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Las lecciones de vida y gobierno de Patricio Aylwin

La muerte del Presidente Patricio Aylwin Azócar ayer a los 97 años de edad permite recordar su trayectoria a la hora de conducir al país en un incierto y delicado -incluso casi inédito- proceso de transición. Con el general Augusto Pinochet aún como comandante en jefe del Ejército, las dudas de los empresarios y el fantasma de las consecuencias del Gobierno de Allende se estableció el marco de su llegada a La Moneda en 1990. Ese era el escenario, nada de fácil.

Aylwin fue un duro opositor a la UP, pero también del régimen militar, pese a justificar el quiebre democrático inmediatamente luego de ocurrido. Siempre tuvo claro que para avanzar hacia una democracia cada vez más plena, se debía considerar a todos, “civiles y militares”, como lo dijo en su famoso discurso en el Estadio Nacional ante incipientes silbidos. Para enfrentar eso se requería coraje, contrario a que hoy la juventud ligada a ciertos sectores más de izquierda crea que dicha actitud era reflejo más bien de un gobernante que claudicó.

Avanzar “en la medida de lo posible” (frase que hoy suele tener una connotación negativa a diferencia de hace dos décadas) no es otra cosa que buscar los consensos, dialogar, entender que el bien común está por sobre el ego, creencia o intuición individual. Eso es hacer política, nada de aplanadoras, nada de descalificaciones. Eso es un político, tener la astucia, ductilidad e inteligencia para sacrificar ideales, programas o convicciones en todo orden de cosas (políticas, económicas, valóricas, etcétera) con el objetivo principal de lograr una transición política fluida y pacífica.

Aylwin entendió que para su plan democrático la economía resultaba vital. Aquí nuevamente mostró su inteligencia. Ya antes de resultar elegido tuvo contactos con los representantes de los empresarios para darles tranquilidad. Lo importante era mantener la máquina andando: más inversión y más empleo. Pero no por eso no avanzó en una reforma tributaria y laboral que su sector demandaba, pero con un “acuerdo” razonable entre todas las partes: sindicatos, gobierno y empresarios.

No era un hombre pro mercado. De hecho, su famosa frase de que “el mercado es cruel”, lo describe 100%. Tampoco era de visitar los malls. Sin embargo, supo darse cuenta de que sin el mercado su plan no andaba. A la larga fue quien lideró la economía, junto a su ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, ayudando ambos a consolidar el modelo implantado con éxito en el régimen militar. Vistos desde hoy, los objetivos fueron logrados con éxito, puesto que la transición no fue traumática, pese a eventos que amenazaron el proceso. Además, hubo un mayor bienestar en la población debido a una fuerte reducción de la pobreza, gracias a un crecimiento económico promedio anual de 7,7% en su administración. Hasta el momento, ningún otro Presidente ha logrado superar ese registro.

La muerte de Patricio Aylwin es una buena ocasión o excusa, para, en la medida de lo posible, reeditar la exitosa política de los acuerdos, tan lejos de la actual coyuntura nacional.

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