“Terminamos porque el desconfinamiento nos reveló quiénes éramos”




“Con Osvaldo nos conocimos a través de una aplicación de citas. Él venía saliendo de una relación larga; yo, había terminado una hacía poco y todavía estaba en duelo. No nos resultó a la primera, pero tiempo después, antes de la pandemia, nos reencontramos y decidimos darnos una segunda oportunidad. Siendo muy sincero, él nunca me produjo ‘mariposas en la guata’ pero sí me parecía simpático, honesto, cariñoso y preocupado. Pensé que a lo mejor así era el amor adulto, sin tantas estridencias.

La pandemia llegó y nos fuimos a vivir juntos. La relación fluyó bien: muy comunicados, apoyándonos, tratando de sobrevivir al agotamiento y la incertidumbre de las cuarentenas. La gente nos aplaudía y decía que éramos un ejemplo, porque lo más común era separarse; las parejas descubrían que estar encerradas y juntas 24 horas al día era invivible. Nosotros no; los primeros meses lo pasamos increíble, éramos buenos compañeros, amantes, nos entreteníamos. Decíamos que queríamos casarnos y armar una familia. Un día me dijo, ‘¿casémonos? Pongámosle fecha’. Yo no estaba tan seguro, pero me dije ‘ya, si igual me quiero casar. No creo que sea problema hacerlo ahora y no después’.

Nuestra verdadera prueba de fuego fue el desconfinamiento: él quería seguir encerrado, me decía, para cuidar a su mamá. Yo, que soy muy sociable, sólo quería salir y volver a la vida. Por lo mismo, cada salida era una pelea. Por no discutir, yo cedía en todo, incluso acepté no volver al gimnasio, a pesar de que lo único que quería hacer era retomar mi vida. Ya cuando empezamos a salir más de la casa comenzó a aflorar su lado celópata: cuestionaba la gente que me seguía en instagram, se molestaba porque yo cerraba la puerta de mi home office. Una vez recibí un mail de la aplicación de citas y él pensó que no había cerrado mi cuenta y me armó un escándalo. Le molestaba hasta que yo anduviera con los dos botones de la camisa desabrochados. Al principio yo me reía porque lo encontraba como chistoso-absurdo, hasta que empecé a entender que era en serio. Y mientras le contábamos a nuestros amigos que nos íbamos a casar, yo comencé a tener sueños recurrentes sobre el día que nos habíamos emparejado, dos años antes, y que tal vez hubiera sido mejor no haber aceptado su solicitud de chat.

Un día, cuando tuve que salir a trabajar, le mandé un whatsapp para comentarle algo de la fiesta de matrimonio. Mientras estaba en una reunión de trabajo, sentí que el celular me vibraba mucho en el bolsillo. De reojo vi su nombre y quince mensajes. Pensé que era algo grave y salí de la oficina a ver qué pasaba. Mientras yo había salido, él se habÍa metido a mi iPad, a pesar de que nunca le había dado la clave. Le sacó pantallazos a conversaciones antiguas con otras personas y me armó un escándalo. Sentí que no conocía a esa persona, lo imaginé trajinando quizás cuántas cuentas mías. El gran rollo que siempre había tenido Osvaldo era ‘la infidelidad’, decía que su ex le había engañado varias veces y cada cierto tiempo volvía a hablar con odio de él. Recién ahí comencé a sospechar de la real razón por la que había terminado su relación anterior. Claramente había traspasado una línea, la última que yo no estaba dispuesto a aceptar. Allí se acabó la relación.

En el tiempo que ha pasado desde la ruptura me he sentido enrabiado conmigo mismo, por haber dicho que sí cuando no estaba seguro y haber terminado embarcado en un proyecto del que no estaba realmente entusiasmado. Descubrí que el amor adulto igual debe tener un poquito de mariposas en la guata y siento que cometí una inmadurez al pensar en un matrimonio, con fiesta y registro civil, sin siquiera conocernos bien. Terminamos porque en el fondo el desconfinamiento nos reveló quiénes éramos y nuestras incompatibilidades. Tal vez sin pandemia, nuestra historia hubiera durado solo meses”.

Emilio, 43 años.

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