¿La deuda de Argentina, o la de Estados Unidos, es realmente deuda?

Alberto Fernández anuncia nuevas medidas para enfrentar el coronavirus el 29 de marzo en Buenos Aires. Foto: AFP

Entrando en detalle, cuando le digo que su deuda, o la de una empresa, no es como la deuda de Argentina, o la de Estados Unidos, no me refiero al monto, sino que a la esencia de lo que está detrás. Son animales completamente distintos, que por alguna razón (histórica) se les llama de la misma manera.


No, no lo es. Con esto le quito el suspenso de tener que leer hasta el final a riesgo de no encontrar la respuesta en ninguna parte.

Entrando en detalle, cuando le digo que su deuda, o la de una empresa, no es como la deuda de Argentina, o la de Estados Unidos, no me refiero al monto, sino que a la esencia de lo que está detrás. Son animales completamente distintos, que por alguna razón (histórica) se les llama de la misma manera. La deuda suya, o la de Copec, es lo que usted entiende por deuda: obligación que alguien tiene de pagar, satisfacer, o reintegrar algo a alguien. Y como toda obligación, los incentivos están puestos para mantenerla lo más acotada posible.

Hace algunas semanas vi un emocionante video en que un grupo de pequeños comerciantes transandinos decían cosas como: nos aburrimos de mantener al Estado, a los políticos, y básicamente a todos esos zánganos que viven a costa nuestra. Y al igual que en esos discursos interminables que aparecen en la Rebelión de Atlas, de Ayn Rand, los comerciantes llamaban a rebelarse, dejando de pagar impuestos. Dicho sea de paso, hace algunos años me armé de valor y leí las más de mil páginas de la filósofa del capitalismo, aburriéndome como ostra, debo confesar. Creo que las ideas de derecha son más adecuadas para el mundo real, pero los autores de izquierda son imbatibles en novelas de ficción (como que se les ocurren cosas más torcidas).

Volviendo a la Rebelión de Buenos Aires, pude imaginar el “susto” (con toque de risas), de los zánganos de allá, mientras pensaban: antes llegaban estos comerciantes con sus maletines llenos de billetes a pagar sus impuestos, nosotros los recibíamos, pero lo que no saben es que los quemábamos y nos pagábamos nuestros sueldos con unos billetes nuevos recién salidos de la impresora (me es fácil hacer esta analogía con billetes, pero en realidad son ceros en el computador). Bueno, lo que le quiero decir es que si nadie pagara impuestos en Argentina (y lo mismo ocurriría en la mayoría de los países del mundo) los impuestos igual serían cobrados. Basta imprimir esos recibos de deuda (conocidos como billetes), que tienen una tasa de interés real brutalmente negativa (conocida como inflación) y que la única garantía que el Estado da sobre ellos es que los acepta para pagar impuestos (que nadie quiere pagar). No sé qué piensa usted, pero a esa “no deuda”, yo la llamaría expropiación.

La otra “no deuda” que le mencioné, es otra cosa, es de otro planeta, es un desafío a mis creencias económicas más profundas como eso de que “no existe almuerzo gratis”. Para ahorrarle el último párrafo de esta columna, le cuento que la “no deuda” de Estados Unidos la bauticé como donación.

El tesorero de Estados Unidos está financiando todos sus estímulos emitiendo bonos que son comprados a tasas ridículas por la Fed, la que los paga emitiendo otros recibos de deuda que rinden 0% nominal (sí, esos papeles verdes que a usted le gusta tener en la billetera). Lo sorprendente es que los dólares se los está peleando gente que ni siquiera paga impuestos en Estados Unidos (la “garantía” estatal no la puede ejercer). Más sorprendente aún, es que el dueño de la impresora no para de producirlos (ha hecho crecer su balance ocho veces desde la crisis subprime, creando US$2,8 millones de millones en los últimos tres meses). Lo gratis del almuerzo es que el dólar no se deprecia y el riesgo en Estados Unidos es deflación, no inflación. ¿Qué tal?

¿Y el mundo? Donando a Estados Unidos cantidades ilimitadas de bienes y servicios a cambio de dólares, que si no fuera porque también me gusta tenerlos en la billetera pensaría que están hechos de oro, no de papel.

-El autor es Ingeniero Civil PUC y MBA The Wharton School

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