¿Preguntas antes de compartir una foto de otra persona en tu perfil?

Hay muchos grises en esta área de la vida digital. Por un lado está la vanidad y por el otro la seguridad, la intimidad de la vida privada de las personas y en especial de los menores de edad. Las consecuencias de nuestros actos pueden terminar en algo más que un mal rato frente a una suplantación de identidad.


El formato de historias renovó el encanto que produce documentar el día a día. Es tal su impacto, que Instagram anunció que cambió su foco a potenciar completamente este formato, junto con los famosos reels o videos cortos. Todo se trata de cómo contamos nuestras historias, pero mostrando más detalles de lo que podíamos ver antes, entregando información tan clave como el barrio donde vivimos, los lugares que visitamos y las personas con las que nos relacionamos. Una nitidez que ningún tweet era capaz de evidenciar.

Atrás quedaron tantos formatos lejos de nuestras prioridades: las cámaras pesadas para registrar videos familiares y primeros cumpleaños, álbumes con fotos impresas y otros registros que podían palparse. Hoy, muchos optan por tener un álbum digital destacado en sus perfiles de Instagram, porque simplemente es gratis y más fácil que los procedimientos del siglo pasado. ¿Qué más cambió? Todo. Muy distinto es mostrar la foto de tus hijos en un asado familiar o un almuerzo con la gente que sí conoces en persona, a que subirlas a Instagram o Facebook, donde si bien puedes tener un perfil bajo candado, no existe ninguna garantía a la hora de entregar información a la web.

Ahora, esta crisis no es nueva. Hace más de 10 años se acuñó por primera vez el concepto sharenting, que se compone de las palabras en inglés share (compartir) y parenting (crianza), y se utiliza para describir el fenómeno de compartir grandes cantidades de material de nuestros hijos en redes sociales. Aquí es donde se cruza la línea delgada entre la vida privada de los padres y la de sus hijos. Pero esta historia puede escalar aún más. ¿Qué otras consecuencias hay en compartir la vida de un menor de edad? Demandas por parte de los hijos, páginas web que trabajan con redes de pederastas, suplantación de identidad y más.

En 2016 se hizo público un caso en Australia, donde una mujer de 18 años demandó a sus padres por compartir más de 500 fotos en Facebook sin su consentimiento. En ese mismo año en Canadá, un menor de 13 años interpuso una querella contra sus padres por compartir fotos que, según su él, arruinaban su reputación. En Europa este también es un ítem conocido, tanto así que el artículo 226-1 del Código Penal francés, indica que se puede sancionar con multas cercanas a los 45.000 euros a todo aquel que vulnerar la intimidad de la vida privada de una persona al fotografiar, grabar o transmitir, sin su consentimiento.

Pero fuera de los encuentros legales, también está el lado más cruel de compartir imágenes a destajos sin precauciones: la pedofilia y levantamiento de sitios con contenido ilegal obtenido a través de las publicaciones en redes sociales.

No existen campañas suficientes para frenar algo que hoy es natural para los padres de esta era: compartir el día a día de sus hijos. ¿Cuál el ingrediente diferenciador? No es la tecnología, sino quién la usa, porque los nuevos padres son millennials, la generación que inauguró el uso excesivo de las redes sociales. Desde su primer baño, hasta el primer día de clase. No hay límites en el espectro de propuestas.

Cuando se dice que una vez que una imagen, un audio o un comentario salió en la web es parte de internet, no es simplemente una expresión: es imposible rastrear su impacto y en cuantos teléfonos terminó. Esto no sólo incluye las redes sociales, también todas las apps, ya que guardan datos generados por sus propios usuarios y el rey en esta especialidad es WhatsApp (y todas las plataformas de mensajería). Una simple acción genera una oportunidad para la pedofilia que diambula en la web, pero es posible evitar ese catastrófico escenario.

¿Cuáles son las mejores prácticas para evitar exponer a nuestros hijos a este peligro? Si bien el primer filtro sería jamás subir imágenes de menores de edad, también han aparecido otras maneras menos lapidarias para cuidarla privacidad de nuestros bebés. Por ejemplo, a modo de tendencia, muchos usuarios en la web llevan una política de jamás mostrar la cara de sus hijos: ya sea cubriendo con stickers o simplemente compartiendo todos aquellos momentos donde no ves su cara nunca. Ni de costado cuenta como una posibilidad.

El otro método, más práctico, es compartir información en círculos lo más cerrados posibles (listas privadas en Instagram por ejemplo), reduciendo la posibilidad de que un externo acceda a esos registros. Pero no todo es límite digital, también está en el escenario offline, donde cada vez es más necesario que los padres indiquen que no quieren compartir cualquier imagen y el grupo social que esté cerca de la familia que debe tener la empatía de preguntar si puede o no compartir una imagen. Ser honestos en voz alta sobre esos límites generará un antes y un después en la seguridad y vida privada de nuestros hijos.

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