¿Tu pareja te potencia o te hunde?




En sociedades como la nuestra, estar emparejados y construir familia siguen estando a la base de cómo se concibe la realización personal. Porque pese al lento pero progresivo desplazamiento de este paradigma, vivir en pareja sigue siendo la norma. Y decidir estar solas o solos, la excepción. Avances ha habido, pero como revela la investigadora y decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la University College London, Sasha Roseneil –quien en su último libro titulado Tenacity of the Couple Norm decidió examinar los marcos legales relacionados a la vida íntima de las personas en distintos países europeos–, estar acoplados sigue siendo la esencia misma de lo ‘normal’ y algo fundamental para la experiencia de reconocimiento social.

Porque ahí, como explica la terapeuta familiar de la Red de Salud UC Christus, Elisa Milos, se juega el estatus e incluso la identidad personal. Y por ende, no calzar con esa estructura, es señal de fracaso. “Es exitoso y bien visto quien mantiene una relación. No estar en una es como si nos faltara algo o como si no estuviéramos completos”, explica. “Y es que nos han criado entendiendo que somos más felices en la medida que mantenemos una relación y una estructura que nos da sustento y que nos permite desarrollarnos en los roles maternos y paternos”.

De ahí que muchas parejas se mantienen pese a las dinámicas problemáticas y nocivas que pueden llegar a caracterizar la relación. Porque, como escribió recientemente en la Revista Ohlalá el psicoanalista y filósofo argentino, Luciano Lutereau, “estamos en pareja para que alguien nos saque de nosotros mismos y nos lleve hacia eso que nos cuesta. Pero lo que se juega muchas veces es la pareja como forma de no estar solos, y no la pareja como recurso para poder cambiar uno mismo, para trascender. El propósito del amor es transformarnos, hacernos vivir una vida distinta a la que teníamos; no hacer que las inseguridades con las que veníamos ya no estén”.

Y es que efectivamente, el propósito del amor, si es que lo hay, considera los procesos individuales de cada cual. Como explica Milos, a diferencia de épocas anteriores, en las que el estar emparejados cumplía principalmente una función ligada a la procreación y al mantenimiento y cohesión de un sistema familiar –porque se esperaba que las familias trascendieran en el tiempo–, en la era actual lo que se busca en el amor es la satisfacción, la autorrealización y que se potencien los recursos personales de cada cual.

A nivel de discurso, no se justifica ya que una relación de pareja no genere una sensación de bienestar, crecimiento y transformación. “Si no brinda eso, el amor es cuestionado y en gran medida relegado. Ahora, esto no quiere decir que no existan las relaciones tóxicas y nocivas. Hay muchos factores -entre ellos sociales y culturales- que inciden en que se den dinámicas relacionales perjudiciales, que más que fomentar la autorrealización, estancan al individuo”, explica Milos. “Por ejemplo, cuando la relación entra en una dinámica de codependencia o de fusión, que termina afectando los procesos personales, la autonomía, el desarrollo y los espacios sociales y profesionales, todo por sostener una relación que de otro modo no se sostendría. Mantener una relación en desmedro del propio desarrollo es muy común”. ¿Existe realmente un propósito en el amor? Si lo hubiera y fuera tan identificable, ¿por qué hay tantas parejas que se hunden? Y, por último, ¿por qué, en definitiva, le atribuimos ese rol a la pareja?

La directora del Instituto de Filosofía de la Universidad Diego Portales, Aïcha Messina, sugiere que lo primero que habría que preguntarse es si el amor es un sentimiento, un encuentro o una marca en la vida. “Probablemente sea las tres cosas y por lo mismo no se lo puede medir o atribuirle algún propósito. No puede servir o ser pensado en términos de utilidad, más bien es un despropósito. Por eso, potencia y hunde al mismo tiempo, porque si no hiciera ambas cosas, no sería amor. No sería la más grande pregunta de la existencia”, reflexiona. “Se transformaría en una ideología y en un discurso, cuando en realidad es una falla que no deja quieto, pero que no va en una dirección precisamente, como lo describía Duras”.

En ese sentido, para la especialista, si una pareja hunde, el cuestionamiento tiene que considerar la posibilidad de una patología, de ser siempre atraídos por personas que nos hunden en vez de potenciarnos o el por qué a veces se siente placer en ese hundimiento. “No podemos hacer como si amar fuera un mero sentimiento, disociable de todo un imaginario, curiosidades que tenemos, y a veces curiosidad de saber hasta dónde podemos llegar y cuáles son nuestros límites”.

Ahí también entra, como explica Milos, la teoría del apego, que plantea que el vínculo que se genera con nuestro cuidador primario durante los dos primeros años de vida es clave para definir y comprender cómo ese individuo se va relacionar a lo largo de su vida. “En esos dos primeros años se establecerían las bases vinculares de la persona. Si ese apego fue ansioso y evitativo en vez de seguro –quizás por la historia de vida de esa madre o padre– es muy probable que en la adultez esa persona establezca relaciones desde ahí. Y esto influye en la comunicación, la intimidad, la confianza en el otro, la sexualidad, la ansiedad frente a la cercanía, la evitación a mostrar vulnerabilidad o a la pérdida de control frente a ciertos conflictos”, explica. “Si en cambio el apego es seguro, es probable que la relación de pareja potencie a los miembros y que no tengan dificultad frente a un distanciamiento físico”.

La terapeuta de parejas María Luisa Cortés señala que uno debiese estar en pareja cuando ya tiene, en cierta medida, un proyecto personal, que después se pueda compatibilizar con un proyecto común en pareja. “La idea es que cada miembro se potencie a avanzar y no se queden estancados en el desarrollo personal, y para eso puede ser importante que se unan con eso más o menos claro, más allá de que la búsqueda siempre continúa”. Pero ahí, como explica la especialista, hay una trampa: “Se puede caer en atribuirle ese rol a la pareja, como que solo estando emparejados nos podemos potenciar y trascender. No debiese ser la pareja la que ayuda a llegar a los proyectos, debiese ser más un requisito que tu pareja te aliente, pero no el propósito”.

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