Una economía de mercado en que "nadie se quede atrás"

Trabajadores

Como nadie quiere participar en un juego donde siempre pierde, es fundamental que la sociedad promueva el nacimiento de muchas jerarquías que compitan entre sí por los talentos, generando opciones diversas.


Se acaba de cumplir una década desde la crisis de Lehman Bros. Las causas de la debacle aún se debaten, pero lo que es irrefutable es que sus consecuencias cambiaron la dirección del orden económico mundial. Cuando la recesión que sobrevino afectó el empleo, el valor de los activos y generó quiebras personales, la ira de los afectados empezó a aflorar. La rabia era alimentada por la percepción de que unos pocos financistas codiciosos, aprovechándose de una burbuja inmobiliaria, habían construido gigantescas posiciones especulativas donde, de irles bien, se embucharían suculentas sumas. En cambio, si les iba mal, el Fisco (norteamericano y eu- ropeo) saldría a su rescate. Cuando la burbuja explotó, los deudores inmobiliarios perdieron sus casas y Wall Street se tornó insolvente.

En EE.UU. era habitual que los cargos de gobierno relacionados con la industria bancaria fueran ocupados por destacados miembros de la misma industria. De ahí la sospecha de "capitalismo clientelista" (crony capitalism) como una de las causas de la crisis. Un par de años después, el mundo vio el nacimiento de un movimiento llamado Ocupa Wall Street que se tomó calles y plazas para protestar por la destrucción de valor que la especulación habría generado, por la ayuda que estaban recibiendo los bancos y por la desmedida influencia del dinero en la sociedad.

Si bien las causas de lo ocurrido no están del todo claras (el economista de John Hopkins, Laurence Ball, publicó este año un libro llamado La Fed y Lehman Bros., donde plantea que la Fed pudo haber parado la corrida, pero no se atrevió), la economía de mercado, que a esa fecha había destronado al fallido modelo de economía planificada, terminó en el banquillo de los acusados.

La crítica cayó en terreno fértil, a mi juicio, por el hecho de que en EE.UU. un vasto grupo de trabajadores se encuentra descontento con el sistema. Hombres en edad de trabajar se han retirado de la fuerza de trabajo, ya que, dada su falta del entrenamiento, han sido desplazados por la participación de las mujeres, la automatización y la globalización. Ese descontento, sumado a la percepción de un capitalismo clientelista, explica el éxito de Trump en las elecciones, al que se suman resultados electorales similares en otras latitudes.

Cuando parece que el mundo esta dispuesto a renegar del modelo que le ha traído el mayor desarrollo de la historia, en que la bala de gracia la podría propinar una guerra comercial global, surgen buenas ideas que podrían evitar el descarrilamiento del tren del progreso. El problema no es el desarrollo, que debe ser parte esencial de cualquier solución, sino hacerse cargo de los que van quedando rezagados. Está claro que el estado de bienestar no es la solución. Muy por el contrario, este ha sido capturado por grupos de interés que terminan transformando sus buenos propósitos en un manto asfixiante para quienes lo financian y comprometiendo el desarrollo.

La validación política de la economía de mercado está en iniciativas como el Mapa de la Vulnerabilidad y su lema "Que nadie se quede atrás", lanzado esta semana por el gobierno, en una tarea que lidera el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno. Con una estrategia de gasto focalizado para auxiliar a la pobreza multidimensional (en la línea de las iniciativas de Miguel Kast en los 70), las claves de ese proyecto son los datos, la priorización del esfuerzo, la cooperación público-privada para la ejecución y el seguimiento de los trabajos, y la medición de resultados.

Una idea del sicólogo clínico canadiense Jordan Peterson (autor de 12 reglas para la vida, bestseller en Amazon) también podría ser útil para legitimar la economía de mercado. Según Peterson, la finalidad de nuestra existencia no consiste en ser felices, sino en movernos de un estado de menor valor a uno mejor, es decir, en progresar. En ese movimiento afloran diferencias de rendimiento entre las personas, las que dan lugar a jerarquías, dejando a unos pocos en la cima de la pirámide y muchos en su base. La política debiera, por un lado, impedir que la jerarquía se corrompa (capitalismo clientelista, nepotismo, Lava Jato, etc.) y que la base funcione con oportunidades múltiples para todos.

Como nadie quiere participar en un juego donde siempre pierde, es fundamental que la sociedad promueva el nacimiento de muchas jerarquías que compitan entre sí por los talentos, generando opciones diversas. Si una persona no es buena para los negocios puede transformarse en un eximio pianista, poeta, deportista, chef, actor o pintor, realizándose plenamente. En el mundo digital es probable, además, que esa realización venga también acompañada de éxito económico (nuestros abuelos jamás habrían imaginado que los chilenos mejores pagados iban a ser futbolistas).

Por ello, la multidimensionalidad con que se propone medir la pobreza, también, es un concepto útil para expandir el conjunto de oportunidades de las personas. Necesitamos construir otras avenidas del desarrollo diferentes a las económicas que aborden las distintas dimensiones de progreso, de modo de avanzar con todos, sin dejar a nadie atrás.

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