Salir con el ex marido: “Me gusta la idea de que esas decisiones que nos cuesta tomar porque creemos que son absolutas, a veces no lo son”




“Hace un poco más de un mes tuve mi segunda primera cita con mi ex marido. Lo digo así porque nuestra primera cita fue realmente hace ocho años. Aquella vez nos dimos un punto de encuentro en un pequeño bar en una zona alejada de Queens, en Nueva York. Ambos habíamos llegado hace poco a esta ciudad y nos habíamos propuesto conocerla juntos. Durante una semana fuimos todos los días a un lugar nuevo; fuese un parque, un restorán o simplemente una zona que nos habían recomendado y que nos interesaba explorar. Tiempo después, nos casamos y estuvimos juntos durante cuatro años. Pero finalmente, hace cuatro años atrás, nos divorciamos.

En estos años que no hemos estado juntos, hablamos de repente y más bien por cosas prácticas. Por supuesto que nos saludábamos con mucho cariño y afecto para nuestros cumpleaños y fechas importantes. Él mantuvo un diálogo con mi mamá durante un tiempo, más bien porque ella lo quiso –y lo sigue queriendo– mucho; para ella, él fue la persona que me acompañó y me hizo sentir contenida en una época en la que me vine a vivir y trabajar sola a un país nuevo. Y eso para una madre es fundamental. Yo a su vez mantuve un diálogo con sus hermanas, con las que también nos quisimos mucho en su momento. Pero aun así, la vida pasa y cada uno fue pavimentando su propio camino. Así como durante cuatro años hicimos una vida juntos –vivimos juntos, terminamos nuestros estudios al mismo tiempo y nos armamos un grupo de amigos compartidos, dado que estábamos lejos de nuestro hogar–, durante los cuatro años posteriores, fueron pocas las veces que nos cruzamos.

Hasta que hace un tiempo una amiga en común nos invitó a su cumpleaños. Sabíamos que nos íbamos a ver, pero a ninguno de los dos nos acomplejaba la situación. Nunca estuvimos en malos términos y nuestro quiebre, más allá de que haya sido necesario, no arrastró broncas ni malestares. Nos quisimos mucho, nos acompañamos en una época compleja y nos alentamos el uno al otro en todas nuestras decisiones y procesos de desarrollo personal. Pero la intensidad de lo cotidiano, de vivir juntos y compartir el mismo grupo de amigos, nos pasó la cuenta. Por lo mismo cuando terminamos cada uno se preocupó de tomar un poco de distancia incluso del grupo de amistad.

Al cumpleaños, que fue hace casi dos meses, llegamos los dos al mismo tiempo. Fue divertido y casi de película, porque nunca pensé que me lo iba a encontrar abajo en la calle, mientras yo tocaba el citófono para entrar. Terminamos subiendo la escalera juntos y cuando mi amiga nos abrió la puerta quedó un poco descolocada y le tuvimos que explicar que nos habíamos topado abajo. Los tres soltamos una carcajada y entramos. Y esa noche, por más que cada uno hiciera de las suyas, nuestras miradas se cruzaron en cada momento. Cada vez que uno de los dos se paraba o se movía de lugar, el otro estaba atento. Hasta que finalmente decidimos sostener esa mirada lo suficiente como para además agregar una gesticulación de complicidad. Queríamos hablar.

Nos acercamos y nos fuimos a la terraza a compartir un cigarro. Nos preguntamos cómo estábamos y qué era de nuestras vidas. Hablamos de los amigos, de cómo habían cambiado todos, de lo que habíamos reflexionado en pandemia y de cómo nos había afectado. Estábamos extrañados, un poco ansiosos, pero también tranquilos. Y hacia el final de esa larga y pausada conversación, los dos sentimos un gran impulso por abrazarnos. No era solo un abrazo, era un gesto de contención que ambos queríamos recibir y a su vez dar, el uno para el otro. A los pocos días decidimos salir a tomar algo.

En este poco tiempo que llevamos saliendo, siento que nos estamos volviendo a conocer. Cuatro años y mucho proceso transformacional entre medio, evidentemente estamos en otro lugar. Sigo viendo su esencia y está ahí esa integridad que tanto me gustaba antes, pero a su vez hay aventura, misterio y situaciones que me dejan totalmente sorprendida. O más bien me estoy dejando sorprender. Y es que se trata de una flexibilidad que antes no tenía, o no me había permitido tener, por miedo a salirme de lo establecido. Hoy por hoy, en cambio, trato de no encasillarme a mí misma, ni las situaciones que vivo, y simplemente las voy surfeando. Hasta que tengan que ser.

Hemos tenido ya varias citas y hemos pasado varias noches juntos. Y no sé si esto resulte o no, y tampoco sé qué implicaría que ‘resultara’. Pero lo que me atrae en este momento es esa idea de que esas decisiones que nos cuesta tanto tomar, justamente porque creemos que son definitivas, a veces no lo son. Y es que divorciarnos fue un tema; ya no queríamos estar juntos pero los dos nos aferrábamos a ese supuesto y a su vez al miedo que nos generaba estar solos. Y quizás por eso no tomábamos la decisión. Así mismo cuando uno empieza una relación y pelea para que sea para siempre, incluso cuando ya no queda nada.

Y es que nos enseñaron que todo es para siempre y que las decisiones, cuando uno las toma, son rígidas y absolutas, sin un margen de flexibilidad. Desde el matrimonio hasta los quiebres, y por eso uno le pone un nivel de dramatismo adicional, porque creemos que eso es y no hay vuelta atrás. Y a veces está bien que así lo sea; ciertamente si una relación no fue sana hay que terminarla sin volver hacia atrás. Pero a veces también no es esa la realidad. A veces hay flujo, movimiento, y una oleada que va y viene hasta que tenga que ser así”.

Mariana Fauci (38) es diseñadora de interiores.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.