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La Primavera Árabe: la revolución emblemática del descontento

Hace cinco años aparecieron diversos brotes de manifestación y descontento social en distintos rincones del mundo. Mientras en Chile rugía un movimiento estudiantil que tomaba cada vez más impulso, los Indignados que marchaban por las calles de España y un Occupy Wall Street que se tomaban un plaza del principal distrito financiero del mundo se convirtieron en fenómenos globales. El mismo año que una ola de revueltas y gritos de revolución recorrieron varios países de Medio Oriente y África del Norte, en lo que pasaría a la historia con el nombre de Primavera Árabe.

El descontento no era nuevo, pero estos movimientos sociales estaban armados de algo novedoso: redes sociales. Según un paper de 2015 de Bart Cammaerts, profesor de la London School of Economics and Political Science, las redes sociales tienen características que facilitan el activismo, como la velocidad y capacidad de la infraestructura de sus redes y la posibilidad de coordinar acciones y organizarse más allá de las fronteras de un país, por ejemplo. “Las redes sociales juegan un rol importante en facilitar la movilización y la coordinación para actos directos fuera de Internet”, explica.

Así, el descontento de los españoles y los estadounidenses, de los chilenos y de los árabes, se intensificó en las redes, cada vez más masivas, encontrando un lugar donde organizarse era más fácil y más inmediato, una dinámica que se mantiene aún hoy día.

La revolución emblema de 2011

Los movimientos de manifestantes obtuvieron resultados variados. En Chile, el movimiento estudiantil colocó la educación en el centro de la palestra política y logró llevar a cuatro dirigentes estudiantiles al Parlamento. Occupy Wall Street e Indignados se internacionalizaron, pero se diluyeron con el pasar del tiempo. La Primavera Árabe, en cambio, se convirtió en el estandarte de un 2011 de descontento, porque en poco más de un año logró derrocar cuatro gobiernos. Y todo comenzó en Túnez, con un hombre. Un hombre que se prendió fuego.

Luego de ser, supuestamente, humillado por la policía a mediados de diciembre de 2010, el vendedor ambulante Muhamed Bouazizi se inmoló, lo que inició una cadena de protestas y manifestaciones en contra de los gobiernos locales. El descontento ciudadano se expandió por casi toda la región, llegando en distintos niveles de intensidad a distintos países. En cuatro de ellos logró derrocar los regímenes que tenían.

Antes de que terminara el primer trimestre del 2012, habían caído Ben Ali en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto, Muammar Gaddafi en Libia (que fue capturado y asesinado en medio de la guerra civil que se desató con las protestas) y Ali Abdullah Saleh en Yemen, también en el marco de una guerra civil.

A cinco años de la Primavera: el costo de la revolución

Pero la primavera no dio paso al verano, y los costos se hicieron evidentes. En algunos países, los niveles de violencia aumentaron y los indicadores económicos cayeron.

En total, según estimaciones de la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia Occidental (ESCWA), las revueltas del 2011 tuvieron en la región un costo económico de alrededor de US$614.000 millones, cifra que va en crecimiento por los cambios de régimen, los conflictos continuos y precios del crudo que han retrocedido fuertemente en los últimos años. La cifra, la primera publicada por la agencia sobre la materia, alcanza el 6% del PIB de la zona.

Los números tampoco pintan un panorama esperanzador. Sarah Yerkes, miembro visitante de Brookings Institution, en Washington DC, Estados Unidos, señala que el motor de la revolución regional fue la desigualdad económica y política, y la necesidad de reforma. Cambios que lamentablemente no se han visto media década después de las revueltas, dice la especialista.

Desde El Cairo, Egipto, el docente no residente del Carnegie Middle East Center, Amr Adly, concuerda con el diagnóstico. “Generalmente, todos los países que vivieron sobresaltos revolucionarios están en peores condiciones económicas que las que tenían antes”, señala. A esto agrega que, si bien Túnez y Egipto no vieron colapsar sus Estados, como sucedió con Libia y Yemen, sus economías se han visto deterioradas.

Aunque comparten desafíos generales -como el crecimiento lento y la alta inflación- Yerkes destaca el alto nivel de desempleo entre la gente joven y con educación universitaria del país como el mayor desafío para la economía tunecina. Egipto, por su parte, tiene el desafío de aumentar la seguridad interna para poder traer de vuelta sus ingresos por turismo. Libia y Yemen, agrega, tienen malas perspectivas económicas mientras sus conflictos civiles se mantengan.

Adly hace hincapié en el problema del desempleo de gente joven como un problema de la región Medio Oriente-Norte de África. “Esto requiere la creación de modelos de desarrollo que creen trabajos y así contribuyan al ingreso y riqueza de una forma mejor y más equitativa”, comenta.

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