia, porque, lamentablemente, la soledad se ha utilizado en muchas sociedades para reprender a los hijos. En otras, en cambio, se ha dado como premio, un momento para que estés solo haciendo lo que quieras, porque te has portado bien. Los padres no muestran la soledad como algo inherente y necesario para nuestro desarrollo, y no los podemos culpar, es algo que se ha heredado de generación en generación.

Yo tampoco tuve la oportunidad de tener esos momentos cuando era niña, porque éramos muchos en la casa. Pero aún así, nos enseñaron a ser valientes y autosuficientes, por lo que yo sí pude atreverme a probar. Cuando lo hice siendo una adulta, fue verdaderamente una sorpresa. Ahí supe lo maravillosa que me sentía al caminar por los campos, conocí animales que pude encontrar entre las ramas e hice del silencio un amigable compañero.”

Tenemos que ser capaces de ver los matices del aislamiento

"La experiencia de la soledad y el aislamiento es absolutamente individual y debe ser elegida. Tiene cientos de matices, no por querer estar solos un momento significa que vamos a tener que viajar al desierto inmediatamente. Podemos empezar por pequeñas cosas que de todas maneras nos traerán beneficios.

Caminar por el parque, quedarse una noche en un hotel o apagar el teléfono durante una hora son buenos ejemplos. Por mi parte, descubrí que la vida en soledad me trajo beneficios como no tener que comprometerme a cabalidad con alguien más y descansar de la crianza, algo que sumamente agotador y estresante. Pero hay un aprendizaje especial que también me ha permitido vivir en paz: entendí que no necesitaba desaparecer del mundo para encontrar mi espacio. Si algo me llega a pasar, sé que puedo agarrar el teléfono y llamar a mis familiares. No fui vetada de una sociedad ni de una familia, sino que encontré mi libertad y hasta conocí el egoísmo.

Me gustaría pedirle a las personas que se quedaran en silencio un momento. En el buen sentido de la frase, el silencio les traerá beneficios a ustedes y a quiénes los rodean. En él podrán encontrar un espacio para conocerse y pensar en lo que quieren. Mientras que con los demás, creo que evitar emitir un juicio respecto a las decisiones de una persona puede ser un gran acto de generosidad. Si en vez de opinar empezamos a escuchar, estoy segura de que encontraremos respuestas impresionantes".

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